Natalia tenía rato intentando abrir los ojos pero la pesadez encima de los párpados se lo estaba impidiendo. Fue gracias a un rayo travieso de luz solar que logró despegar los de pronto.
Hizo un movimiento de cabeza para despabilarse. Vio a Alberto tumbado a lado suyo, completamente desnudo y con los brazos abiertos.
Ella sonrió satisfecha de llenarse los ojos ante aquella vista maravillosa que la vida y sus giros le estaba proporcionando. Alberto era suyo. Al fin. La noche, o más bien la madrugada, se había desarrollado de una manera genial, inigualable. Cuanto agradeció en ese momento al cielo y a las cucarachas voladoras por la forma en la que se había logrado aquella historia apasionada bajo las estrellas de una noche que al principio parecía aterradora y sin otro futuro que la desgracia, pero que después se hubo transformado en un cuento de erotismo y seducción. A veces el amor nace en los sitios y las circunstancias menos sospechados. Haber llegado a ese motel a orillas de la carretera había sido lo mejor que le pasara en aquel desafortunado viaje. Porque ahora Alberto era suyo, y se lo volvía a repetir una vez más en la cabeza. Y era cuestión de tiempo para que él se pudiera olvidar de la estúpida de Brenda y de su maldito (o maravilloso) engaño. Natalia estaba dispuesta a ser la protagonista en la vida de ese profesor apasionado y noble de corazón que había sido despreciado por una mujer horrible que se comportaba como una estúpida y horripilante mujerzuela. Pobre bruja. Le tuvo lástima. Aunque sin conocerla también la odiaba pues de alguna forma era ella la causante de todo aquel lío con los autos y los pelafustanes que los estaban persiguiendo. Y vaya que si era un lío bastante grueso. Aunque, de no ser porque todo eso pasó, ella nunca habría podido acercarse a Alberto. ¿Maldecir a Brenda o agradecerle? Que complicado. En fin. Lo mejor era pensar en lo que vendría a partir de esa mañana. Pues debía ser muy lista de ahora en adelante cada vez que estuviera a lado de Alberto. La moneda todavía no caía del todo a su favor. Tenía que lidiar con el tema de los recuerdos y la nostalgia que Alberto pudiera sentir de vez en cuando cada que recordará a esa tipeja. Pero definitivamente la moneda ya estaba en el aire y solo había que echar a andar los engranajes de ese maravilloso sueño para convertirlo en una situación más real y pues eso iba a comenzar a ocurrir cuando Alberto aterrizará esa mañana en su nueva realidad. Natalia estaba segura que en cuanto Alberto abriera los ojos se iba a dar cuenta que en esa realidad solo iba a estar ella, Natalia, plantada como una flor recién descubierta en un jardín que él comenzaría a cuidar.
Esa satisfacción la hizo disfrutar cuando estiró los brazos y luego se volvió a acurrucar junto a su cuerpo. Él estaba tan calentito del torso que una ñañara le recorrió a ella todo el estómago. ¿Estaba calentándose de nuevo? ¿Qué tal si lo sorprendía con un mañanero para cuando él se despertara? ¿Y si iba y se duchaba provocando mucho ruido para que él se despertara y llegara sólito a la ducha y ahí mismo, bajó la regadera, volvían a hacer el amor? ¿Sería prudente?
Sonrió y se levantó a prisa para correr hacia el baño pero de pronto el grito de un hombre que venía del exterior la alertó paralizandola por completo.
Se acercó cautelosa a la ventana que daba al estacionamiento. Parecían gritos de enojo. Apartó la cortina con precaución. Vio a dos hombres en los cajones del estacionamiento discutiendo y haciendo ademanes con movimientos exagerados de brazos. Pero lo que la aterró de gran manera fue que ambos estaban alrededor de una camioneta color plata con rines deportivos.
-¡La camioneta de Pablo!
Volvió a la cama para irse encima de Alberto y sangolotearlo hasta que despertara.
Alberto despertó y reaccionó con un gesto de dolor pues Natalia había dejado caer las caderas encima de su par de testículos.
-¡Afuera están los tipos que robaron la camioneta de Pablo!
El dolor de testículos no fue tan grande porque Alberto se olvidó del incidente y brincó como impulsado por un resorte. Se detuvo justo en el resquicio de la ventana y espió al exterior.
-Es un grandulón y uno más joven con cara de baboso-. Dijo controlando un volumen bajo de voz.
También Natalia volvió a la cortina, solo que ella espió del otro extremo.
Alberto siguió analizando a los tipos y hablo:
-Grabate bien esas caras porque vamos a tener que cuidar de ellos durante el viaje.
-¿Les vamos a dejar la camioneta?- Natalia puso los ojos fijos en el rostro de Alberto.
Él sintió la mirada pesada de ella. Giró para lanzarle una mueca de frustración.
-¿Es que acaso piensas enfrentarlos?- inquirió tratando de conferir a través del gesto un mensaje de resignación.
-Es de Pablo. Debemos llegar con ella.
-Dala por pérdida. Ya la tienen muy bien identificada. Esa troca ya no puede volver a Pablo.
-A Pablo no, pero sí puede venderla en algún lote de autos en otra ciudad. Recuperaría el dinero que invirtió en ella y podría hacerse de otra.
-En eso tienes toda la razon-. Murmuró Alberto. -¿Pero como haremos para recuperarla? ¡Es muy peligroso!
-Si se las pedimos de buena forma seria nuestra sentencia de muerte. Pero…