Diluvio. El despertar de la reina Zafiro

Capítulo I. El comienzo

     Nada tiene de extraño que ocurran accidentes a diario. En este momento, en algún lugar del mundo, hay alguien que está sufriendo un contratiempo difícil de asimilar y de superar. A veces es una casualidad, la mano traviesa del azar que lanza los dados apostando con la vida; otras sin embargo, puede estar digitado por un tercero que necesita poner en pausa nuestra rutina terrenal para obligarnos a socorrer su mundo en peligro.

     Lo sé, lo sé, no tiene sentido. Es imposible. Es un delirio. Eso pensé yo la primera vez que oí la historia. ¿Cómo puede ser que cinco jóvenes, de cinco países distintos, de cinco continentes diferentes; que jamás se habían visto, ni tenían la más pálida idea de la existencia de los otros, hubieran sufrido un accidente en el mismo instante y se hayan reunido en un mundo absolutamente fantástico para pelear juntos contra las fuerzas del mal?

     Yo no lo creía. Era un invento, un cuento de hadas fabulado por sus mentes mientras intentaban superar el estado de coma en el que habían caído.

     Entonces, si eso es correcto, si tan solo es un mecanismo defensivo de sus cerebros para mantenerse activos, ¿cómo puede ser posible que todos ellos hayan sido partícipes, actores fundamentales del sueño del otro?

     Para aclarar esas dudas e intentar lidiar con la desconfianza de los escépticos, serán expuestos, a continuación, los hechos protagonizados por estos cinco jóvenes narrados por ellos mismos en primera persona.

     Dicho eso, quisiera también expresar que sé que todo esto es muy difícil para la ciencia; que el Psicoanálisis y la Onirología, entre tantas otras ramas, han puesto el grito en el cielo por este sueño compartido. Es por eso que será de su agrado saber que para ellos no fue un sueño; fue real.

     Sin más preámbulos y aclaraciones por hacer, ahora sí, lo que todos vinieron a escuchar... esta es su historia.

     Nataly Windsor era una modelo británica de 21 años que, además de estar dando sus primeros pasos en las pasarelas, había conseguido, luego de innumerables audiciones, un pequeño papel secundario en una serie próxima a estrenarse de la señal Channel 4. Estaba emocionadísima, los planetas por fin se alineaban y sus sueños poco a poco se hacían realidad.

     Hija de un abogado penal y de una eximia violinista, integrante de la Sinfónica de Londres, era la menor de tres hermanas mujeres. Mientras Emily, la mayor, había logrado convertirse en médico pediatra; y Julia había seguido los pasos de su padre, adentrándose en el mundo de las leyes; Nataly era la única de toda la familia que no había pasado ni por la puerta de una Universidad. Sin embargo, tenía el completo apoyo de sus padres y hermanas para perseguir aquello que realmente la hacía feliz.

     Precisamente, al borde del éxtasis emocional, esa fatídica noche del jueves 29 de noviembre, salió del estudio de grabaciones muy tarde, alrededor de las 23hs y no se percató de aquel auto que, desbocado, fuera de control, se había subido a la vereda y la embistió por la espalda arrojándola, sin miramientos, más de treinta metros hasta golpear con la acera. De repente su estrella perdió su brillo. Su sonrisa capaz de iluminar la penumbra más siniestra se perdió junto a la calidez de su mirada. Socorrida, de inmediato, por los transeúntes que deambulaban por el lugar, fue a parar de urgencia al St Thomas'Hospital; donde permaneció en coma por los próximos 90 días.

     Pese al nulo optimismo médico y a la resignación de sus amigos y colegas; la familia nunca perdió la fe ni la esperanza de que un día Nataly abriera sus ojos y retomará las cosas donde las había dejado. 

     Lo que nunca hubieran creído ni imaginado, es que ella se había transportado, había viajado hacia una tierra lejana en la que su presencia podía ser la diferencia entre la luz y la oscuridad.

     A un mundo de distancia, del otro lado del Atlántico, Sebastián Montiel era un joven profesor de Historia, de 21 años, que se ganaba la vida trabajando como administrativo en una biblioteca de Buenos Aires. Si bien no pensaba quedarse en ese sitio toda la vida, no se quejaba en lo más mínimo de sus tareas rutinarias; sobre todo cuando mujeres disfrazadas de nerds –y no tanto- coqueteaban desde los sillones de lectura esperando obtener de él algo más que un simple libro.

     Vivía junto a su madre en un modesto apartamento al sur de la Ciudad. Precisamente, aquel jueves 29 de noviembre había pedido permiso para salir más temprano de su trabajo para poder llegar, antes del cierre, al shopping más cercano y comprar un obsequio para la mujer de su vida, que lo estaría esperando a las 21hs en un coqueto restaurante para festejar juntos sus 45 años bien llevados.

     Sebastián no llegaba. Si algo lo caracterizaba era la puntualidad; por eso, al ver que el reloj corría y no había novedades, su madre desesperada comprendió que algo no iba bien. Las madres suelen tener esa sensación, ese termómetro infalible que las conecta de por vida con sus hijos. Tenía un mal presentimiento. Su corazón comenzó a latir más fuerte y su respiración a dispararse cuando puso atención a la televisión del lugar.

     Imágenes impactantes mostraban como parte del Shopping Swiz, se derrumbaba sobre los clientes que observaban las vidrieras. No había muertos, pero sí varios heridos; algunos de gravedad. Sebastián Montiel era uno de ellos. El más grave por cierto.

     Los testigos dijeron que parte de la mampostería cayó alrededor de las 19 hs. sobre la gente que caminaba desprevenida. Luego solo se escucharon gritos y corridas. Las ambulancias llegaron relativamente rápido para socorrer a los damnificados; entre los que se encontraba el profesor, devenido en bibliotecario, que pasó los últimos 90 días en estado de coma.



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En el texto hay: romance, accion, aventura

Editado: 05.04.2021

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