Bárbara tenía los ojos bien puestos en el guardaespaldas que ella identificaba como el asesino de Jorge. Si su mirada poseyera rayo laser en ese momento, el pobre individuo ya habría sido pulverizado.
Brenda, quien se estaba dando cuenta de la situación, se le acercó cautelosa.
- ¿A ti que rayos, te pasa? No dejas de ver a ese tipo con odio. Si el maldito enano se da cuenta dirá que te lo quieres comer, y no estamos para tus puterias, sino para estar atentas a ese asqueroso.
- Ese perro mató a Jorge. Pero te juro que lo voy a hacer pedazos así sea lo último que haga en esta vida.
- Deja de concentrarte en eso y pon atención. Podemos escapar de aquí si nos ponemos listas.
- Es inútil. No veo como. Abandonar esta casa es imposible.
- Te equivocas, Bárbara. Yo no vine a perder la vida, sino a ganarla. De esta casa me largo para recuperar a Alberto y casarme con él.
- No seas ingenua, porque por lo que sé, él te desprecia y ya no te quiere. Y si es que sales de esta prisión, será para ver como ese hombre se casa con otra, con Natalia.
- Eso no va a suceder. Y más te vale que salgas con vida de aquí para que veas lo equivocada que estas, mi querida Bárbara.
Brenda dibujó una sonrisa forzada encima del rostro. Miró con desafió a Bárbara. Y esta apenas iba a mover los labios para rebatirle, cuando…
- ¡Hey! ¡Ustedes dos! - El enano había puesto atención en que ambas mujeres estaban apartadas y secreteaban. – Pero ¿qué hacen allá, mis amores, lejos de este hombre que las admira y que quiere verlas, tocarlas, sentirlas y besarlas?… vengan acá con su rey. No me dejen solito.
- Pues como sea, pero salgamos o no de este lugar, hoy va a correr sangre, y será la de ese tipo-. Bárbara señaló al guardaespaldas, quien también no dejaba de observarla.
Ambas mujeres fueron acercándose al mafioso, fingiendo sonrisas y hablándose entre dientes una a la otra.
- ¿Cómo piensas hacer para vengarte de ese tipo?
- Ya lo verás. Es cuestión de unos minutos para que su cabeza caiga y ruede por toda la sala.
- No deberías enfocarte en esa estupidez, teniendo tantos problemas. Concéntrate en hallar la forma de que escapemos de aquí.
- Dije que ese tipo se muere hoy y eso es lo que va a suceder.
- Pero ¿es que las hermosas damiselas se siguen secreteando? – el mafioso alargó ambos brazos para recibirlas, ahuyentando al par de prostitutas que tenía a su costado. - ¿me van a contar que es lo que tanto se cuchichean?
Bárbara se serpenteó antes de dejarse caer en una pierna del hombrecillo.
- Es que yo no estoy a gusto, mi vida-. Dijo haciendo puchero y utilizando un tono sensual en la voz.
El enano le rodeó la cintura con una mano y sonrió complacido y divertido, mientras que con la mano que le sobraba acercó a Brenda para hacerla caer encima de la otra pierna.
- A ver, dígame, mi amor, ¿Por qué dice que no está a gusto, si la fiesta está divina? Todo esto fue preparado para ustedes.
- Es que ese imbécil de allá me está viendo muy feo-. Bárbara señaló al guardaespaldas.
- Pero, mi vida, ese pobre tonto es tan solo un guardaespaldas, un mugroso gato.
- No me gusta que me vea-. Bárbara dio a su tono de voz un acento más caprichoso.
- Pues si no le gusta que ese estúpido la vea, yo ahorita mismo lo mando sacar. Que vigile allá afuera.
- No, mi amor-. Respondió Bárbara acercándole los pechos al rostro.
- ¿No? - el enano apuró saliva y hundió la cara en medio de los senos de Bárbara. - ¿Entonces? ¿Qué quieres que haga con él?
- Mátalo-. Dijo con voz irresistible.
Brenda clavó la vista en el rostro de Bárbara.
- ¿Qué lo mate? ¿Usted quiere ver sangre en una fiesta? Se puso loquilla esta reina.
- Mátalo. Por favor. Me cae mal. Pero, además, es algo que me hará sentir mejor, más ambientada y con ganas de pasarla muy bien contigo, mi amor. Es que… ¿te cuento un secretito?
- Cuénteme todos los secretitos que tenga guardados en ese pechito, mi reina adorada.
- Es que… ver sangre me excita.
El mafioso extendió una sonrisa desquiciada.
- Es como una fantasía-. Prosiguió, Bárbara. - Quiero estar contigo mientras él cae muerto.
El enano sonrió con malicia y depravación. No pudo evitar que la respiración se le acelerara y que de su boca escapara un hilo de saliva.
- Es usted tremendita. Toda una pilluela.
- ¿Me cumplirás mi fantasía?
- Tus deseos son órdenes.
Brenda balbuceó queriendo intervenir, pero Bárbara se le adelantó:
- ¿Verdad, amiga que tú nos ayudarás?
Brenda se quedó muda, imposibilitada de articular palabra alguna. Solo el pecho se le infló y desinfló un segundo después al imaginar la escena. Tragó saliva intentando decir algo, pero Bárbara tenía el dominio de la situación.