Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 18 No Estaba Muerta, Andaba De Parranda

Pablo y Alberto caminaron siete kilómetros hasta una gasolinera después de haber abandonado el auto en un predio solitario en la carretera, lo habían cubierto de ramas secas y arbustos.

En la gasolinera habían acordado esperar a Diego. 

Pablo estaba cansado. Caminar no era su fuerte. Por su parte, Alberto, además del cansancio, se veía abatido del rostro. La pena todavía lo estaba devorando por dentro. 

Durante la caminata habían guardado silencio; no sólo por la pésima condición física para soportar el trayecto aún con la luz del sol encima de la cabeza, sino también porque antes de salir del cuadro de la ciudad, en el auto, habían explotado uno contra otro por lo ocurrido. Pablo le había reprochado a Alberto que se hubiera dejado llevar por el dolor, la rabia y los celos y provocara  semejante daño al auto de su amiga. Le había dicho que estaba arrepentido de haberlo apoyado en ese maldito viaje. Alberto, iracundo, había seguido llorando y alegando que la rabia lo había dominado y que Brenda solo merecía lo peor. Estaba ofuscado y hasta que Pablo lo tomará del cuello de la camisa y le gritara muy cerca del rostro fue como aterrizó en la realidad y pudo comprender la magnitud de lo que había hecho. Pidió perdón por semejante desastre pero no fue suficiente para Pablo, quien a partir de ese momento optó por no dirigirle la palabra durante el camino. Solo cruzó dos o tres palabras cuando tuvieron que ayudarse para cubrir el auto entre las ramas y  los matorrales. 

En la gasolinera, Pablo caminó hasta la tienda de conveniencia mientras Alberto fue al sanitario a hacer sus necesidades y para después echar un chorro de agua en la cara. Ahí se vio al espejo y contempló los estragos en su rostro. Sin duda, ese día, no era el mejor ni mucho menos el más feliz como lo había planeado. Era un maldito dos de agosto que jamás olvidaría. Pero no iba a volver a llorar, no al menos en frente de Pablo, así que se volvió a mojar los ojos para calmar las lágrimas inquietas que empezaban a asomarse. Llorar era lo menos que podía hacer ahora que estaba en grandes problemas. Debía pensar en la forma de hallar una solución al problema en que había metido a Pablo. ¿Cómo fue que se le ocurrió estrellar el auto contra el otro en el que viajaba Brenda? ¿Cómo permitió que la rabia y el dolor se apoderaran de su cerebro? Su vida se había convertido en un caos de la noche a la mañana. 

Se dio la media vuelta y salió hacia el estacionamiento. Se sentó al borde de una acera en espera de que Pablo saliera de la tienda de conveniencia. Contempló el panorama de la carretera; los autos que viajaban a gran velocidad y los que entraban a la gasolinera y se colocaban en las máquinas dispensadoras. Otra vez la nostalgia le llegó al corazón. Se puso la mano en la cabeza para pensar. Era difícil de asimilar la manera en que había terminado todo. Jamás imaginó que la relación con Brenda acabará de esa forma. ¿En que se había equivocado? Recordó la ocasión en la que ella estuvo en Tampico, la última vez que la vio; antes del accidente que lo sacara del juego y lo enviara a dormir al hospital. Ella le había pedido que la hiciera suya antes de partir de su departamento y él se había negado, argumentando que prefería esperar a la boda y respetarla como se lo había prometido a los padres de ella. ¿Acaso era esa la razón por la que Brenda había buscado otro hombre? ¿El sexo? De la nostalgia pasó al tormento. Suspiró y quiso llorar de nuevo pero ya había sido suficiente el llanto por ese día. Debía mostrarse fuerte para lo que vendría. Debía ser ecuánime y colaborar en la solución al conflicto que había ocasionado a Pablo. Indudablemente, todo lo que había ocurrido era su culpa. Si al menos no hubiese reaccionado como lo hizo, la historia fuese otra. En estos momentos estarían de regreso a Tampico en el famoso automóvil deportivo y no por el contrario, huyendo y escondiendo la evidencia como viles delincuentes. 

¿Cómo le estará yendo a Brenda y a su maldito esposo? Formular esa pregunta dirigiendo ese apelativo para ese desgraciado le revolvió las tripas del estómago. ¡Maldito perro! ¡Ojala mueras! Suspiró pero esta vez con profundo coraje. ¿Realmente ese tipo era el culpable? ¿Él le había arrebatado el amor de Brenda? Tantas veces había escuchado ese tipo de clichés en los temas de amor y desamor. Pero nadie le quita nada a nadie, porque nadie te pertenece, si alguien no está contigo es porque así lo eligió, no porque te la hayan quitado. Pero Alberto quería hallar culpables que le pagaran todo el dolor que ahora estaba cargando encima del corazón como una pesada placa de hierro que le oprimía con fuerza la parte del pecho. 

Pablo se estaba tardando. Alberto agachó la cabeza y la escondió entre las rodillas. Después el sonido del motor de un vehículo grande lo hizo alzarla de nuevo. 

Era un autobús de pasajeros que estaba ingresando al patio de la gasolinera. Se estacionó a un costado de las bombas y el chófer apagó el motor. Alberto puso atención a las letras del logotipo que estaban impresas a lo largo de un costado del vehículo. 

Gamaliel y su Grupo Desdichado, leyó en voz alta. Era el mismo grupo musical de aquel baile donde Jorge lo confundió con el amante de Bárbara. 

La recordó. Pablo le había dicho que después de ese concierto Bárbara había desaparecido. ¿Acaso era que Jorge le había dado alcance también a ella y la pobre no había corrido con la misma suerte que él? ¿La habría matado? 

En esas cavilaciones estaba cuando la puerta del autobus se abrió y vio aparecer al cantante seguido de un séquito de tipos de aspecto populachero y con greñas largas. Todos caminaron en dirección a él. Alberto supuso que entrarían al sanitario. Solo el cantante enfiló los pasos a la tienda de conveniencia pero de pronto, apareció un grupo de señoras que provenían de los distintos autos que estaban enfilados en la gasolinera. Las mujeres se entrometieron a su paso para solicitarle autógrafos y fotografías. El cantante accedió con una sonrisa falsa y posó junto a las mujeres. Alberto lo vio con fastidio. Después volvió la vista hacia el autobús debido a que el movimiento de la puerta lo atrajo. El chófer de la unidad la había abierto de nuevo. Vio tras el parabrisas la silueta de una mujer de melena alborotada que estaba dispuesta a descender de la unidad.




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