Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 5 Seis Días Antes De La Boda

Alberto estaba resuelto a sacrificar su hora de almuerzo para revisar la montaña de cuadernos que tenía encima del escritorio. ¿Cómo era que se le había ocurrido excederse en el número de ejercicios que había escrito en la pizarra esa mañana? Ahora estaba metido en aprietos, y todo por querer dejar en orden sus clases para que el maestro que lo iba a suplir durante un mes se hallara con un trabajo al corriente de sus alumnos. 

Pero no llevaba ni cinco revisiones cuando alguien llamó a la puerta. Adivinó, por la fuerza que imprimían a los nudillos en la madera, que se trataba de uno de sus alumnos. 

Dio la indicación de que entrara pero la puerta no se abrió. 

Volvió a indicar con buen volumen de voz que quien estuviera tras la puerta podía entrar sin problema pero de nuevo no obtuvo respuesta. Pensó que se trataba de una broma para fastidiarlo, quizás el más travieso de sus alumnos, pero los toquecitos finos en la madera siguieron insistiendo por dos ocasiones más. O era que no lo escuchaba el chiquillo o de verdad le querían jugar una broma. 

Lanzó un suspiro, impaciente, y no le quedó más remedio que levantarse del asiento para caminar hasta la puerta y abrirla. 

-¿Qué es lo que no entiendes cuando te digo que..? 

Alberto se llevó una agradable sorpresa, que primero lo dejó mudo y después lo hizo esbozar un aspavientos de asombro en el rostro. Aunque enseguida frunció el entrecejo extrañado. 

-¿Brenda?

-Quise darte una sorpresa-. Respondió ella, sonriendo más de la cuenta. 

-Pero, mi amor… 

-¿No te da gusto?

-Claro que me da gusto pero es que, me hubieras avisado.  Yo habría pedido permiso para ir a la terminal por ti. 

-Te digo que quise darte una sorpresa. Si te avisaba, no lo sería. Además te hubieras negado. Y yo tenía tantas ganas de verte. 

Ella lo rodeó para caminar al interior del aula, observando todo a su alrededor, minuciosa, mientras él seguía parado, mirándola, incrédulo. 

-Es bonito tu salón. Aunque en el decorado se puede apreciar la mano de una mujer. ¿Quién te ayudó a ambientarlo? 

-¿Eso piensas? ¿Que no soy capaz de hacer algo así? 

-Por favor, corazón. ¿Me vas a decir que ese paisaje de allá, los árboles, el columpio y el par de niños los hiciste tú?

-Pues aunque te cueste trabajo creerlo, son de mi propia mano. 

-No lo sé, pero a mi no se me quita la idea de que aquí estuvo una mujer ayudándote. ¿Tienes muchas compañeras maestras? ¿Son jóvenes? 

-Todas. No hay ninguna anciana. 

-Eso no me agrada. Nunca me has contado de tus amistades en tu trabajo. 

-Lo he hecho. Solo que no me prestas atención. Te la pasas hablando de ti, de tus amigas, de tu carrera, de tus papás…

-No me quieras girar el rumbo. Estamos hablando de ti. 

-¿De modo que estás celosita? 

Brenda frunció y torció los labios hacia un lado. Alberto sonrió y se le acercó. 

-Enseguida te voy a presentar a unas preciosuras que me encantan, me vuelven loco, me fascinan y son mi adoración. 

-¿Estás bromeando? 

Alberto siguió estirando los labios en una sonrisa cínica. 

-Si me sales con que tienes por amigas a un par de tipas desagradables no sabes de lo que soy capaz. 

-Hey, no me hables así. Tú te lo buscaste por venir hasta acá. 

-Alberto, no me gustan esas bromas. 

-No es broma.

Brenda puso los brazos en jarra y lo miró con disgusto, sosteniendo ojos de embrujo. 

Alberto apenas iba a sonreír para cortar la broma y estallar en risas, cuando sonó el timbre para llamar a los alumnos a clases. La puerta se abrió repentinamente y asomaron el rostro un grupo de niños curiosos. 

-A la formación-. Les indicó Alberto. Pero los niños sonreían pícaros observando a su maestro y a la recién llegada. 

-¿Es su novia?- Preguntó con curiosidad una de las chiquillas. Los demás emitieron risas disimuladas. 

-¿Quieren que les presente a la invitada?-. La voz de Alberto tuvo un tono de presunción. 

Las niñas y niños dijeron que sí con la cabeza sin dejar de reír. 

-Pasen. 

Los niños caminaron uno detrás de otro en hilera como hormiguitas.

-Ellos son las preciosuras de las que te hablé. Son mis alumnos y quería que los conocieras. 

Brenda sonrió conmovida aunque una tormenta de remordimientos se formó al interior de su cabeza. ¿Con qué derecho adquiría esa postura de reclamo cuando ella era tan cruel engañando a su novio con Edgar? En ese momento tenía ganas de gritarle la verdad y suplicar que la perdonara, que estaba arrepentida de provocar el dolor que él ni siquiera sabía que le estaba haciendo, que no quería que él se enterara pero que las cosas iban, tarde o temprano, a explotar y que estaba allí para implorarle que la entendiera y que la perdonara, y que iba a reparar punto a punto todas las grietas que estaba ella haciendo a la relación. 




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