Me reflejé en sus ojos, en sus desilusionadas pupilas de color café.
La inocente sensación de mariposas en el estómago jamás advirtió que el amor a una edad tan corta pudiera ser mortal, y dejarte el alma rota.
La peligrosa atracción hacia el joven solitario perdido en los narcóticos parecía fascinante y lastimosa a la vez.
Quise contar sus pestañas, las veces que él parpadeó, quise observar mas de cerca cómo entrecerraba los ojos al reír.
Su mirada me recordó a una niña que sabía lo que era estar sola tanto tiempo, lo que era sentir una corriente de viento helado dentro del cuerpo.
Íbamos recorriendo el mismo camino, en el que las pisadas de los incomprendidos quedan marcadas, pero él había recorrido ya varios kilómetros más.
¿Cómo voy a olvidar las manos que tantas veces jugaron entre mi cabello?
Que en incontables ocasiones supieron reconfortar mis emociones y me devolvieron el aliento.
Mientras yo me encontraba sanando sus heridas, inconscientemente él estaba sanando las mías.
Éramos como dos corazones fríos, que en el desesperado trayecto a la salvación habían coincidido, quizá por causa del destino o por mera casualidad, pero el dolor de los dos los había unido.
Eran como dos gotas de agua y como dos polos opuestos a la vez.
Él es un chico que no conoce limitaciones. Con sed de vida, con sed de emociones.
Vi sus cualidades, vi todos sus defectos y aún así me percaté de que no había nada en él que yo quisiera cambiar, para mí él ya era perfecto.