Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 45 La Planchada

Alberto había escuchado en alguna ocasión acerca del antiguo y abandonado hospital naturista que estaba en la orilla de la playa y recordó que para el día de muertos les había encargado a sus alumnos una investigación de dicho edificio. Cuando sus alumnos regresaron con la tarea leyó que había sido un sitio de saneamiento alternativo que dejó de funcionar en el año de 1989, tras la caída y encarcelamiento de su benefactor; un líder petrolero que presuntuosamente había cometido actos de corrupción. En las investigaciones de sus alumnos había historias de hechos sobrenaturales que supuestamente ocurrieron ahí, como la leyenda de la planchada; una enfermera muy hermosa que había fallecido en ese lugar y que ahora se aparecía entre los pasillos llenos de escombros del nosocomio. Quienes habían visitado el lugar en horas de la noche juraban haberla visto y relataban en sus historias que la impresión había sido tanta que juraban no poder sacarla de su cabeza. Los turistas que acampaban en el área de playa aseguraban que alrededor de la media noche se escuchaban lamentaciones fantasmagóricas y que espantaban a los pandilleros que iban a ese lugar a emborracharse y consumir estupefacientes. Los veían huir despavoridos. La historia de la enfermera maldita iba más o menos así: se trataba de una mujer muy pulcra, que siempre traía su uniforme perfectamente planchado. Ella se enamoró perdidamente de un doctor ingrato que solo jugó con sus sentimientos, pues la abandonó en medio de ese gran amor que ella sentía por él y eso transformó su carácter dulce y bondadoso a uno perverso y despiadado. Después, como arrebato, tomó venganza tratando de una forma bastante cruel e inhumana a sus pacientes, entre ellos, a un pobre niño, a quien no le dio el medicamento que le correspondía provocando un fatal desenlace. El padre del infante, al enterarse de la negligencia de la enfermera, se volvió loco y le cortó el cuello con un bisturí. El hospital fue cerrado, tras el encarcelamiento del líder petrolero, quedando resguardado por personal de vigilancia, quienes a los pocos días fueron renunciando porque decían haber visto a una mujer vestida de enfermera que les llamaba y les preguntaba que si se hallaban bien. El gobierno abandonó el hospital y este en poco tiempo decayó convirtiéndose en una cueva para malvivientes, aunque en ocasiones, los jóvenes asistían a hacer fiestas en las afueras del hospital pues estaba ubicado muy cerca de la playa. Se reportaron numerosos casos de avistamientos de lo que parecía ser un fantasma que deambulaba por los pasillos y el techo.

- ¡Eso haremos! – gritó Alberto, aferrándose al volante y sin despegar la vista del horizonte.

No respondió ni una sola palabra cuando Brenda y Natalia le preguntaron qué plan traía en la cabeza. Giró el auto para salir de la avenida y meterse en una de las calles aledañas.

Alberto condujo el auto hasta estacionarse en las afueras de un hospital cercano donde esperó un par de minutos ante la insistencia de Brenda y de Natalia de que les contara el plan que se le había metido en la cabeza. Él les pidió que aguardaran, que sabía lo que hacía, que confiaran. Ambas mujeres estaban angustiadas y asustadas. Quisieron seguir insistiendo, pero en cuanto Alberto concentró la atención en la puerta de urgencias del hospital silbó entre los dientes para hacerlas callar. Las dos se quedaron expectantes a lo que iba a ocurrir.

Alberto encendió el auto. Dejó que una enfermera que salía por la puerta de urgencias caminara un par de cuadras hacia adelante. Avanzó y se le emparejó.

Alberto detuvo el auto. Puso la palanca en modo neutral y accionó el freno de mano. Bajó del coche sin apagarlo y le dijo a Brenda que lo acompañara y dio indicaciones a Natalia de que no lo siguiera. Ella chistó el diente, pero obedeció.

- Ve desabrochando tu blusa y tu pantalón. – le dijo a Brenda. Ella adivinó lo que ocurriría en el minuto siguiente.

Alberto se apresuró entre la sombra de la noche. La mujer vestida con el uniforme de enfermera llevaba puestos unos audífonos. Eso facilitaría la misión, pensó Alberto. Brenda venía tras de él, girando el cuello hacia ambos lados de la calle comprobando si estaba desierta. Se sintió un poco más tranquila al darse cuenta de que no había ni un alma a esa hora de la noche.

Para Alberto fue sencillo: llegó hasta la chica por su espalda y le tapó la boca para evitar que gritara. Le quitó los audífonos para que lo pudiera escuchar.

- Perdóname. No te va a pasar nada malo. Solo quiero que nos prestes tu uniforme.

La chica dejó de gritar, pero su respiración no la dejó quieta. En sus ojos había terror.

Brenda se movió rápida. En instantes quedó en calzones y brassier y ayudó a Alberto a quitarle el uniforme a la mujer. La misma víctima apoyó a desabrocharse.

Enseguida, Brenda se colocó el uniforme y la cofia, dejando a la mujer sentada en la orilla de la acera, semidesnuda, con la ropa de Brenda en los brazos. Ella no hizo por pedir ayuda. Con haber permitido que la despojaran de la vestimenta se consideró fuera de peligro.

Brenda y Alberto regresaron al auto y emprendieron loca carrera en medio de la oscuridad de la noche. Alberto tuvo el tino de apagar las luces del auto para que la víctima no anotara mentalmente las placas.

- Espero que Pablo y Ramón no echen a perder el plan. – mencionó Natalia. – desde que nos desviamos, los perdimos. Seguro que llegan antes que nosotros a la playa.

- Confía, nena, que todo saldrá bien. – dijo Alberto con consuelo.




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