Rentaron una camioneta cuatro x cuatro que los llevó desde un pueblo cercano hasta la cima del cielo. El cielo era una reserva de la Biosfera protegida por la UNESCO, localizada en el punto más alto del Estado de Tamaulipas.
Primero habían llegado al poblado de Gómez Farías, Tamaulipas. Ahí, rápidamente, los lugareños les ofrecieron un Tour por los ejidos de la reserva. A simple vista se dieron cuenta que los pobladores vivían del turismo rural que se hacia en pueblo pintoresco que se revestia de color verde por hallarse a las faldas de una gran sierra.
Natalia y Alberto habían dejado la camioneta de Pablo en una casa que servía de estacionamiento para los turistas.
Un hombre, al que conocieron como Teodoro, estacionó su camioneta cuatro por cuatro en los laterales de la plaza principal de Gómez Farías. Él les explicó lo que ocurriría dentro de las próximas veinticuatro horas; abordarían una camioneta cuatro x cuatro con redilas en la parte de la caja y acondicionada con asientos de tela vinílica rellenos de hule espuma, en la que viajarían junto a un grupo de turistas durante dos horas y media por los caminos de la sierra hasta llegar al ejido más alto de la biosfera. Allí pasarían la noche en una cabaña sin luz ni internet, lo que los mantendría en un genuino contacto con la naturaleza. Prometía ser un viaje bastante interesante.
Natalia y Alberto fueron corteses con el hombre y con el resto de los turistas. En su mayoría eran extranjeros o de otros Estados de la República.
Alberto apoyó a Natalia de las caderas para que pudiera subir a la camioneta. Después ella le ofreció la mano para alzarlo.
Teodoro se presentó al resto de los turistas, y tras dar una breve explicación de lo que había dicho a Natalia y Alberto en la plaza, abordó la cabina de la camioneta junto a un adolescente que se desempeñaría como su copiloto, y encendió el motor. Comenzó el camino. Los primeros minutos fueron cómodos, atravesaron la calle principal del pueblo, pero enseguida, a los quince minutos de internarse en el camino de terracería cuesta arriba, Natalia, Alberto y el resto de los turistas comenzaron a ajetrearse de un lado para otro por los movimientos bruscos de la camioneta, que avanzaba por un camino de piedras. La camioneta poco a poco fue apuntando hacia el camino empinado.
Natalia se quiso sujetar de Alberto, pero el movimiento brusco la obligó a sujetarse de las redilas de la camioneta. Él se cambió de lugar para que ella se apoyara en él, recibiendo el peso de su cuerpo. Ella agradeció el gesto pero lo miró con compasión, y emitiendo una sonrisa suave le dijo: Tremendo lío tener que cargar mis caderas en tus piernas. A lo que él le respondió con simpatía: Ya lo hice, nena.Y creéme fue delicioso.
Natalia se ruborizó un poco por el comentario y le solicitó que bajara la voz, apenada. Alberto solo sonrió cínico y la besó en la mejilla.
Hubo risas y ocurrencias durante la primera media hora del camino. Después los turistas se vieron en aprietos, cansados e incómodos debido al ajetreo del camino. Sin embargo, la experiencia parecía ser divertida.
Natalia se daba tiempo para observar con paciencia el verde follaje que rodeaba el camino. Todo era tan hermoso, y conforme subían, la vegetación iba cambiando, de árboles con matorrales a encinos, oyameles y pinos. Pronto el bosque de coníferas y su humedad impregnaron la piel de los viajantes, quienes quedaron maravillados ante la belleza de los árboles cubiertos de musgo y de heno. Eran tan altos que Natalia tuvo que abrir mucho los ojos para tratar de alcanzar la altura con la vista. ¿Y qué decir del olor que se desprende de la montaña? Era una fragancia de hierba húmeda y flores. El viaje prometía ser maravilloso. Realmente era fascinante pensar en la belleza del paisaje que los esperaba en la cúspide de la reserva, a la que por algo la llamaban “El Cielo”.
Primero llegaron al Ejido Alta Cima, un pequeñísimo poblado de apenas unas cuantas casas de piedra con techos de lámina, rodeadas de árboles y plantas con flores de todos colores. En ese lugar los turistas descendieron para ir al baño y para comprar en la tienda de artesanías algunos víveres. Al cabo de algunos minutos volvían a la camioneta para seguir el camino.
La camioneta volvió a rugir con fuerza y a pujar su motor por la estrecha subida. Natalia había preguntado al chofer cuánto tiempo faltaba de camino y éste le había respondido que en una hora y media habrían de llegar.
El siguiente destino fue el Valle del Ovni. Llamado así porque, según los pobladores y biólogos que habían visitado la zona, aseguraban que hace un par de décadas se habían visto durante las noches una serie de luces y objetos voladores extraños en los cielos del lugar. Pararon unos minutos y don Teodoro les contó historias y leyendas que contaban los lugareños. La connotación del relato que don Teodoro les ofreció y la vista del lugar revestido de un verde húmedo con la sombra de los árboles hizo que el ambiente de alguna forma se observará tenebroso, guardián del gran misterio de sí en realidad era visitado por seres de otro planeta. En el lugar había cabañas y se podía observar algunos turistas ocupándolas. También había un área de juegos donde varios niños se reían divertidos.
En breve abandonaron el lugar para seguir al siguiente punto, que era el lugar del destino.
Por fin la camioneta abrió camino para dar paso a un valle hermoso de praderas verdes y árboles de todo tipo de follaje. Era El Ejido San José. Un conjunto de casitas de lámina y cabañas regadas por la pradera y faldas de algunas montañitas. El lugar era realmente hermoso, asemejado a las praderas de Suiza.