Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 49 Invitados

Bárbara y Diego se pusieron de pie inmediatamente cuando la puerta se abrió de manera intempestiva. Ya era costumbre que reaccionaran con miedo cada vez que algún pistolero o la misma Nereida o el enano nefasto de su padre entraban gritando, apuntándoles con armas largas y dirigiéndoles altisonancias vulgares, y en ocasiones, manoseando, en el caso del enano, las piernas y el busto de Bárbara. Así que no había de otra mas que retroceder atemorizados hasta tener la espalda lo más pegada posible a la pared y esperar, con la respiración agitada, y sintiendo la incertidumbre de no saber que podría ocurrirles, a que ellos hicieran lo que tuviesen que hacer y después verlos marcharse. Casi siempre era para dejarles comida y maltratarlos a base de insultos y empujones.

Pero esa ocasión era distinta. Dos hombres, encapuchados y armados hasta los dientes, empujaban con lujo de violencia a un hombre y a una mujer que tenían los ojos vendados. Diego pudo identificar al hombre. Supo de inmediato que se trataba de Pablo, pero prefirió no hacer ni una sola exclamación de asombro. De ella no supo su identidad.

- Aquí van a aprender a no estar jugando a los fugitivos. Les va a salir bastante caro el chistecito de burlarse del patrón y de su hija.

A los dos les arrancaron la pañoleta de los ojos.

Pablo parpadeó en repetidas ocasiones para enfocar bien la vista y poder descubrir el lugar donde se hallaba. Se asombró tanto en cuanto vio a Diego y a Bárbara, pero de inmediato comprendió que debía mostrarse lo más indiferente posible.

- ¿Dónde estamos? – Brenda si se atrevió a cuestionar, un tanto histriónica, pero ninguno de los pistoleros le hizo caso.

- Traigan al otro, al que se está muriendo. – dijo uno de ellos.

Y enseguida, por la puerta, vieron entrar a un par de hampones que sostenían de cada extremo a un hombre seminconsciente que emitía sonidos quejumbrosos.

Bárbara fue la más sorprendida.

- ¡Jorge! – no pudo evitar tener el impulso de lanzarse en dirección a él, pero uno de los sicarios le apuntó con el arma en la cabeza obligándola a permanecer quieta con la espalda pegada a la pared.

Se volvió a abrir la puerta y apareció el enano a quien apodaban el buitre, padre de Nereida.

- Pero ¿qué es esto? ¿Mas invitados?

Para no perder su costumbre, el enano recorrió con una mirada lasciva cada centímetro del cuerpo de Brenda.

- Hombre, este grupo de rehenes es el mas suculento. Cuanto envidio a estos mequetrefes. – señaló a Diego y al moribundo. – están rodeados de pura top model. Es una lástima que se van a morir.

Se giró hacia el encapuchado que parecía ser el capitán del grupo de guardaespaldas.

- Dime quien son estos tres que acaban de llegar. ¿Cuál de ellos es Alberto?

- Ninguno, señor. – respondió temeroso el sujeto.

- ¿Cómo que ninguno? ¡Usted está más inepto cada día! Es muy probable que lo cambie de puesto. No da una.

- Lo siento, señor. Ocurrió que…

- ¿Dónde está Felipe?

- No lo sé, señor. Se separó de nosotros.

- ¿Y el maletín? Me importa ya un bledo ese tal Alberto. ¡Quiero el maletín!

- No lo encontramos.

Al enano se le llenaron los ojos de rabia.

- ¿Usted quiere que lo mate igual que a estos perros y perras?

El pistolero tragó saliva.

El buitre iba a seguir reprendiéndolo cuando en eso…

- ¡¿Cómo es eso de que te vas a casar con esa gorda cara de papaya? ¡Con la tal Mercedes!

Era Nereida, su hija, la que acababa de azotar la puerta con lujo de prepotencia. Todos los que estaban ahí, a excepción de Jorge, brincaron sorprendidos por el azote.

- ¡Se supone que esa mujer es una prisionera! ¡Igual que estos!

- ¿Te calmas, hija?

- Esa mujer ayudó al tal Alberto y a la tal Natalia a robar la camioneta y el maletín a Ismael y a Felipe cuando estaban en ese hotel ¡Era una mucama que quería vengarse de Ismael!

- Hija, tranquilita. Ya Mercedes me explicó bien como ocurrió todo. Figúrate que Ismael y Felipe la habían golpeado. Mercedes era esposa de Ismael y descubrió que él le ponía los cuernos con nada más y nada menos que Felipe. Esos dos se estaban dando duro contra el muro en el mismo hotel donde ella trabajaba. ¿Te das cuenta? Ella tendió la cama donde su esposo se iba a revolcar con otro tipo. ¡Pobrecita! Ha sufrido mucho. Si vieras lo contenta que se puso cuando le di la noticia de que Ismael estaba muerto.

- Es cómplice de estos.

- Ella ni los conoce, y la tal Natalia nunca le dijo que iban a robar la camioneta. Es más, esa niña estúpida y el imbécil de Alberto ni siquiera sabían que en la camioneta había un maletín con un millón de dólares. Así que no puedes ser tan injusta y señalar a mi mechita como su cómplice. Ella solo quiere salir adelante y, pues me ha conquistado el corazón. ¿Qué quieres que haga? Tiene unas caderas tan…

- ¡Papá! No puedes ser tan estúpido. ¡Por Dios!

- No lo soy. Solo me enamoré de esa hembra. La adoro.




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