Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 4 Siete Días Antes De La Boda

A Diego, el rostro se le bañó de sudor cuando Carmen, su mujer, le pidió que le pusiera en las manos el teléfono celular, pues lo había cachado muy entretenido recibiendo y enviando mensajes. 

-Es Alberto, que ya viene. Es más, ya está aquí afuera. 

-Como si no supiera donde vivimos. 

-Me está contando algo que pasó en su edificio. Un marido que está celoso porque su mujer se le sale en las noches. 

Carmen lo veía incrédula, aún con la mano en el aire, pendiente de recibir el aparato. 

-Carmen, no me jodas, ya te dije que me pone de mal humor tus celos infundados. 

-¿Te acuerdas como me conociste? 

-¿Otra vez con eso? La gente cambia, Carmen. Que le haya puesto los cuernos a Gabriela contigo no quiere decir que a ti te los vaya a poner con otra. No es una cadena. 

Carmen suspiró resignada y bajó la mano. 

-No quiero seguir pagando lo que le hice a mi mejor amiga. 

-¿Seguir pagando? ¿A qué te refieres? 

-A lo del bebé. 

-¿Sigues con eso?  El niño lo perdiste porque tuviste un problema de salud, no porque estés pagando algo que hiciste. 

-Cuando uno obra mal, mal le va. 

Diego se puso la mano derecha en la cintura y con la otra se talló la cara de una manera impaciente. 

-Olvídate ya de todo lo que ha pasado. Yo estoy bien sin hijos.

-¿Cómo puedes decir eso? Un matrimonio debe tener hijos para seguir siéndolo. Un hijo es el fruto de… 

-No, Carmen. ¡Un hijo es una responsabilidad! ¡Y yo no estoy preparado para responsabilidades como esas! 

-Ya no eres un adolescente. Hace mucho dejaste de serlo. 

-¡Nada que ver! Simplemente no quiero tener hijos aún. 

-¿Aún? ¿Entonces cuándo? ¿O es que conmigo no? ¿Soy yo la de problema? 

Diego iba a empezar a rebatir el tema cuando en eso el grito de su madre lo interrumpió. 

-¡Bajen! ¡Diego, llegó Alberto! ¡Carmen, apurate para que me ayudes a servir la cena! 

-Y a ver cuando juntas para tener nuestra propia casa.

-¿Para qué? Si ni cocinar sabes. 

Diego caminó sin voltear la cara para no ver el semblante que había provocado en su mujer. 

Rápido abrió la puerta y caminó por el pequeño pasillo que terminaba en las escaleras, las que bajó corriendo para llegar a la sala comedor donde su amigo Alberto ya se hallaba sentado a la mesa charlando con su padre. 

-Las cosas se van a poner feas en esta ciudad-. Decía Don Diego cuando su hijo se sentó a lado suyo. 

-¿Usted cree, Don Diego?- Alberto estiraba el brazo para alcanzar la cacerola de la carne. 

-Si, muchacho. Esas camionetas blindadas no andan nomás porque sí dando rondines. Algo se traen entre manos. 

-Y la policía como si nada-. Agregó doña Martha desde la cocina. -La comadre dice que allá por las canchas de fútbol se juntan varias camionetas y sabrá Dios que hacen. 

Don Diego se inclinó del pecho en dirección a Alberto para hablarle en voz baja. 

-El "Felipillo", el hijo de esa comadre que dice mi mujer no lo hayan. Mi compadre piensa que se fue de casa para fugarse con una chamaca, pero en la obra dicen que se lo llevaron secuestrado. 

-¿Secuestrado, don Diego? ¿Y para qué? Si ese muchacho y sus papás no tienen dinero para pagar un rescate. 

-Es que no lo quieren para eso, sino para armarlo y ponerlo a disparar. 

La cara de Alberto se llenó de consternación. 

-¿Los reclutan? 

-Eso mero quise decir. Y ya no vuelven. Nunca. 

Alberto tragó saliva. Se imaginó el sufrimiento de esos padres que, según palabras de Don Diego, nunca volverán a ver a su hijo. 

-¿Y cuantos años tiene ese joven? 

-No llega ni a los dieciocho. 

-Pues ojala que mejor se haya fugado con la novia. 

-No, hombre, te digo que se lo llevaron. 

Alberto giró el rostro y vio a Diego Chico sumido en la pantalla del celular. 

-¿Y tú qué tanto escribes? ¿Trabajo? ¿Viajes? 

-No, hermano, hoy me tomé el día para descansar. 

Doña Martha entró por la puerta que daba a la cocina con un recipiente en la mano. 

-Vieja el que se enchile. Me quedó muy buena esta salsa. 

-Todo está muy sabroso, señora-. Halagó Alberto. 

-¡Ay hijo, muchas gracias! Eres el único que reconoce lo buena que me queda la comida. Porque lo que son este par… 

Diego Grande tosió cuando por su garganta se deslizó un trozo de carne con salsa.

-¡Qué bárbara, mujer! ¡Esto está picosísimo!

-La primer vieja de la noche. 




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