Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 3 Ocho Días Antes De La Boda

O era que el espejo estaba en su contra o la costurera había tomado mala nota cuando apuntara sus medidas. ¿Tal vez la dieta? 

La señora Amanda Olivares chistó el diente y dio un pisotón malhumorada cuando se convenció que ni con mantequilla ni con un milagro lograría que la costura de su vestido con corte de sirena se deslizara suavemente sobre su silueta, sobre todo de la parte del talle. Ahí estaba el problema. ¡Está barriga que no era mía! Se dio cuenta que si hablaba, después tenía que jalar aire con esfuerzo pues le estaba faltando la respiración porque por más que quisiera contraer el abdomen era inútil. Sus pulmones, sin contemplaciones, ni interés de formar parte de sus planes de meterse en ese vestido, le pedían oxígeno. 

-¡Me rindo!- Exclamó con frustración. -No me explico por qué no me queda. Estoy segura que si bajé de peso. ¿O es que sigo gorda como un cilindro de gas? ¡Qué barbaridad! ¿Y ahora cómo resuelvo esto? ¡Faltan ocho días para la boda! 

Desde otra habitación de la casa, escuchó la voz de su marido. 

-Te lo dije, pero nunca haces caso, mujer. Acuérdate como te llenas la boca de tacos de chicharrón de la central de autobuses. Por más que se te dice, no hay quien te pare.

-¡Cierra la boca!

La mujer se paró insistente ante el espejo de cuerpo entero y se miró por enésima vez lo abultado que se le veía el abdomen. Hizo por alisar con ambas manos la parte de la cintura y de nuevo aplanar el estómago, como si haciéndolo repetidas veces el vestido entendería que era de ahí. 

-¿No te ha llamado la niña?- Volvió su esposo a gritarle desde una de las recamaras. 

-Ya no es una niña. Se casa la semana que entra. Y no, no me ha llamado. Y no contesta su celular.  Ya es la hora en la que debería estar aquí. 

Repentinamente, la puerta se abrió de un modo bastante violento. Doña Amanda dio un respingo de la parte de los hombros y mayúsculo fue su semblante de sorpresa cuando por ella vio entrar a dos cuerpos entrelazados, atados uno al otro de los brazos, girando como un trompo y con los labios unidos, emitiendo sonoros gemidos. Se quedó perpleja y sin poder decir ni una sola palabra, ni producir ningún movimiento. Las pestañas se le habían pegado a los párpados. 

Brenda y Edgar se comían a besos. Él la tomaba con ambas manos de los glúteos. Ella trataba desesperadamente de desabotonarle la camisa. Amanda estaba escuchando, además del jadeo y las respiraciones agitadas, el sonido que producía la saliva entre el choque de los labios. 

-¡Aquí! ¡Hazme tuya otra vez!- Suplicó Brenda, jadeante. 

-¡Lo que tú digas, mamacita!

La trepó encima del mueble que estaba junto a la puerta y con una mano, Edgar barrió los objetos decorativos que había ahí. Portaretratos y figuras de colección fueron a dar al piso. 

-¡Te va a encantar! ¡Cuando me tengas adentro vas a gritar como loquita! 

Ella al fin pudo arrancarle la camisa con ambas manos y los botones se dispararon en todas direcciones. Él, de un movimiento ágil, le subió la falda y le bajó la pantaleta.

La señora Amanda seguía atónita, con los ojos más abiertos de lo posible y la boca seca sin poder mover la lengua. 

Fua hasta que Edgar impulsó la cadera para entrar en ella, y ella exclamara un gemido obsceno, con un acento pornográfico, que doña Amanda pudo recuperar el aire y gritar:

-¡Brenda! ¡¿Qué estás haciendo? ¡Dios mío! ¿Qué están viendo mis ojos? 

Edgar saltó hacia atrás como el corcho de una botella de vino tropezando con el taburete de la sala y cayendo al piso, mientras Brenda dibujaba un aspavientos de terror en el rostro. Se estaba llevando el susto de su vida. Rápidamente tapó con su mano la parte íntima que había quedado a la vista de su madre. Por su parte, Edgar trataba de incorporarse y al mismo tiempo subirse el pantalón. 

-¿Por que pegas semejante grito, mujer?- Apareció en la escena don Elías y casi cae como cadáver al ver la escena.  

Amanda empezó a llorar emitiendo un sonoro berrido. 

A Elías no le salió la voz. Quiso estallar, gritar, escupir palabras altisonantes, pero tenía la garganta congelada, no dando crédito a lo que sus ojos estaban viendo. Lo que sí pudo hacer fue clavar una mirada de rabia en el rostro de su hija. 

Brenda sintió que la sangre dejaba de circular por sus venas. Notó que estaba temblando de las manos y que la garganta se le había secado del susto. Sabía que su padre iba a empezar a caminar en dirección a ella y le iba a asestar una espectacular bofetada, como aquella ocasión, en la que siendo adolescente, le había acomodado la sonrisa con una bien puesta. Y solo porque se había gastado el dinero que debía pagar por el recibo de luz. Brenda se había pasado la noche llorando en su habitación, resentida, adolorida y por supuesto a oscuras, porque la compañía les había cortado el suministro dejando la casa en penumbras. Y si en esa ocasión don Elías le había pintado la mitad de la cara del color de una berenjena, Brenda no quería ni imaginar como la dejaría ahora por estar cometiendo semejante espectáculo. 

Brenda debía hacer algo para manejar el bochornoso asunto. Era una mujer adulta y lo primero que tenía que hacer era plantarse como tal y no demostrar que estaba muerta de miedo, así que apenas su padre diera el primer paso en dirección a ella, aclaró la garganta y habló con firmeza: 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.