Natalia fue bastante rápida al empujar el carrito dispensador por todo el pasillo. Si otra mucama la sorprendía, notaría de inmediato que ella no pertenecía al cuerpo de mujeres del servicio de limpieza del motel. Natalia sabía que físicamente era distinta a ellas. Durante el día había visto a dos muchachas jóvenes de buen cuerpo pero de estatura baja. El resto eran mujeres de edad madura y redondas de la cintura. Por su parte, Mercedes, la mujer ultrajada que le había ayudado con el uniforme, era de buenas formas pero de distinta anatomía; de ahí que el traje rosado con mandil blanco le quedaba un poco flojo y bastante largo de la bastilla. Cada que echaba las rodillas hacia adelante sentía que pateaba la tela conforme iba marchando. Sin embargo, de todas formas, con ese talle más grueso, se le pronunciaban las caderas y el busto, gracias a que el camisón estaba zurcido con un elástico a la altura justo donde empiezan las nalgas. Era lo que ocupaba en caso de que las cosas se salieran de control o fuera descubierta por los tipos; dos pompis bien marcadas y un par de pechugas que batir para llenarles los ojos. No dudaría ni por un segundo la idea de fingirse una chica de cascos ligeros con la moral muy relajada e interesada en los hombres con facha de pendencieros y cara de matones con dinero. El plan era, en caso de ser necesario, entretenerlos haciendo uso de su natural sensualidad, tomando el control, en un supuesto juego erótico donde los desnudaría mientras les rellenaba de alcohol las venas y se embrutecian del cerebro. De ser así los ataria con las cintas de sus zapatos al respaldo de la cama y después huiría con las llaves de la camioneta. Era un plan bastante recurrente en las películas y series de la televisión y de las plataformas de internet, y Natalia había visto bastantes historias de mujerzuelas y sicarios, y de escapes peligrosos, a toda prisa y hasta imposibles. Así que ahora ella tenía que repasar mentalmente las escenas de esas chicas guapas y audaces que tenían que jugarse la vida para salir bien libradas de las garras de los narcos y de la lluvia de balas que le cayeran encima. Esperaba que salir ilesa de las ráfagas también fuera parte de la vida real y no sólo suerte de los personajes de las series.
Previamente, había mandado a Alberto al lobby del hotelucho a conseguir una botella pequeña de algún licor barato para tenerlo como alternativa de entretenimiento para los maleantes y estirar el tiempo lo más posible que se pudiera, antes de que a los muy imbéciles se les ocurriera solicitarle acostarse con ellos. De preferencia, que esto no ocurra, se dijo en voz baja saliendo así de todas sus cavilaciones. Pero enseguida volvió a ellas: Todo saldrá bien, haré el trabajito rápido y me reuniré donde me espera Alberto y me iré con él en la camioneta. Pero antes dejaré noqueado a este par, de manera que no puedan seguirnos la pista.
En esas estaba, cuando llegó a la habitación de los matones. La puerta tenía grabada el número doscientos catorce y estaba bastante cerca de las escaleras y el elevador. Natalia dio un repaso a las rutas de escape. Le había pedido a Alberto que esperara afuera, en el estacionamiento, muy cerca de la camioneta, por si había que meter pata, ella destrabaría el seguro a distancia con la llave de alcance y él la abordaría para colocarse al volante. Nada debía salir mal. Suspiró con ese pensamiento a bordo en su cabeza y se alistó. Se quedó viendo un rato a la puerta. Hasta ese momento no había sentido miedo, pero ahora, una sensación parecida a las ganas de hacer del baño le estaba recorriendo las tripas. También notó que le estaban temblando las pantorrillas. Pero era momento de comenzar con el plan porque si demoraba por mucho tiempo más, pensando, se iba a echar para atrás y Pablo se iba a quedar sin el dinero que cobraría por su camioneta.
Ya era tarde para estar rasgandose la mente pensando en si había o no otra alternativa. Era entrar; usar sus dotes de sensualidad y su potencial de mujerzuela para encantar a los tipos hasta dejarlos con la baba escurriendo; con los calzones abajo; sin las llaves de la troca y con el cerebro ahogado en un mar de licor. No era tarea fácil y se estaba jugando el pellejo. Pero de pronto le surgió en el pecho una extraña chispa de entusiasmo y aventura, y ya no lo pensó ni un segundo más; llevó los nudillos hasta la puerta y tocó, primero despacio, luego con fuerza e insistencia. Pero nada. Adentro no se movió ni un alfiler. Nada que indicará ruido de pasos que se aproximaban a la puerta. Natalia fue más ruda y golpeó con la palma de las manos la madera. Otra vez silencio. Por más que acercó la oreja a la puerta no escuchó ningún sonido; nada, no oyó nada que pudiera venir de adentro de la habitación.
Lo que sí oyó, fueron ruidos de voces y pisadas que se aproximaban. Eran mujeres caminando por las escaleras e iban a doblar camino hacia el pasillo. Refunfuñó un ¡demonios! al suponer que se trataba de las mucamas. Debía hacer algo y pronto, o la descubrirían.
Ya no quiso tocar. Puso la mano por instinto de esperanza sobre el picaporte y lo giró. La mano resbaló junto a la perilla. ¡Estaba abierto! La puerta se destrabó y crujió al empujarse. Era en ese momento cuando debía hacerlo. Las empleadas estaban a punto de doblar el pasillo en dirección suya. Natalia se arrojó a lo incierto y cruzó el umbral de la puerta sintiendo que el corazón le rebotaba con intensidad entre las paredes del pecho. Tragó saliva y puso los ojos en dirección hacia el centro de la habitación. Quiso arrancar un suspiro de terror pero lo contuvo para quedar petrificada.
Allí, encima de la cama, estaban dos cuerpos tapados por una sábana hasta la coronilla. Imaginó lo peor; que eran cadáveres. Uno de ellos asomaba parte de un brazo que colgaba sobre el filo de la cama.