Diez segundos de magia

Las cosas de la abuela

Cuando murió la abuela, nietos, sobrinos, hijos y vecinos nos reunimos a recordarla en anécdotas risueñas, mientras bebíamos y comíamos a lo grande. Fue una buena alternativa al llanto, si bien el terminar dormida sobre las sillas de la funeraria me dejó un buen dolor de espalda y una gripe de las más fuertes que he tenido. La eficacia de un aire acondicionado puede ser extrema a veces, más considerando el encierro en el que nos habíamos sumergido, siendo pleno verano.

Pero lo que más nos alejó a todos de la tristeza por la partida de la nona fue la repartición de las cosas que ella había dejado atrás. Siendo honesta, me revuelve el estómago acordarme de las hermanas de mi madre peleándose por un juego de copas azules, pero yo tampoco soy tan inocente.

No quería quedarme con nada. Hasta que recordé los hermosos aros que la abuela adoraba llevar.

Del collar a juego nunca tuve noticias, se perdió luego de la excursión a la habitación de la finada por parte de la nueva novia de mi padrino, pero a los aros sí pude rescatarlos.

Así que, ahora, están conmigo.

Sí, conmigo. No en mi joyero, no en mis orejas.

Estos días han estado llenos de emociones, la familia, la vida, todo continúa y yo debo rearmar las piezas de mi rompecabezas porque no sé qué será de mí los domingos sin la abuela. Y sin las tías que se pelearon con mi madre por la vajilla. Siento que hemos perdido mucho más de lo que imaginábamos. Pero volviendo a los dichosos aros, qué hermosos son, cuánto brillan aquí, sobre la madera de mi mesita de noche. Y qué buenas historias cuentan.

Algunas supersticiones antiguas hablan de demonios atrapados dentro de piedras preciosas. Otras, de fantasmas que quedan atrapados dentro de posesiones a las que amaron tanto, que las dejan malditas para cualquier otro ser humano que pretenda tomarlas. Yo no tengo idea de cuál fue el caso de la abuela, pero seguro ha tenido un espíritu bien potente y una fuerza de voluntad gigantesca, porque de otra forma no se explica todo lo que está ocurriendo.

En menos de una semana, a las tías se les han roto las copas azules, a mi madre se le han perdido los cubiertos de plata y a la novia de mi tío la han tenido que internar por una afección muy extraña en la piel. La nona nos está castigando desde el Más Allá. Y yo espero mi turno, aterrada.

Aún no me he puesto los benditos aros en las orejas, no señor. Y uno diría, ¿cómo puede ser? Lo que pasa es que no se callan. Desde que los he traído a casa, no han dejado de hablarme y, para colmo, soy la única que puede escuchar su perorata interminable. Los devolvería, pero temo por mi vida si llego a salir con ellos a la calle.

Abuela, la hiciste muy bien. Desde mi temblorosa admiración, te aplaudo. Abuela Tutankamón, voy a empezar a llamarte, apenas me atreva a utilizar la ouija que también encontré entre tus cosas.



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En el texto hay: traicion, amor, crimen y locura

Editado: 14.10.2022

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