Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 24 En Sus brazos

-¡Sujétate! 

Alberto gritó intensamente después de escuchar una explosión en el costado derecho del auto. 

Un ¡dios mio! Escapó de la garganta de Natalia mientras configuraba en su rostro una expresión de terror. 

Alberto sintió como ella le clavó las uñas alrededor del bíceps mientras trataba mediante esfuerzos infrahumanos controlar el movimiento agresivo del volante y disminuir la velocidad. 

La camioneta derrapó en la carpeta asfáltica y salió de ella cayendo sobre el pasto. Afortunadamente había librado la barra de contención de hierro forjado que había acabado metros atrás. 

Fueron tres brincos intempestivos que dio la camioneta sobre el pasto. Al interior de la cabina, Natalia rebotó de caderas sobre el asiento una, dos, y al tercer impulso sus glúteos, ajustados por la tela de sus pantalones, cayeron encima de la cintura de Alberto, quien para ese instante ya había soltado el volante por la fuerza de los impactos. 

También la cabeza de Natalia rebotó en la nariz de Alberto. 

Los tumbos cesaron y ambos quedaron en silencio. Él, por instinto, la cubrió con los brazos. Ella se arrebujó en el pecho de él. 

-¿Estás bien?- Preguntó él en cuanto pudo recuperar la voz. 

Ella se tapaba la cara con ambas manos. Cuando pudo percibir que el ajetreo había terminado, y que estaba ahí con vida en brazos de ese hombre, pudo reaccionar.

-Me duele la pierna-. Se quejó. 

-No te muevas. Yo me encargo. 

Alberto abrió la puerta de la camioneta. Estiró la pierna izquierda para tocar tierra firme e ingeniárselas para bajar de la cabina alzando el cuerpo de Natalia en brazos. 

Ella se quejó y arrugó el rostro. Tenía dolor en uno de los glúteos. 

-No te preocupes. No te lastimaré. Te bajaré con cuidado. 

-Tengo miedo-. Dijo ella. Está muy oscuro allá afuera. 

-Checaré que todo esté bien y nos marcharemos de aquí en cuanto pueda cambiar la llanta. 

-Espero que no se haya averiado nada de la camioneta y que podamos seguir el camino. 

-En realidad solo fue el susto. El tablero no avisa de ningún desperfecto. 

Alberto dejó de hablar para impulsarse del torso y salir con la chica en brazos. Ella se abrazó con aferró del cuello. Puso la cara muy cerca de la de él y sintió su respiración brusca. Seguramente él estaba haciendo mucho esfuerzo al soportar el peso. 

Natalia juró en ese momento ponerse a dieta para estar flaca como una escoba. Que aunque era esbelta estaba consciente de que sus caderas eran carnosas y era posible que estuvieran a punto de quebrarle los huesos de los brazos a Alberto. Sin embargo, pronto reviró su pensamiento al sentir la fuerza en aquellos músculos que la erguían sin problema alguno. Dejó de sentir pena y se concentró en la respiración que le vibraba en el lado izquierdo del cuello. Indudablemente, Alberto era fuerte, capaz de soportar el peso de dos veces sus caderas aún y después de haber rebotado cinco veces en la cabina de la camioneta.

Fuerte y guapo, pensó Natalia, así es como me gustan. 

El cuerpo de Natalia reaccionó sintiendo un hormigueo en la parte del ombligo llegándole hasta la pelvis. ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Era un deseo sexual lo que la estaba envolviendo? ¿Allí? ¿En ese momento tan desastroso? ¿Cómo se le ocurría ponerse caliente cuando lo que había en el ambiente era desgracia y peligro? 

Natalia apretó los ojos para contener su libido. Hizo por despabilar esos pensamientos al considerar que aquel no era el momento más adecuado para estar pensando en la atracción que sentía por aquel hombre. 

Pisó en la realidad cuando Alberto la sentó con suavidad en una roca entre el pasto. El contacto con la rigidez de la piedra hizo que muy pronto extrañara la comodidad que había en los brazos de Alberto. Podía haber pasado una eternidad encima de ellos, rozando su piel dura y sintiendo los hilos de su respiración por todo el cuello. Sonrió con picardía al juguetear de nuevo en pensamientos. 

-Aquí estarás bien-. Le dijo él con voz suave. 

Natalia se quejó al tocarse la pierna. 

-¿Te duele mucho? 

-No te preocupes. Lo podré soportar-. Respondió ella con la voz entrecortada. 

-En cuanto cambie el neumático, iremos a una clínica. 

-No será necesario. Lo importante es que este incidente tenga solución y podamos llegar antes del amanecer a Tampico. 

-Entiendo que estés asustada. Pero debes estar tranquila. Nada nos va a ocurrir. Conmigo estás a salvo. 

Ella sonrió, aunque Alberto no podía verla a la cara porque había demasiada oscuridad. 

-Que tonto. Apague las luces de la camioneta. Las encenderé. 

-Espera-. Natalia lo detuvo. -Déjalas así. Me da miedo que las luces atraigan a alguien. 

-¿Temes que esos tipos nos hayan seguido en la carretera? 

-Si. Los guaruras del cantante o los hombres que siguen a Pablo. 

-Está bien. Trabajaré con una linterna. Seguro que Pablo guarda una en la guantera. 




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