—¿De veras? —pregunté.
Espero haber sonado tranquila, porque por dentro algo se encogió en una bola espinosa que empezó a punzarme en el pecho, dejándome sin aliento.
—Sí —confirmó Marsana, cepillando su largo cabello—. En el baile hablamos de esto y aquello, él me contó sobre sus aventuras en la Academia Militar, y yo le hablé de mi vida escolar. Luego me dijo que soy muy hermosa y el sueño de todos los chicos del reino. Charlamos un poco más sobre la Ceremonia de Presentación. "Su amor, Marsana —me dijo—, camina a su lado, y usted ni siquiera se da cuenta. Suele pasar." ¡Por supuesto que entendí que hablaba de sí mismo! Porque en ese momento Orest me miró con tanta pasión que se me puso la piel de gallina. ¡Estoy tan feliz!
—Mmm… —murmuré, y me apresuré a entrar al baño.
Cuando salí, vi a un sirviente que nos había traído la cena. Era un hombre bajo y robusto, con una barba espesa y una pequeña calva. Justo estaba acomodando los platos sobre la mesa.
—Buenas noches —saludé.
—¡Buenas noches, neotora! —respondió con su profunda voz de bajo y una sonrisa.
Menos mal que llevaba pantalones y camisa, de lo contrario, me habría muerto de vergüenza si hubiese salido en bata. Mi abuela me había enseñado a mantener siempre una apariencia impecable delante del servicio y a ser correcta y cortés. Como si escuchara su voz en ese instante: "Marta, los sirvientes son personas que merecen respeto y gratitud. Trabajan para nosotros, haciendo aquello en lo que somos incompetentes. Eso hay que valorarlo."
—Sirvanse, neotoras —dijo el hombre con su grave voz—. ¡Que disfruten su comida!
—¡Muchas gracias! —respondí por ambas, porque Marsana había puesto una mueca de desdén.
Pero cuando el hombre, tras inclinarse, se dirigía hacia la salida, ella lo llamó:
—¡Eh, usted!
—Gavranio, neotora, a su servicio.
—Sí, sí… —arrugó la nariz—. ¿Hay en el castillo un videtos o algo similar? Necesito comunicarme con mis padres, el neor y la neotora Barholski, para avisarles dónde estoy. ¡Seguro están desesperados sin saber de mí!
—No, neotora, lamentablemente no, porque en el castillo casi no funciona la magia humana.
—¡Qué horror! ¿Cómo pueden vivir así? ¿Y qué se supone que haga yo?
—Para eso, deberá dirigirse a Su Majestad, el rey Martusei el Dorado.
—¿¡Qué?! —Marsana casi se cayó de la silla.
—Nuestro señor, el dueño de este castillo —explicó el sirviente.
—¿Él es rey?
—Sí, el rey de los dragones de los Territorios del Norte —asintió Gavranio—. Con su permiso, me retiro.
Y el sirviente se marchó. Nosotras comimos en silencio, cada una sumida en sus pensamientos.
—No lo puedo creer —dijo Marsana después de un largo silencio, terminándose su té—. Un rey. Esto lo cambia todo.
La miré con curiosidad. Pero ella ya se había levantado y comenzó a prepararse para dormir.
"Que así sea", pensé luego, acostada en la cama, observando la luna por la ventana. "Que sean felices. Se merecen el uno al otro: los dos son hermosos, ricos y exitosos. Marsana y Orest." Un pinchazo me atravesó el corazón. Al final, creo que sí me enamoré, porque me dolieron demasiado las palabras de Marsana. Sí, Marsana y Orest, la pareja perfecta. "¡Y yo soy una vaca torpe y gorda!" Así concluyó mi monólogo interior, solté algunas lágrimas y me dormí.
Por la mañana, el clima había mejorado. El sol brillante se asomaba por la ventana, y al fin pude ver las montañas. ¡Era increíble! El castillo de Martusei estaba casi en la cima de una de las montañas más altas. Hasta donde alcanzaba la vista, solo se veían gigantescas montañas, sus laderas y cumbres. En la neblina matutina, las cimas se apilaban unas tras otras, perdiéndose en el horizonte. A lo lejos, en la línea del cielo, solo quedaban sus siluetas fantasmales.
De repente, vi en la distancia, sobre las montañas, un gran pájaro que se acercaba al castillo. Cuanto más se acercaba, más grande parecía. ¡Era un dragón! Grácil y majestuoso en el aire, deslumbraba con su belleza y poder. Sus alas se extendían ampliamente, una alta cresta espinosa recorría su cuello, y afiladas púas adornaban sus patas. No era simplemente un dragón; era un depredador, una criatura en cuya presencia el mundo entero yacía a sus pies.
El dragón pasó volando junto a nuestras ventanas y aterrizó en algún lugar detrás del castillo. Oh, seguramente era Martusei.
Marsana no me hablaba, y yo estaba increíblemente agradecida por ello. Por la mañana, todo me parecía aún peor. Orest no salía de mi cabeza. Y Marsana, tan hermosa, estaba ahí, recordándome mi decepción de la noche anterior. En resumen, me consumían los celos. Seamos honestas. Qué tonta.
Los pantalones y la camisa, especialmente el chaleco, me quedaban muy bien, y las botas de tacón bajo hacían que mi figura no pareciera tan voluminosa como de costumbre. El espejo del baño me mostró a una chica pelirroja completamente desconocida para mí, a quien la ropa masculina le sentaba sorprendentemente bien. Aunque mis mejillas, como siempre redondas y pecosas, me fastidiaban. Y mi cabello era un desastre. Me peiné y me hice una cola de caballo, porque nunca me gustaron los peinados complicados.
Editado: 03.03.2025