El buitre había ordenado a sus hombres que arrastraran a Jorge hasta la parte trasera de la propiedad; a una especie de establo de madera que servía de bodega de objetos viejos y partes de autos que estaban regadas por todos lados. Dejaron a Jorge encima de unas lonas de tela gruesa que alguna vez sirvieran de funda de maquinaria.
- Que se termine de morir, y si no se muere rápido le metes un tiro en la cabeza. – le ordenó el buitre a uno de los sicarios. – pero antes deja que su mujer se despida de él. Desde que lo vio así de moribundo esta chingando que la deje verlo. Como ya se va a pelar pal´ otro mundo ahora si quiere tenerlo cerca. Canija, si cuando estaba bueno y sano bien que lo andaba engañando con el vecino. Nomás que se despidan me le metes esa bala entre los sesos y te llevas el cadáver para el río para que se lo coman los cocodrilos.
Bárbara entró llorando como una magdalena. Tan pronto lo vio postrado encima de la lona se arrodilló frente a él y le pidió perdón repitiéndoselo muchas veces.
- Calma. No tienes que pedirme perdón. En cambio, yo a ti sí.
- Jorge, cometimos errores. Mira donde terminamos, de alguna forma tuvimos que ver. Si tan solo nos hubiéramos entendido.
- No perdamos el tiempo lamentándonos por algo que no podemos corregir. Lo hecho, hecho está. Y ni modo.
- A mí también me van a matar, Jorge. De alguna forma volveremos a estar juntos.
- Quiero que hagas todo lo posible por salvarte. Tú y Diego tienen la posibilidad de hacerlo. No dudes en luchar por tu vida.
- Es imposible. No creo que podamos salir con vida de este lugar.
- Te amo, Bárbara. Si me porté de una forma arrebatada fue porque no supe como recuperar tu amor, y verte a lado de Diego me hizo sufrir tanto. No me guardes rencor por el daño que te hice.
- Te juro que de ti me voy a acordar de las cosas lindas que vivimos en un principio. ¿te acuerdas cuando nos conocimos?
- Como crees que me voy a olvidar de eso. Te encantaban los bailes. Eras toda una profesional. No te perdías ninguno. En cambio, a mí, esa vez iba obligado.
Los dos se quedaron en silencio por algunos segundos, permitiendo que la cabeza se les llenara de los recuerdos.
Ella le dio a entender a él que estaban pensando en lo mismo, en aquella ocasión cuando se habían conocido en un baile de música regional mexicana. La música de banda, la norteña y la cumbia eran la especialidad de Bárbara. En cambio, él prefería la música suave; la balada y el pop. Eso ni se baila ni se siente, le reclamaba Bárbara cuando le insistía que se parara y se pusiera a bailar con ella. Él se resistió por miedo a hacer el ridículo, pero ella le rogó, le suplicó, y casi se le hincó para que él apartara el trasero de la silla y se pusiera a bailar con ella. Cuando accedió, Bárbara comprobó que una papa tenía mejor ritmo que Jorge.
Bárbara volvió al presente y se botó de la risa al mismo tiempo que de sus ojos brotaban las lágrimas. Estaba llorando de dolor, de un profundo dolor que estaba sintiendo en el pecho.
- No debes llorar. No me quiero morir pensando que estás sufriendo. Quiero irme con la promesa de que vas a hacer todo lo que sea posible para salir de este lugar y ser feliz a lado de él. se ve que lo quieres.
- También te quise a ti. Y estoy segura de que, si dios nos diera otra oportunidad a los dos, borraría todo lo malo y volvería contigo. Repararía todo el daño que nos hemos hecho.
Las lagrimas no fueron impedimento para que Bárbara se inclinara y le diera un beso en los labios.
El guardia desplazó los ojos en dirección a la escena. Se le estiró la piel del cuello al pasar un puñado saliva como evidencia de que se estaba conmoviendo. Pero recobró la postura y emitió un carraspeo antes de hablar para advertir de su presencia.
Bárbara se volvió a él con una mirada suplicante, pero el guardaespaldas le habló con acento fuerte.
- Debe salir de una vez. Déjeme solo con él.
Bárbara estalló en una crisis de llanto, pero Jorge la contuvo.
- Debes irte, Bárbara, y haz lo que te dije. Lucha por tu vida. Lucha por salir de este infierno y ser feliz. ¡Olvida todo esto!
- No puedo dejarte aquí. ¡No puedo!
- Me doy por bien vivido si alcancé a conseguir tu perdón. ¡Te amo!
Bárbara no pudo responder a causa de tanto llanto.
El guardia la empujó enseguida con violencia para obligarla a salir del establo. Ella berreó y pataleó, pero otro guardia que estaba afuera la capturó y se la llevó en los hombros.
- Estás de suerte. – dijo el sicario. Jorge le vio moverse los labios tras el pasamontaña.
- ¡Mátame ya!
- Te digo que estás de suerte, porque vas a vivir para contarla.
Dicho esto, el hombre se deshizo del pasamontaña logrando que a Jorge se le inundaran los ojos de sorpresa.
- ¡Alberto!
- ¡El mismo! Y ahora me debes la vida. Voy a disparar para que allá en la casa grande no les quede duda de que te maté. Después te voy a echar en una bolsa negra y te sacaré de aquí. Cuando lleguemos al río, vas a huir y pedirás ayuda. ¿Entendido?