Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 25 La Que Si Vale La Pena

La habitación olía un poco a raro. Al centro había una cama matrimonial sin respaldo con una sábana floreada, extendida de borde a borde sin más detalle que dos almohadas rigidas y planas con una funda de color guinda cada una. A los extremos de la base había dos mesillas a manera de buró, en una de ellas estaba una lámpara vieja que emanaba una luz blanca que a duras penas podía iluminar una parte de la habitación. En la del otro extremo estaba un teléfono antiguo, de los que se tenía que meter el dedo en los ojales de un disco para hacerlo girar uno por uno hasta marcar toda la numeración. 

Alberto y Natalia se quedaron plantados en el marco de la puerta observando con decepción el estado tan deplorable en que se hallaba la habitación. 

-Creo que no hay nada mejor en todo el pueblo-. Comentó Natalia y fue ella la primera que dio un par de pasos al interior y se sentó en la cama. 

-Pues aunque hubiera un castillo, no tenemos mucho dinero. Debemos guardar lo que nos queda para comprar los boletos de autobús mañana apenas salga el sol. 

-Tienes razón. Y sin duda, esto es mejor que andar allá afuera en la carretera-. Natalia torció los labios gesticulando frustración. 

Alberto encendió la luz de la habitación y con la iluminación, vieron correr a un grupo de cucarachas a lo largo de la pared. 

Natalia se levantó asustada y huyó de regreso hasta donde estaba Alberto y se aferró a él. 

-¡Es lo único que nos faltaba para estar de verdad mal! ¡Esto no puede estar pasando! 

Alberto quiso estallar de la risa pero apretó los labios con fuerza. Sin embargo, Natalia alcanzó a darse cuenta de la risita que se le había escapado. 

-¿Te da gracia? ¿Acaso te estás divirtiendo a costillas de mi sufrimiento? 

-Es que no es para tanto. 

-¿Qué no es para tanto? ¡Pero Alberto, esos insectos son asquerosos! 

Alberto no pudo aguantarse ni un segundo más la risa y explotó. 

-¡No te burles! ¡Son feas!-. Expresó Natalia con preocupación. 

Y como si las cucarachas entendieran el agravio comenzaron a volar de pared a pared, como en un espectáculo de aeronaves, primero una, seguida de la otra, uniéndose unas cuantas más. 

Natalia también se les unió al vuelo brincando de un lugar a otro por toda la habitación. 

Alberto se dobló del estómago en una cascada de sonoras carcajadas. 

-¡Basta! ¡Deja de reírte y haz algo! 

-¡Solo es un par de cucarachas voladoras! 

-¿Solo eso? ¡Son horribles! 

Un insecto voló en dirección a Alberto estrellándose contra su pecho. 

-¡Rayos!

Brincó y aleteó como loco y se sacudió todo el cuerpo agitando las manos pues la cucaracha lo empezó a rodear por todos lados.

Ahora fue Natalia la que perdió la cordura al descargar una metralleta de carcajadas. Si hubiera personas durmiendo en las habitaciones contiguas seguramente habrían despertado por el escándalo de la chica. 

-¿Decías, valiente? En mi pueblo dicen que "son machos hasta que la cucaracha vuela". 

-Graciosa… - Alberto la fusiló con la mirada. 

Acto seguido, Natalia se quitó los zapatos; arrojó uno a Alberto con intención de que lo cachara pero el zapato se impactó en el pecho, en el mismo lugar donde la cucaracha se estrellara. 

-¿Qué te pasa? ¡Ya no me estoy riendo!- Protestó él. 

-¡Tonto! Es para que me ayudes a matar a esas malditas cucarachas voladoras. 

Dicho eso, Natalia se arrojó a la pared en busca de la primera víctima. El golpe fue certero, la cucaracha pereció aplastada en la pared y lo que no quedó untado de su anatomía resbaló hasta el suelo.

-¡Esto es una asquerosidad! pero ni así me robarán el sueño. 

Alberto la imitó y se acercó sigiloso a una de las mesillas que había junto a la cama, ubicando una cucaracha en la esquina del mueble. Dejó caer con fuerza el zapato pero el insecto lo esquivó y se lanzó por la habitación en un vuelo rápido que terminó en el peinado de Natalia. 

La chica gritó horrorizada y saltó agitando ambas manos sin atinar a sacudirse el insecto de la cabeza. Se trepó a la cama como si estuviera huyendo de un ratón y no de una cucaracha. 

Alberto fue en su rescate. Se arrojó hacia ella trepando a la cama. 

-¡No te muevas!- Le gritó.

En cuanto sus ojos localizaron al insecto, Alberto lanzó su mano estrellando el zapato en la cabeza de Natalia. 

El grito de la chica fue similar al de las mujeres de las películas de psicosis cuando el asesino las alcanza y las agrede. Después cayó sobre el colchón cubriendo con ambas manos la parte de la frente donde había recibido el zapatazo. 

Alberto se alarmó al percatarse de lo que había hecho. ¿La había golpeado con un arma blanca? Había sido tanta la euforia por salvarla del insecto que no reparó que la podía lastimar. 

Por instinto de protección, cayó en posición de cuatro patas por encima de ella con la intención de auxiliarla. Ella estaba tumbada de perfil bajo el arco de sus piernas cubriéndose el rostro con las manos, completamente paralizada y sucumbida por el horror de sentir la piel recorrida por el insensato y cretino insecto. 




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