¡dime que sí!

CAPÍTULO 75. El relato de Janía

CAPÍTULO 75. El relato de Janía

— ¡Ay, Maro, ¿qué te ha pasado, qué te ha sucedido!? — exclamó Janía, llevándose las manos a la cara al verme entrar en el palacio real.

Recién habíamos llegado con Barmuto, y él me había acompañado hasta mi habitación. Me había quedado con la manta a cuadros de la carreta, envuelta en ella para no escandalizar a nadie con mis piernas desnudas y el vestido rasgado. Ni hablar ya de la suciedad y el hollín. Necesitaba un baño urgentemente. Ponerme en orden y, por fin, quitarme aquella ropa sucia y odiosa.

Janía soltó un suspiro, me tomó del brazo y me arrastró hacia adentro. Barmuto se quedó atrás, murmuró algo y, alzando una mano, gritó "¡Nos vemos!" antes de marcharse.

¡Por fin estaba en casa! Hmm, ¿y cuándo se había convertido este castillo real en mi hogar? Reflexioné un momento sobre cómo un lugar donde te esperan, piensan en ti y se preocupan por ti, quizá puede llamarse hogar con toda justicia.

Mientras me bañaba, Janía me trajo una comida caliente, y por fin comí de verdad, no a las apuradas. La chica también me ayudó a arreglarme. Yo le contaba mis aventuras mientras ella, saltando de un tema a otro, me llenaba de información sobre todo lo que había sucedido en el palacio desde nuestra partida al baile. Todo esto mientras me ayudaba a ponerme un nuevo vestido que había enviado la Sombra Dianea, me peinaba y acomodaba el cabello recién lavado, me aplicaba un ungüento especial en las heridas, rasguños y moretones que descubrimos en abundancia sobre mi pobre cuerpo maltratado. Especialmente en las muñecas, donde la cuerda había dejado "brazaletes" de hematomas. Y el grueso anillo de hierro de la cadena que había quedado en mi brazo tras ser liberada del cautiverio de Jerlon, en aquella detestable cueva, seguía allí, colgando.

Planeaba ir luego a ver al mago Patígar, tal vez él podría ayudarme a quitármelo.

—¡Ay, lo que pasó aquí, lo que pasó! —se lamentaba Janía.— Todos se fueron al baile, y Malia y yo decidimos hacernos una noche de chicas. Invitamos a dos más, las que limpian las habitaciones de la princesa Zoria. Nos pusimos a disfrutar de golosinas, tomar té y hablar de todo y de todos.

La chica se dio cuenta de que quizá decía demasiado, me lanzó una mirada y se corrigió:

—De ti, Mar... Marta, casi no hablamos.

Janía se acostumbraba a mi nuevo nombre, ya que le había contado quién era en realidad y de dónde venía. Aunque seguramente ya lo sabía, pues en el palacio hoy solo los perezosos no se habían enterado de lo ocurrido en el Parque Maronio.

—Salvo sobre el príncipe Orest, que está perdidamente enamorado de ti. ¡De eso hablaban todos! Yo misma conté sobre mi cita con Tulvod. ¡Tan caballeroso! Me regaló flores, me llevó a una cafetería, ¡y hasta montamos en el carrusel! Fue maravilloso. Estuve pensando si intentaría besarme al regresar al palacio,— Janía suspiró profundamente.

—¿Y bien..? —pregunté, pues su pausa se prolongó.

—No me besó, el desgraciado,— respondió con desilusión.— Y eso que ya me había preparado... ¡para darle una bofetada si lo hacía!

—¡Janía, eres increíble! —reí.— ¿Entonces querías o no querías ese beso?

—¡Por supuesto que quería! —gritó, trenzándome una complicada y extraña trenza.— Pero que sepa que soy una chica decente. ¡Besar en la primera cita es demasiado! Ya en la segunda...

Janía se quedó unos segundos ensimismada, seguramente imaginando escenas románticas. Pero pronto cambió de tema.

—Pues bien, allí estábamos hablando, cuando de repente entra corriendo Charlina, la sirvienta de la sombra de Germoto, el sanador real principal, ¿te acuerdas? Entra gritando: «¡¡Hay un golpe de Estado en el castillo! ¡Hombres armados atacaron a los guardias del rey!». ¡Nos quedamos petrificadas del susto! Y nos dice: «Recojan sus cosas y huyan del castillo, chicas, ¡es peligroso!». Nuestras amigas corrieron a sus habitaciones, y Malia y yo empezamos a meter cosas en las valijas con desesperación. Salimos al pasillo y entonces...

Janía casi se ahogaba contando todo aquello. Tomó aire y continuó:

—Entonces vemos que viene corriendo el maestro de música Baruto, ¡y lleva en brazos a la princesa Rozía! ¡Estaba blanca como la muerte! Pensé que ya no había esperanza... —Janía sollozó.— ¡Y Baruto es un bombón! ¿Por qué llevaría esa máscara? ¡Quizá para que las chicas no lo acosaran! Y gritaba con una voz terrible: «¡¡Un espejo! ¡¡Dónde hay un espejo!». Entendimos que no lo quería por vanidad, sino porque era algo importante. Lo llevamos a nuestra habitación. Sentó a Rozía frente al espejo. Y yo veía... que ella ya no pertenecía a este mundo, que ya no vivía. Y me invadió un llanto incontenible. Malia y yo llorábamos desconsoladas. Entonces Baruto gritó que apagáramos la luz. Su voz era puro dolor, ¡él mismo casi lloraba!

Janía se secó las lágrimas con el dorso de la mano y sorbió por la nariz.

—Y en la oscuridad comenzaron a ocurrir cosas extrañas. ¡Una sombra negra salió del espejo y se llevó a Rozía, y no quería devolverla! Baruto estaba junto al espejo, y las lágrimas le corrían por las mejillas, ¡cómo la ama a la princesa Rozía! ¡Ese es amor de verdad! Con su amor la rescató del espejo. Y ahora... ¡ahora están preparando la boda! —terminó triunfante Janía.

—¡Vaya, eso es maravilloso! —me alegré de corazón por Barmuto y Rozía.



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En el texto hay: verdadero amor, magia, aventuras

Editado: 14.08.2025

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