Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 26 Estrellas En El Techo

Fue Natalia, quien por instinto de seducción, alzó las manos hasta tocar el pecho de Alberto, quien al sentir la suavidad de aquellas manos se le erizó la piel; sintiendo que le nacía una descarga eléctrica en la boca del estómago y le recorría por todo el cuerpo. Suspiró más de tres veces. 

Por supuesto, la entrepierna le creció al grado de no poder disimularlo más, pues si bajaba la mirada hacia ella, su bulto le impedía la visibilidad desde su ángulo ocultandole la cara de Natalia. 

Ella tenía la boca más abierta y la respiración más agitada. El pecho, erecto hasta las puntas, le subía y bajaba en un ritmo acelerado que era imposible también de controlar. Por inercia, sus piernas estaban abiertas en un ángulo de cuarenta y cinco grados con las rodillas alzadas. 

Alberto empezó a mover los brazos llevando las manos en dirección a los muslos de Natalia, suavemente. Fue delicado al empezar a acariciarlos, como si estuviera rozando la fragilidad de una flor que, apenas unos segundos antes, abriera su capullo para mostrarle la hermosa naturaleza de sus pétalos.

Alberto bajó un poco la cintura hasta tocar la pelvis de Natalia. De esta forma pudo observarle los ojos. La vio jadear con los labios abiertos y una mirada lasciva que estaba conteniendo un inmensurable deseo. También vio subir y bajar sus pechos más firmes que nunca, con los pezones erectos. Esto le encantó al grado de quererse volver loco ahí mismo e inclinarse para beber de ellos como un perro sediento. Pero quiso ser prudente y conducirse hacia ellos con suavidad. Ya no veía el rostro de Natalia pues sus ojos estaban encandilados por la belleza de sus senos.

A Natalia le temblaron los labios cuando jadeó por primera vez. Sintió que la temperatura en sus mejillas iba en aumento y que se le estaban sonrojando como una manzana. Era inevitable pensar que para esas alturas Alberto no se diera cuenta de que se estaba desbordando de pasión por él y que una desequilibrada ansiedad le exigía comenzar a mover sus manos para ponerlas encima de la bragueta y así poder palpar con morbosidad el miembro erecto que seguía latiendo con fuerza del otro lado de la tela, ávido de quererse escapar. 

Alberto no logró contenerse y dejó de tocarle las piernas para llevar las manos hasta el par de pechos alzados, cuyos pezones lo estaban invitando a ser devorados. Los apretó suavemente como a dos aguayones, uno con cada mano, logrando que ella se estremeciera de placer. Después apretó la punta de los pezones con los dedos y dio un suave masaje que deleitó a Natalia haciéndola agitar de placer. Ella estaba con los ojos en alta y la boca muy abierta. Tenía el cabello enredado  por encima de la frente. Jadeaba sin poder contenerse. 

Javier se deleitó al ver la expresión de placer que había en el rostro de ella. Hizo a un lado el acto de tocarla de los pechos para tomarla de la cintura y apoyarse en la rodilla izquierda para impulsarla y girar invirtiendo la posición. Ahora ella quedaba encima de él y desde ahí Alberto siguió apretando sus senos y ella ciñendo sus nalgas encima de la poderosa entrepierna que vibraba golpeteando el centro de sus glúteos abiertos.

Ella sintió tanta ansiedad concentrada en su orificio anal que la hizo apretar con fuerza el miembro de él al cerrar y abrir las nalgas. Alberto se estremeció y se dejó arrastrar por el abismo de placer que le estaba despertando ella. La jaló hacía él de la blusa para comer de sus labios. Era tanto el placer que Natalia estaba sintiendo en ese momento que no pudo cerrar los labios para rozarlos con los de él, sin embargo él comió de su boca atrapando su lengua y succionando como si fuera la piel de una fruta jugosa. 

Arrebatadamente, y por un segundo, Natalia se apartó del rostro de él para sacarse la blusa y dejar a la vista un par de tetas pendientes de un brasier con encaje de color rosa. Enseguida volvió a los labios de él, a dejarlo introducir su boca en la suya para que siguiera exprimiendo su lengua como una sanguijuela hambrienta. Sentir los labios de aquel macho alrededor de su lengua era lo más delicioso que Natalia podía estar experimentando en esa noche. La forma en cómo Alberto movía la boca dentro de sus fauces era de ensueño. Natalia no iba a poder describir después esa experiencia que le estaba resultando tan placentera y de otro mundo. Sin duda, era él, el hombre que tanto había estado esperando que la sedujera. Que aunque no era la primera vez en la cama con un hombre, esa iba a ser la mejor, la más fabulosa de todas y la irrepetible, por eso estaba convencida de que debía entregarse completamente esa noche y no soltarse de ahí nunca; porque ese hombre habría de ser de ella por siempre y para siempre; de eso estaba segura y Alberto estaba a punto de convencerse; porque Natalia no iba a descansar hasta volverlo loco de placer y hasta que sólo supiera pronunciar su nombre. 

Los ojos de Alberto comenzaron a irse hacia arriba cuando probó con su lengua los pezones de Natalia una vez que ella se deshiciera del sostén. Natalia empezó a subir a la siguiente nube que la conducía directo al cielo. Tomó entre los dedos de la mano un mechón de cabello de la melena de Alberto y lo apretó al sentir una cascada de placer cuando él oprimió con frenesí sus labios alrededor de su pezón. 

Alberto tomó nota mental de cómo ella se estaba convulsionando de placer cada que el repasaba la lengua alrededor del pecho y la agitaba fuerte contra la punta de los pezones para después presionarlos dulcemente con los labios. De vez en cuando daba un mordisco fuerte que la hacía dar un alarido de placer. 

Enseguida vino el movimiento rápido de despojarse la ropa por completo. Alberto fue el primero en quedar desnudo. Le ayudó a Natalia a tirar de su jeans hasta dejar a la vista un precioso par de piernas largas y morenas que brillaban con la luz amarilla de la habitación. Natalia seguía acariciando sus pezones. Verla así, excitada y dispuesta a entregarse, tenía a alberto vuelto loco con el miembro duro como una roca. 




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