La playa desprendía un soplo helado qué daba la impresión de estar en la escena de alguna película del género de horror. La postal era bella pero las circunstancias no. Así que Natalia y Alberto no podían pensar en disfrutar de la panorámica que el mar les estaba ofreciendo esa noche.
Natalia dio un suspiro qué contenía una mezcla de angustia e incertidumbre. Esa horrible sensación que había en su pecho de no saber que ocurriría en los próximos minutos. No podía hacer otra cosa que encomendar a dios su vida y la del hombre que tanto amaba.
- ¿Estás Rezando? - le preguntó Alberto en un susurro. Ella le apretó la mano como contestación e hizo por apurar el paso entre la arena para emparejarse a la misma velocidad que él le estaba exigiendo al moverse de lugar.
- Es hora de entrar. - Dijo Alberto.
- A mal paso, darle prisa. - Natalia echó un suspiro largo por la boca. - que todo salga bien.
En el cielo, la luna derrochaba una estela de luz plateada encima del mar, formando un camino luminoso.
Ambos levantaron la vista y se encontraron con la extraordinaria, pero también terrorífica, postal del hospital abandonado a orillas de la playa. La luna encima y el mar al fondo le daban un aspecto fantasmal qué enamoraría a cualquier fanático de las historias de espanto.
Natalia había escuchado tantas veces hablar de ese lugar. Era un hospital que en los años noventas se especializaba en el tratamiento de personas en situación de adicciones y que requerían de estar en un lugar apartado. Pero jamás lo había visitado, ni cuando estaba en funciones ni ahora que estaba completamente abandonado y que sirviera de guarida para malvivientes.
Brenda, Ramón y Pablo se habían adelantado por el paraje de la playa para llevar a cabo la parte del plan qué les tocaba; vigilar y entrar en acción con el tema de la planchada, si es que la cita con Jorge se trataba de una emboscada de Nereida y aquella situación se convertía en un caos.
Avanzaron con complicaciones entre la arena espesa. El frio les estaba calando hasta los huesos.
Caminaron hasta lo que parecía la entrada principal. Había una rampa que se elevaba hacia una estancia. Después fueron por un pasillo qué comunicaba al interior de otra áreas.
- Con un demonio. - maldijo Alberto. Natalia adivinó la causa. De las prisas y la adrenalina olvidaron hacerse de una linterna.
En los pasillos había una completa oscuridad. Era imposible ver algo. Dar un solo paso implicaba una sensación de incertidumbre que resultaba aterradora. Natalia tenía qué apretar la mano de Alberto para sentirse segura. Alberto iba con el brazo extendido al frente para prevenir el encuentro con algo o con alguna de las paredes. Era un suplicio de segundos avanzar y dar con la vuelta que diera al siguiente pasillo. Pudieron ver un poco cuando pasaron por el marco de una entrada que daba a una área en el que la luz de la luna entraba por el espacio donde debía haber una ventana.
- Tengo miedo. - exclamó Natalia en voz baja.
- Solo no me sueltes. No quiero que te pierdes. Debiste quedarte escondida allá afuera, cerca del auto.
- No podría haber hecho eso. Quiero estar contigo.
- Entonces sigamos. Nos deben estar esperando en la parte alta, en los últimos pisos. - supuso Alberto y emprendió la caminata envolviéndose de nuevo en la oscuridad del pasillo.
Hacía el final del laberinto escucharon una voz.
- Por aquí. - les indicó.
Era una voz de hombre.
- Jorge tal vez. - supuso Alberto.
- Sigan. No se detengan hasta dar con la azotea. - Volvieron a escucharla y un punto luminoso al final del pasillo los fue guiando. La silueta del hombre traía en la mano un rayo láser color verde.
Finalmente llegaron hasta la azotea. El hombre dejó de lanzarles el punto de la luz verde. En esa parte del edificio hacia frio. En la piel se sentía la brisa del mar. Conforme avanzaban al centro de la loza fue calándoles con mayor fuerza el viento. Había un aire fuerte que llegaba desde las entrañas del golfo de México.
En esa parte, la luna iluminaba a la perfección la silueta de un hombre a la orilla del techo. Estaba de espaldas a ellos, con la vista puesta en el horizonte, contemplando el color negro del mar a esa hora de la noche.
De pronto se giró.
- ¿Jorge? ¿Eres tú? - Ni Alberto ni Natalia lo reconocían. Debían acercarse más.
- Dinos algo. - la voz de Natalia dejó notar una expresión de temor.
- Si. Soy jorge, y espero que vengan preparados.
- ¿Preparados?
- Si. ¡Vamos saca tu arma! ¡Porque nos tenemos que defender¡ ¡Es una trampa!
Alberto sintió a su espalda que dos hombres se desplazaban hacia ellos. Se giró y en cuanto los vio venir con mayor prisa hacia él, un lamento de horror, emitido por una garganta femenina, proveniente desde los pasillos, los paralizó a todos.
Dos hombres mas llegaron hasta el techo en loca carrera, el lamento los había espantado.
- ¿Que fue eso? - dijo uno de los cuatro matones apuntando con sus armas hacia Alberto y Natalia.