Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 15. Esa No Es Mi Boda

Habían llegado a Ciudad Victoria con retardo porque estuvieron formados en una fila de autos en la carretera por un tiempo de cuarenta y cinco minutos debido a un bloqueo de ejidatarios de un poblado que se manifestaban con mantas exigiendo al gobernador del estado más seguridad en los caminos y para el pueblo; ya que en las últimas semanas era sabido que grupos armados de la delincuencia organizada patrullaban por las carreteras de la entidad y cercaban las comunidades pequeñas para guarecerse de la justicia y realizar atropellos; convirtiendo las calles en escenarios de auténticas  guerras. 

Eran las cuatro de la tarde con veintidós minutos y cuarenta y cinco segundos, según el reloj de pulso de Pablo y aún se sentía en la capital del estado un calor insoportable de los mil demonios provocado por un sol sin nubes que parecía estar cocinando a la ciudad. 

-Únete a esa calle. Llegaremos más rápido a casa de Brenda-. Alberto parecía un chiquillo ansioso sujetándose con ambas manos del tablero del auto. Tenía la espalda erguida hacia el frente, de manera que sólo tocaba el asiento con la cintura. 

-¿No crees que sería mejor ir directamente a la oficina del registro civil?- Preguntó Pablo. 

-¿Para que? Brenda no está ahí. Es obvio que la boda está suspendida. De seguro están buscándome. Y es hora que Diego no me responde las llamadas. A lo mejor papá ya se puso en contacto con él. 

-De Diego yo tampoco sé nada-. Añadió Pablo. -Se fue de su casa al día siguiente. Sus papás lo echaron. 

-¿Cómo así? ¿Porque? 

Después de que tú y Bárbara se perdieron de vista en el baile, llegó Carmen y lo pilló con otra chica. Y se armó la de Dios es padre, y los tres terminaron en la delegación de policía por alterar el orden en un evento público. Cuentan que casi suspenden el concierto. 

-¿De verdad? 

-Si. Y al día siguiente, Carmen se fue de la casa. Los papás de Diego estallaron. Diego mandó todo al diablo. Andaba de verdad aterrado por lo que pudiera haberte pasado. Te estuvo buscando y llegó a la conclusión de que Jorge te había matado. 

-Caray. Pues no estaba tan equivocado-. Alberto se perdió en el recuerdo de la escena cuando Jorge lo había privado de su conciencia con ayuda de una herramienta de acero.

-Quedé en ayudarlo a localizarte pero simplemente desapareció-. Prosiguió Pablo. -Su mamá cree que se fue a casa de la chica del concierto, pero nadie sabe quién es ni dónde rayos pueda estar ahora mismo con ella. 

Alberto parecía estar en otro mundo. Oía sin escuchar las palabras de Pablo. Una rara sensación se estaba aglutinando en su pecho, como un extraño presentimiento. 

-¿Alberto, me estás escuchando? 

-Si. No tengo idea de donde pueda estar Diego. 

-Ya no te estoy hablando de eso. 

-¿Entonces? 

-Te estoy preguntando hacia dónde nos dirigimos. 

-Disculpa. Puedes dar vuelta ahí. La casa de mi novia está muy cerca. 

Pablo giró para abandonar la avenida principal y condujo por alrededor de siete cuadras más. 

-Es ahí. En esos edificios-. Señaló Alberto. 

Pablo detuvo el auto en la acera y enseguida Alberto abrió la portezuela del coche para poner un pie en el suelo y caminar apresurado. Parecía que ya las dolencias físicas habían desaparecido porque apretó el paso y subió por las escaleras y no se detuvo hasta dar con la puerta con el número veinticuatro. 

Tocó con fuerza una, dos y tres veces pero la puerta nunca se abrió. Solo consiguió que la vecina del departamento de enfrente se asomara. 

-La muchacha no se encuentra en casa-. Le dijo ella. -La chica se está casando ahora mismo. 

-¿Qué dice?- La sorpresa de Alberto fue mayúscula. 

-Si. Hoy es el día de su boda-. La señora abrió la puerta completamente para salir. 

-¿Está segura? 

La mujer lo vio detenidamente, arrugando la piel del centro de la frente. 

-¿Qué no es usted el novio?- La señora abrió más los ojos para dejar escapar con mayor libertad una expresión de asombro. ¿Qué hace aquí? -¡Ella ya se fue para la iglesia!- Lo miró de arriba a abajo. -No luce usted como para irse a casar. ¿Acaso lo olvidó? 

Alberto estaba impávido tratando de asimilar lo que la mujer le estaba diciendo. Pablo subía las escaleras atraído por la demora de su amigo. Él había supuesto que en cuanto nadie le abriera la puerta correría de regreso al auto pero no sucedió así, por lo que decidió ir a buscarlo. Y cuando pisó el último escalón vio el rostro de Alberto con un impacto de sorpresa encima. 

-¿Qué pasa? ¿Todo bien, Alberto? 

La mujer intervino ante el apuro de Alberto de no poder articular palabra alguna. 

-Es que él tiene que estar ya en la iglesia. Su novia, la señorita Brenda, lo ha de estar esperando. ¡Pero mire usted las fachas en la que anda! Así no puede entrar a una iglesia. ¡Es su boda! ¿O es que piensa dejar plantada a la dama? 

De pronto el semblante de Alberto cambió. Pasó de un tono blanco, demacrado por la sorpresa, a una expresión de luz que salió desde sus ojos y que difuminó su expresión de incertidumbre. 




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