Es tan corto el amor y tan largo el olvido.
Pablo Neruda
¿Dónde estaba el maldito sartén? Llevaba cerca de 20 minutos rebuscando entre un estante y otro sin tener éxito. Miré alrededor de toda la cocina y al desastre que había hecho, todo estaba revuelto y era incapaz de encontrar una maldita cosa, ¿dónde ponía Fabiola ese sartén? Suspiré sin poder recordar y agarré mi teléfono para llamarla pero entonces me detuve.
Fabiola no estaba
El sentimiento que había estado oprimiendo mi corazón por el último mes se intensificó, logrando que me costara respirar. Un mes. Ella se había ido, realmente ido... Y no iba a regresar
Cerré los ojos, intentando alejar el ardor concentrándose en mis ojos y el cansancio me golpeó otra vez. ¿Cómo era posible sentirme así de cansado todo el tiempo?
El hambre había desaparecido de mi sistema y salí de la cocina, sin preocuparme por devolver todo a su lugar, sin ser capaz de devolverlos a su lugar porque sucedía que yo ni siquiera sabía a donde pertenecían en primer lugar. Ni siquiera era capaz de encontrar mi lugar nuevamente.
Ella se había ido, me había dejado atrás y ahora, estaba solo en esta casa que de pronto se me hacía demasiado grande y en una ciudad que se había vuelto muy pequeña, demasiado pequeña.
Me senté en el sofá, derrotado, odiándome a mí mismo por no haber insistido un poco más, por haber dejado que se apartara de mí tan fácilmente, quizá si hubiese dicho, si hubiese hecho algo más ella hubiera accedido.
¿Que se suponía que iba a hacer ahora? Había luchado tanto todos estos años por estabilizar mi vida, por encontrar mi camino y de la nada todo eso se había vuelto cenizas. Me sentía perdido... Otra vez. ¿Cómo una persona puede darle tal vuelta a tu vida en tan poco tiempo?
De alguna manera fingir se había convertido en mi nuevo arte, fingir que estaba bien con todo lo que había pasado, fingir que había logrado superarla, que había logrado olvidarla, que este último mes mi corazón se había regenerado por completo, sin embargo no estaba seguro de si estaba desarrollando un buen papel. Ellos seguían preocupados por mí, lo veía en sus ojos. Veía el miedo de Rupert a que sucumbiera en el dolor que su partida me había causado, sabía que aún tenían conversaciones sobre mí a mis espaldas y conociendo mi historial no podía culparlos.
No voy a mentir y decir que no he querido, que las ganas de hacer algo completamente estúpido no han llenado mis pensamientos, que los primeros días el olor de su perfume aún fresco en mi cama era demasiado para soportar y que ahogarme en la pena era la mejor idea si con eso pudiera olvidarme de ella, pero incluso entonces, cada vez que la tentación es demasiado fuerte ella aparece. Siempre. Aparece detrás de la puerta del almacén con sus ojitos llenos de tristeza y decepción al escucharme decirle a Lisseth lo que había hecho con Alexandra. Aparece afuera de ese bar mirándome con odio y gritando sin duda en su voz que la dejara en paz, y entonces me detenía a mí mismo.
Supongo que una parte de mí le seguía siendo fiel a pesar de ser ella la que acabó con todo. Y supongo que una parte de mí siempre lo será, supongo que una parte de mí guarda la esperanza de que ella regresará y aunque ella ya no esté aquí, ni sepa de mis pasos, sólo pensar en que me vuelva a mirar de esa forma... Me torturaba. ¿Qué clase de hombre me hacía eso?
Miré el cuadro de mis padres lanzando una plegaria al aire. ¿Que se supone que haga ahora mamá? Y busque en mi mente por el recuerdo de su voz aconsejándome. Diciéndome que las cosas iban a mejorar.
Las lágrimas lograron su cometido saliendo de mis ojos y pensé en lo patético que me había vuelto.
Trato de alejar todos aquellos recuerdos, aquellos pensamientos, aquel dulce sufrimiento. Pero es inútil al igual que es inútil seguir viviendo en el deseo de dar marcha atrás en el tiempo, de detenerlo justo antes de que se montara en el avión. De dejarlo ahí, prohibiéndole avanzar
Ella me había dejado y aquí estaba yo, siendo fiel al recuerdo de un fantasma y sin querer olvidarla. Cómo iba a querer olvidar a alguien que había iluminado mi vida, la amaba, incluso entonces, incluso ahora. La amaba y no sabía cómo iba lograr arrancar todo este amor de mi corazón. Ni siquiera sabía cómo había logrado vivir este último mes sin saber de ella, sin hablar con ella... Ella me había escrito, la primera semana, me escribió todos los días solo para contarme que había llegado bien, que nunca fue su intención hacerme daño y que me quería, pero que había que seguir adelante.
Nunca le respondí, la serenidad que había logrado conservar en el aeropuerto se extinguió en el mismo segundo en que el avión despegó y todas las buenas razones dejaron de tener sentido para mí. Estaba tan molesto esos días, molesto conmigo, molesto con ella, con Nancy, con la vida. Con todos. No entendía cómo ella me escribía tan fácilmente diciendo que siguiera adelante con mi vida... aun así los leía, leía cada uno de sus mensajes hasta memorizarlos... Hasta que dejó de hacerlo y pensé que quizá ella había logrado olvidarme y me encontré mirando el celular durante horas a la espera de que otro mensaje llegara, con la promesa de que esta vez sí le respondería... Pero el mensaje nunca llegó y yo tampoco le escribí, quizá debí de haberlo hecho. Desde entonces he tenido que vivir con la esperanza de que Nancy la mencione en una de nuestras cenas, o de que alguien pregunte por ella para enterarme de sus pasos, de su vida, sin embargo nadie la nombra, al menos no delante de mí, como si su nombre se hubiese convertido en una especie de tabú. Y odiaba eso. Odiaba en lo que nos habíamos convertido.