Bárbara y Diego no daban crédito a lo que sus ojos estaban viendo cuando la puerta del chalet se abrió. Ambos quedaron mudos de la impresión.
La escena estaba mas o menos así: Ismael y Felipe, los guardaespaldas de Nereida, habían arrastrado a Jorge por toda la pasarela de lozas de hormigón que había en el jardín, desde la casa principal de Nereida hasta el pequeño chalet, muy lujoso, por cierto, donde los tenían en cautiverio.
Jorge tenía los ojos vendados con un trozo de tela y las manos atadas con una soga.
La mas sorprendida fue Bárbara, quien no se explicaba como era que Jorge, su esposo, estuviera allí, en manos de ese par de rufianes. Eso era lo menos que ella se había imaginado; que por esa puerta de madera apareciera una de sus peores pesadillas: su violento marido, y que tuviera que convivir, aunque fuera en tales circunstancias, con ella y con su amante. Todo era tan confuso.
Jorge berreaba clemencia y pedía que lo liberaran. Él tampoco se explicaba que era lo que estaba ocurriendo. ¿Porque motivo había sido capturado? Alegaba que todo se trataba de una confusión, pues él era un buen hombre de familia, que se había hallado en el lugar equivocado en ese bar, y que era probable que todo se tratara de una lamentable equivocación.
Pero ni Ismael ni Felipe tuvieron clemencia. Lo hicieron callar con una patada, cada quien, en cada costado de su cuerpo.
Antes de salir, Felipe se dirigió a los prisioneros para decirles con voz de maleante:
- Tienen compañía, para que se diviertan.
Era obvio que los guaruras no sabían que Jorge no tenia nada que ver con el viaje a Ciudad Victoria, y el papel que éste tenia en la vida de Bárbara y de Diego.
- Al rato viene la patrona para darle de tundas a este mal portado. Mira que averiarle el auto deportivo a la señorita. ¡Pobre imbécil! ¡No sabe la que le espera!
Los tipos lo estaban confundiendo con Alberto. Así lo entendieron Bárbara y Diego mirándose con asombro.
Los dos hombres azotaron la puerta cuando salieron. Bárbara miró a Diego, quien no dejaba de ver el bulto que hacía Jorge en el suelo.
- ¿Quién está ahí? – Jorge sintió la presencia de ellos.
Pero Bárbara seguía con la voz sepultada y cubierta de pánico. Mientras que Diego no lograba salir de una nube de asombro que lo mantenía perplejo.
- Díganme quien está allí. Libérenme. Por favor. Esto es una confusión. ¿Hay mas prisioneros aquí? Por el amor de Dios. Háganmelo saber con un ruido. ¿Están atados y cegados? ¡Hablen!
Diego se acercó lentamente y se puso en cuclillas. Llevó la mano hasta la parte de los ojos de Jorge con la intención de quitarle la venda. Pero Bárbara corrió hasta él y lo detuvo, hizo muecas en su rostro sin agregarle sonido. Claramente meneó la cabeza de un lado para otro para que Diego entendiera que no lo hiciera.
Jorge, que había sentido la mano de Diego, insistió.
- ¡Quítame la venda! ¡Hazlo! Ibas a hacerlo. Tu tienes las manos libres. Quien quiera que seas hazlo. Ten piedad. ¡Ayúdame!
- Será mejor que te quedes así-. Dijo Diego con voz calmada.
- ¡No! ¡Quítame esta cosa de encima! ¡Y desátame!
- Mejor será para ti que no veas la realidad en la que estás.
- ¿Quién eres?
- No querrás saber mi nombre.
- Esta bien. No me lo digas. Solo dime si eres prisionero o secuestrador.
- Lo primero.
- Entonces, ¿porque tú si tienes los ojos descubiertos?, y las manos libres.
- Te dije que no te conviene ver lo que te rodea.
- ¿Por qué? ¿Les viste la cara a los captores? ¿Es por eso? ¿Eso te compromete?
- Algo así.
- ¿Hay alguien más?
Diego volteó a ver a Bárbara.
- Si-. Dijo Diego pese a que Bárbara seguía negando con la cabeza.
- ¿También prisionero?
- También. Y es una mujer.
- ¿Y porque están aquí? ¿Por qué los tienen prisioneros?
- Por que-. Diego sopesó lo que iba a decirle. – nos capturaron por estar en el momento equivocado. Nos involucramos en algo que no nos correspondía.
- Igual que a mí. No tengo nada que ver con los asuntos que puedan traer entre manos esos tipos.
- Quizás directamente no, Jorge, pero algo tienes que ver. Al igual que nosotros.
- ¿Perdón? ¿A qué te refieres? ¿Cómo sabes mi nombre?
Bárbara apretó el hombro de Diego para evitar que siguiera hablando. Lo empujó hasta llevarlo a la puerta. Y allí, a susurros, le exigió que no intentara dialogar más con él.
- ¿Qué pasa? Díganme lo que está ocurriendo. ¿Cómo es que me conocen? ¿Qué dicen? No los escucho. ¿De que hablan?
Diego miró a Bárbara con las cejas entrecruzadas y se apartó para dirigirse hasta donde Jorge estaba tumbado en el suelo.