Sobre la mesa, el café y el cenicero son mis eternos confidentes
para las largas noches en las que siento que me consume el presente,
y el pasado, tan ajeno a todo...
Estoy olvidando lo que es ser parte de este mundo.
En la mano, el pincel es la espada con la que peleo cada batalla.
El lienzo es el escudo para proteger mi alma.
Mi esperanza es la armadura, agrietada tras cada impacto.
En la justa del guerrero más profundo, gana el que sabe encontrar el significado de su alma en el acto.
Aferrada a un sueño,
desterrada del lejano cielo.
Con la esperanza sobre el papel
y el dolor en el pincel.
Gritos mudos, manifestándose a través
de un susurro en la pared.
Le estoy dando color a una vida en blanco y negro,
me estoy insensibilizando porque me duele estar perdiendo todo lo que tengo.
La peor de las ironías es la del hombre que es capaz de plasmar la belleza de la vida en un lienzo,
y en su arrogancia, la vida misma le rompe un hueso por cada trazo que ha hecho.