Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 8 Cuatro Días Antes De La Boda

Apenas su padre pagara la fianza en la delegación de policía, y lo dejaran poner un pie afuera de la celda de separo, le entregaran además sus pertenencias, entre ellas su cartera y su reloj y firmara algunos documentos, Diego salió corriendo del edificio sin prestar atención a las palabras de su padre, ni a las atenciones de afecto de su madre, ni mucho menos tuvo la mínima intención de preguntarles qué había pasado con Carmen, después de que la noche anterior la subieran a una patrulla distinta a la de él y a la de Ana. En lugar de todo eso, fue directo a la calle y tomó el primer taxi que se encontró en la avenida. 

-¡Métale pata, compa! ¡Llevó prisa! ¡Es de vida o muerte!

El taxista lo vio por el espejo retrovisor y no le dijo nada. Sin embargo hizo caso. Tal vez la cara de desesperación que le viera a su pasajero lo animó a pisar con fuerza el acelerador. 

En menos de veinte minutos, Diego bajó del taxi y corrió a las escaleras del edificio donde Alberto y Bárbara vivían. 

Tocó muchas veces a la puerta del departamento de Alberto  pero nadie salió. Giró el rostro para observar la puerta de enfrente, la del departamento de Bárbara, pero también parecía sellada. Había demasiada calma en el edificio. 

Era obvio que ningún ser había tras aquellas puertas. 

No le quedó más remedio que regresar y bajar por las escaleras. Diego no sabía qué hacer pero no se iba a quedar tranquilo hasta averiguar qué había pasado con su amigo y con Bárbara. 

Se sentía culpable por haber inmiscuido a Alberto en tan bochornoso asunto, porque estaba seguro que Jorge había llegado hasta ellos en el baile y los había enfrentado. ¿Pero qué era lo que había ocurrido? ¿Jorge les había hecho algún daño? Estaba armado. Quizás habían podido salir huyendo de él, pero, ¿y si él les hubiera dado alcance? ¿Por qué no aparecían? ¡Con un demonio! Se estaba preocupando demasiado. No tener noticias de ellos le hacía viajar al interior de su cerebro por un mundo lleno de suposiciones. ¿Qué hacer? ¿Dónde buscar? Ya casi era mediodía y de su amigo y de su amante no tenía ninguna pista. 

Diego se alisó el cabello con una mano y dejó escapar por su boca un gran suspiro. Debía pensar, reflexionar… ¿Y si habían logrado escapar de la persecución de Jorge y habían seguido la noche emborrachándose  y ahora estaban dormidos en alguna parte? Alberto no consumía alcohol. Pero Bárbara sí, y era tan insistente cuando quería seguir la fiesta que era probable que lo hubiera convencido. ¿Y si además de convencerlo pasaron la noche juntos en…? ¡Demonios! Diego comenzó a sentir rabia y temor de que la idea que estaba atravesando por su mente fuera real. ¡Recordó que Bárbara se estaba restregando a su amigo de una forma bastante provocativa! 

Empezó a hervir de celos. No le iba a perdonar a Bárbara que le haya puesto los cachos con su mejor amigo. A él lo perdonaría, aunque mínimo, antes le repartiría dos o tres puñetazos en la cara, o quizás cuatro, pero finalmente comprendería que la astuta en el asunto de la seducción era ella, Bárbara. Debía reconocer que, Alberto siendo hombre y en estado inconveniente, con las células del cerebro atascadas de alcohol, sin sus cinco sentidos alerta, no le sería fácil contenerse ante una mujer así de sabrosa, y menos acordarse de que tenía una novia esperándolo con un pie en el altar y un amigo al que no podría traicionar. Diego pensó que él mismo no lo haría si la novia de Alberto pasara la noche junto a él. En lo que respecta a Bárbara, ya en varias ocasiones la había pillado coqueteando a fulanos en algún bar o restaurante al que asistían a escondidas del marido de ella. ¿Pero qué podía esperar de esa mujer, si él mismo fue uno de esos tipos a los que ella coqueteaba con insistencia cuando lo veía pasar por las calles de la colonia? Siempre supo que Bárbara era una mujer casada y que sólo podía ser una aventura en su vida. Y lo era, al menos hasta antes de la noche anterior. 

Diego reflexionó. ¿Por qué diablos era que estaba sintiendo tanta rabia y celos al pensar que Bárbara había pasado la noche con Alberto? Se suponía que en esta relación no habría cabida para celos y reclamos. Ese había sido el trato; sólo sexo, pasarla bien y bye, cada quien con su vida, sin problemas. 

¿Era que estaba sintiendo algo más por esa mujer? 

La llegada de un auto deportivo de lujo, un mustang de modelo reciente, que difícilmente podía pasar desapercibido, le desatascó la mente llena de suposiciones. 

Era imposible de no admirar la belleza de aquel auto de ensueño. 

Diego quedó embobado dejando que las comisuras de sus labios se entreabrieran. 

¿Quién podría ser el dueño de un auto como ese? ¿Qué hacía un auto de ese estilo transitando por una colonia popular donde el brillo espectacular de su pintura desentonaba en mucho con la apariencia de aquel vecindario con calles en mal estado donde el pavimento estaba bastante corroído? 

Escuchó que se destrabó la puerta y esperó a que abriera completamente. 

Diego vio bajar del maravilloso auto a la hija de la mujer del primer departamento. 

-Vaya, si que saca provecho está chica-. Se dijo a sí mismo utilizando un tono de voz muy bajo. 

Natalia caminó con prisa hacia su departamento. En el trayecto observó a Diego pegado al barandal de la escalera. Saludó por educación sin detenerse.

Diego apenas alcanzó a responder en un balbuceo el saludo. Natalia entró a su casa. 




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