¡dime que sí!

CAPÍTULO 47. La Columna de la Verdad

CAPÍTULO 47. La Columna de la Verdad

Al pasar junto a la fuente que se alzaba en el centro de la plaza, noté que mucha gente se agolpaba no solo cerca de la plataforma con los tronos, sino también en otro extremo de la plaza. Allí se erguía una pequeña roca, o mejor dicho, una escenografía que imitaba una roca. Mediría unos tres metros de alto, un gran bloque azul de maronio, en el que se abría un enorme hueco en forma de arco. Me acerqué más.

Se podía entrar por el arco, porque desde el umbral descendían escaleras hacia el subsuelo, perdiéndose en la oscuridad salpicada por el tenue parpadeo de farolillos dispersos. En la roca colgaba una placa. “Aquí comenzó todo”, proclamaba el letrero. Algunas personas bajaban, mientras otras, pegadas a las paredes, las dejaban pasar mientras salían.

Sentí curiosidad. Decidí también bajar un momento, para ver qué había allí.

Las paredes del estrecho pasillo, que descendía en pendiente, estaban frías y, para mi sorpresa, secas, pues temía que bajo tierra reinara la humedad. Tras cruzarme con varios invitados que subían, llegué a un rellano más amplio, desde el cual el pasillo continuaba ya recto y se ensanchaba bastante, iluminado con mayor intensidad, lo suficiente para que pudieran cruzarse cuatro personas.

Avancé unos cuantos pasos y entré en una cueva subterránea alta y ancha, iluminada por miles de velas que flotaban en el aire bajo la bóveda. Las voces de las numerosas personas presentes resonaban con eco en las paredes. Las propias paredes estaban cubiertas de diversos dibujos rupestres que representaban escenas de la vida de los hombres y de las sombras.

En el centro se alzaba una columna de maronio que parecía brotar de la tierra y apoyarse en el techo de la caverna.

Me invadió una sensación extraña. Sentía un deseo irrefrenable de acercarme y pegarme a esa columna, fundirme con ella, ser una sola cosa. El impulso de penetrar en la columna y moverme dentro de ella, buscando una salida, una puerta, un camino, se hacía más intenso cuanto más me aproximaba.

Me detuve frente a ella y posé la mano sobre la piedra azul del pilar de maronio, que parecía llamarme, consolarme, atraerme, prometerme liberación de mis tormentos, un futuro feliz.

Alguien me agarró bruscamente la mano y me tiró hacia sí con tal fuerza que casi me caigo.

Unos brazos fuertes me sujetaron, impidiéndome desplomarme al suelo, y una voz conocida siseó con enojo:

—¿Se ha vuelto loca? ¡Sanadora Mara, no se puede tocar la Columna de la Verdad si aún no se está desdoblada!

Mi conciencia volvía lentamente a mí. Resultó que ni siquiera recordaba con claridad qué estaba haciendo mi cuerpo. Solo percibía vagamente impulsos de movimiento y sensaciones. Levanté la vista para mirar a mi interlocutor.

La mitad derecha de su rostro estaba cubierta por un ancho parche negro, mientras que su ojo azul en el lado izquierdo me observaba con furia. Orest.

—¿Qué ha pasado? —pregunté en voz baja, notando de pronto que él me tenía entre sus brazos, sosteniéndome para que no cayera.

De verdad me flaqueaban las piernas. Orest me apartó de la columna, llevándome más adentro de la cueva, donde había menos gente.

—Ha tocado la Columna de la Verdad —explicó el príncipe, sin soltar todavía mi mano—. ¡Eso no se puede hacer! Si la persona ya está desdoblada, entonces sí, es seguro. Pero si no, la sombra dentro de ti intenta abandonar el cuerpo, meterse en la columna y buscar la salida de este mundo. Porque aquí, hace mil años, hubo una brecha anómala que comunicaba con otro mundo. Un poco más, ¡y su sombra la habría matado!

—Gracias por salvarme —dije, mirando a Orest.

Extendí la mano y toqué el vendaje.

—¿Te duele?

Orest me miró con su único ojo y guardó silencio. Quise retirar la mano, pero él, de pronto, la tomó entre las suyas y la acercó a sus labios, besándola.

Me estremecí. Él lo notó y soltó rápidamente mis dedos, como si se diera cuenta de lo que acababa de hacer.

—Perdóneme, Mara, no sé qué me ha pasado. Ha sido un gesto tan familiar… besarle la mano. Como si lo hubiera hecho muchas veces. Como si nos conociéramos desde hace mucho. ¿Le ha pasado alguna vez sentir déjà vu? Como si alguien desconocido le pareciera increíblemente familiar.

—Sí, me ha pasado —susurré.

—¡Y sus pecas! ¡Me desconciertan! ¡Y ahora mismo, cuando frunce el ceño, se le arruga la nariz de forma tan adorable! Y usted, tan conocida, tan hermosa, tan seductora… ¡Tan pelirroja! —dijo el príncipe y volvió a rozar mi cabello, para luego bajar la mano.

Yo deseaba que volviera a tocarme, pero unas personas pasaron cerca de nosotros, y nos quedamos allí, de pie, sin atrevernos ni a acercarnos más ni a separarnos. Cerca se detuvo una pareja de avanzada edad, observando los dibujos de la pared.

—Dicen —dijo Orest tras un breve silencio— que en la base de la columna todavía queda una grieta, más fina que un cabello, que lleva a otro mundo.

—¿De veras? —pregunté, saliendo poco a poco del hechizo que me habían provocado sus palabras tan tiernas.

—Sí. Por eso los magos pusieron mucho empeño en sellar ese paso. La Columna de la Verdad está sostenida por una poderosa energía mágica. Si no existiera, el pilar de maronio se habría desmoronado, y el paso se habría abierto. Nadie sabe qué pasaría entonces.



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En el texto hay: verdadero amor, magia, aventuras

Editado: 14.08.2025

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