Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 55 Brindis De Muerte

La cara de Bárbara se distorsionó como una máscara de látex del día de brujas cuando Brenda desprendió el pasa montaña de la cara del pistolero.

- Alberto-. Gritó con espanto.

- Te vas a morir, perro asqueroso, por caerle mal a esta damita preciosa-. Gruñó el enano.

- ¡Brindemos! – entró gritando Mercedes por la puerta de la cocina.

- Amorcito, ¿tú que haces aquí? – reaccionó el enano, sorprendido y ahuyentándose a Bárbara de sus piernas.

- Me pregunté, ¿Qué estará haciendo mi chiquitín en su fiesta de despedida de soltero?

- Pero, Mercy, tú no deberías estar aquí, por eso te di suficiente dinero para que te fueras a Mc Allen de compras.

- Me pareció más interesante estar en tu fiesta, pequeño pingo.

- Mi querida Mercy, ¿que no ves que estoy a punto de matar a este fulano?

- ¡No! ¡Ya no quiero que lo mates! – alzó la voz Bárbara, en un intento desesperado.

Fue en ese momento en el que el enano puso atención al rostro del pistolero.

- Esa cara se me hace conocida-. Dijo frunciendo la mirada.

- Olvídalo, no le hagas daño. Te lo suplico-. Bárbara se arrodilló.

- Mercy, dile a mi hija que venga de inmediato. Necesito que me diga quien es este tipo. Porque creo que se trata del maldito hijo de perra que se quedó con el maletín. Y si es así… Se puso de pie para avanzar hacia Alberto con mirada amenazante.

- Es una pena que tu hija no pueda venir en este momento.

- Haz lo que te digo mi amorcito. Nereida está en una de las habitaciones con su novio. Que no te de pena interrumpirle su idilio de amor.

- Te digo que no puedo hacerlo, mi amor. Mejor deja de arruinar esta fiesta, que se ve divertidísima.

- Amorcito, te repito que necesito salir de esta duda… ve por mi hija. Dile que la necesito. Solo a ti te hará caso. Si mando a uno de estos matones, se pondrá furiosa y lo matará.

- Luego hago lo que me dices, pero ahora, enanito hermoso, no eches a perder la fiesta y alza tu copa porque quiero brindar por el gran amor que siento por ti… después matas a este hombre. ¿acaso no puedes esperar?

- No, mi vida. Es que precisamente no puedo con esta inquietud.

- Pero, mi pedacito de hombre, yo no quiero sangre en este lugar, que feo se verá este tipo tirado con los sesos sobre mi alfombra. Imagínate la repugnancia que vas a provocar en tu futura esposa si lo haces. Mátalo después, primero brinda conmigo. ¿quieres?

Mercedes se acercó melosa al pequeño hombre meneándose graciosamente.

- Ay, condenada mujer, me encantan tus caderas. Así de grandotas me ponen a mil por hora. Por eso quiero casarme contigo. Serás mi reina, mi dueña y yo tu esclavo.

- Eso tenlo por seguro, mi pequeño hermoso. Así que alza tu copa y todos brindemos por nuestro amor.

El enano accedió a guardarse el arma en la cintura.

- Gracias, mi amorcito coqueto-. Mercy lo besó fugazmente en la boca. – ahora toma esa copa y brindemos por el inicio de una vida juntos, llena de amor ¡de mucho amor!

- ¡Salud, bomboncito de caramelo!

- ¡Salud, chocolatito!

La pareja empinó el codo al mismo tiempo.

Alberto respiró tranquilo. Algo le decía que un suceso estaba a punto de ocurrir, pues Mercedes no dejaba de mirarlo con los ojos muy abiertos mientras consumía de la copa.

Brenda estaba paralizada. Bárbara perpleja. Ambas mujeres no sabían que hacer.

Alrededor había cerca de veinte hombres armados al servicio del mafioso y una decena de mujerzuelas.

Mientras la pareja de novios bebía de sus copas se generó un ambiente dominado por un silencio espectral. Bárbara miraba a Alberto y Alberto iba de verla a ella, a Brenda y el rostro enigmático de Mercedes.

- Cuento hasta cinco y todo habrá terminado-. Pronunció Mercedes al bajar la copa.

- ¿Qué cosa, mi amor? ¿Acaso una sorpresa para mí?

- Si, es una sorpresa. Algo que mi enanito de chocolate no se espera… ¡uno!

- Pero cuanta emoción. De seguro mi amada tiene algo muy grande para mí.

- Así es… ¡dos!

- ¿Pero que cosa se le ha ocurrido a mi nenota grandota?

- Algo espectacular… ¡tres!

- ¿Quiere que cierre los ojos?

- Eso precisamente es lo que quiero… ¡cuatro!

- Eso haré mi vida… mire, ya cierro los ojos…

- ¡Pero para siempre! ¡cinco!

El enano abrió los ojos de nuevo, pero ahora lo hizo de una forma dimensional, como si le fueran a reventar. Se tomó con la mano la boca del estómago y aulló.

- ¡Vete al infierno, puerco! - gritó Mercedes gesticulando una ira inmensurable.

El mafioso no pudo emitir palabra alguna ni razonar argumento de ataque, pues las tripas se le estaban quemando y el dolor, insoportable, lo hacía emitir un gruñido, asemejado al lloriqueo de un cerdo cuando va al matadero.




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