-Comunicame con Pablo-. Fue todo lo que dijo la voz en el teléfono apenas Diego respondiera.
-¿Quién habla?
Silencio.
-¿Bueno?- insistió Diego. Después hizo una mueca de frustración y miró a Alberto.
-¿Qué pasa?-. Indagó Alberto teniendo la cruda sensación de que no era algo bueno.
Diego alargó la mano ofreciéndole el teléfono.
-Es para Pablo. Es una mujer.
Alberto tomó el móvil y fingió la voz, procurando un tono neutro.
-Si…
-Escuchame, Pablo, mi papá está furioso. Ha ordenado a sus hombres seguirte allá en Ciudad Victoria. Me pidió tu número de celular y ha rastreado tus llamadas. Ahora sabe que Diego fue por ti. Debes huir inmediatamente. Los guardaespaldas están ahí, en ese concierto. ¡Huyan! Después hallaré la forma de arreglar este asunto. Me estaré comunicando contigo a través del celular de Diego. ¡Por favor, hazme caso!
Colgó.
Alberto quedó estupefacto.
-¿Quién era? ¿Qué quería?- Diego estaba viendo detenidamente la cara de Alberto. Adivinó que esa cara de asombro tenía un motivo y no parecía ser nada bueno.
-Era Nereyda, la dueña del Mustang. Dijo que su padre nos rastrea. Sus hombres están aquí, en el concierto.
Diego lanzó un resoplo con furia.
-¡Demonios!
-Si llamamos la atención, caerán como abejas a la miel.
-Y la miel somos nosotros.
-Exacto. Me temo que debemos suspender la operación.
Diego miró a Pablo con ironía.
-No. Eso no. Hacemos esto y nos vamos rápido.
-¡No seas terco!
-¿Ahora soy yo el terco? ¿Qué no fuiste tú el que se aferró a llevar a cabo su venganza porque te robaron a tu novia?
-Pero no nos estaba siguiendo ningún ejército de rufianes armados hasta los dientes.
-Lo cual es tu culpa.
Alberto iba refutar la acusación de Diego cuando vieron venir una avalancha de personas que giraban en torno a un solo personaje.
-Ahí vienen-. Diego se puso en alerta. Alberto resopló nervioso.
-Y ella viene con él. ¿Cómo haremos para conversar con ella?- Alberto se rascó la cabeza.
-¿Conversar? ¿De qué hablas, amigo? Solo iré por ella y la traeré conmigo.
-¿Estás loco? Toda esa gente son reporteros.
Pero Diego no hizo caso y se lanzó en dirección al grupo de personas. Parecía que Diego no los veía, sus ojos estaban puestos en la silueta de Bárbara.
Alberto quiso tomarlo del brazo para detenerlo pero la punta de sus dedos solo alcanzó a rozar la tela de la camisa.
-¡Espera, no es prudente que te acerques! Yo puedo ir hasta ella y conseguir que se aparte de él para que venga contigo y arreglen las cosas.
Pero Diego fue directo al tumulto humano que rodeaba al cantante.
Y lo que siguió ocurrió en segundos… Diego rodeó con su mano áspera el brazo de Bárbara y la atrajo hacia sí. Bárbara se estremeció y soltó la mano de Gamaliel, y cuando puso los ojos en el rostro de su captor tuvo una sensación parecida al miedo; fue una descarga eléctrica que le recorrió de la parte baja del estómago y que paró en el pecho, justo en la parte donde está el corazón. Tragó saliva, y eso le impidió emitir alguna exclamación.
Diego corrió sin soltar a Bárbara. Los pechos de ella se cimbraron como efecto del golpeteo de sus talones al chocar con el suelo.
La maniobra de Diego no pasó desapercibida. De inmediato, los escoltas que rodeaban al cantante, al darse cuenta del rapto de la mujer, activaron el plan de emergencia. Fue una locura, pues además de los fortachones, reporteros, camarógrafos y uno que otro fan, se unieron a la persecución.
Bárbara gritaba desaforadamente. De inmediato comprendió que debía dejar de resistirse y correr junto a Diego lo más rápido que se pudiera, pues sabía que si los tipos y la prensa le daban alcance se desataría una trifulca mayor, y eso no convenía a Diego, ni a ella que tanto había evitado salir captada en las cámaras cada vez que se acercaban reporteros a Gamaliel para obtener alguna entrevista. Sabía de sobra cómo operaba ese mundo de los artistas. Así que se decidió por activar cada músculo necesario para echarse a correr como maratonista. Eso sí, se apretó fuerte de la mano de Diego y echó un último vistazo hacia atrás. Todo mundo los perseguía, excepto una figura lejana que la observaba sin emitir un solo movimiento. Era Gamaliel. Bárbara, en su loca carrera, sintió un segundo de remordimiento. Le había prometido mil noches más de pasión. Y él le había dicho que empezaba a sentir algo por ella, que su hermosura lo había cautivado y que la forma tan inesperada con la que había llegado a su vida lo había enamorado por completo. Bárbara le había dicho que lo quería, y que estaba dichosa de que ese amor platónico se había transformado en una hermosa realidad. Pero ahora, se estaba alejando de él. Quizás para siempre y después de haberle dicho que lo amaba tanto y que lo idolatraba. ¿Lo volvería a ver?