A la mañana siguiente, la madre discutió con el padre lo ocurrido con su hija la noche anterior, mostrándole la llave que había encontrado en el desván.
—Así que sí, había una llave después de todo. ¡Déjame verla!
El padre tomó la llave, sumido en sus pensamientos, mientras su esposa le hablaba. Estaba completamente absorto en la llave y en la puerta.
—Cariño, ¿me estás escuchando? ¡Cariño! —gritó ella, sacándolo de su trance.
—Sí, lo siento. Es que estaba pensando en algo del trabajo. ¿Qué me decías?
—Te decía que ya pedí una cita con un psicólogo en el pueblo. Llevaré a nuestra hija esta tarde. ¿Puedes encargarte de los últimos objetos de la mudanza?
—Claro, cariño, no hay problema. Yo me encargaré de eso. Avísame cualquier cosa que suceda con nuestra hija.
—Está bien. Por cierto, ¿cuándo debes presentarte en el nuevo trabajo?
—En dos días. Ya veo.
Mientras transcurría el día, la idea de la llave y la puerta no se le quitaba de la cabeza al padre. Esperaba con ansiedad el momento en que su esposa y su hija no estuvieran, para ir a descubrir qué había detrás de esa misteriosa puerta. No podía dejar de pensar en ello.
—Bueno, es hora de irnos al psicólogo. Te encargo el resto, cariño.
—Sí, está bien. Ve con cuidado, y tú escucha a tu madre.
—Sí, papá.
Al salir su esposa y su hija, el padre bajó rápidamente al sótano con la llave en la mano, decidido a descubrir lo que había detrás de aquella puerta. Al acercarse a ella, su corazón latía con fuerza y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, como si fuera una señal de que algo malo estaba por suceder.
—Ahora veamos qué hay detrás de esta puerta...
Al meter la llave en el picaporte y girarla, un gran temblor sacudió toda la casa.
—¿Qué está pasando? ¡Qué temblor!
Después de unos segundos, el temblor cesó, y volvió a concentrarse en la puerta, que ahora estaba entreabierta. La empujó lentamente. Todo estaba oscuro, ni siquiera con la linterna que llevaba podía ver algo.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué está tan oscuro aquí? ¿Y qué es ese olor...? ¡Huele a podrido!
Un olor nauseabundo impregnaba todo el cuarto detrás de la puerta. Ninguna luz lograba penetrar esa oscuridad densa. Era extraño, pero la intriga crecía con cada paso que daba. Tapándose la boca y la nariz, avanzó lentamente, adentrándose en la negrura... hasta que la puerta se cerró de golpe a sus espaldas.
—
—¿Qué te pasa, cariño? ¿Por qué estás tan pálida? ¿Te duele algo? —preguntó la madre.
—No lo sé, mamá... Solo sentí que papá no esta bien. Quiero ir a casa, mamá. Quiero ver a papá.
—Está bien, vamos a casa. El doctor tuvo una urgencia, así que no nos pudo atender. Tendremos que volver otro día.
Al llegar a casa, la niña buscó desesperadamente a su padre, pero no lo encontraba. La madre también lo buscó, sin entender dónde se había ido. Lo llamó por teléfono varias veces, pero nadie contestaba.
—Cariño, ¿qué pasa? —preguntó la madre.
—Mamá, creo que papá está abajo... —dijo la niña, mirando la puerta del sótano con temor.
—Cariño, ¿estás ahí? ¡Cariño! —gritaba su esposa, sin obtener respuesta.
—Hija, parece que tu papá no está. Tal vez salió a comprar algo. Esperemos hasta que regrese.
Pasó la noche y el padre no volvía. La madre estaba cada vez más preocupada, pero trataba de no demostrarlo por el bien de su hija.
—Mamá, ¿dónde está papá?
—No lo sé, hija. Estoy segura de que tuvo alguna urgencia. Ya volverá. Vamos, ya es hora de dormir.
La madre llevó a su hija a la cama y la acostó, intentando calmarla, pues estaba muy alterada.
—Por fin se durmió... ¿Dónde estás, cariño?
De pronto, escuchó un sonido en la cocina. Asustada, tomó una escoba y se dirigió con cautela.
—¿Quién está ahí...? ¿Cariño? ¿Eres tú? ¿Dónde te habías metido? Estábamos muy preocupadas.
Con una voz fría, sin emociones, el padre respondió:
—Tuve algunos problemas y tuve que salir.
—¿Estás bien? Estás un poco extraño...
—No es nada. No te preocupes.
El padre no mostraba su rostro; solo le daba la espalda a su esposa. Ella se acercó lentamente, preocupada. Cuando él se dio vuelta, mostraba una sonrisa muy extraña y una mirada vacía.
—Estoy bien, cariño. No necesitas preocuparte —dijo con una voz hueca.
La esposa sintió que algo no andaba bien, pero aun así lo dejó pasar. Lo abrazó con cariño, y él le devolvió el abrazo... aunque su mirada seguía siendo profundamente inquietante.
—
A la mañana siguiente, lo primero que hizo la niña al despertar fue buscar a su padre. Cuando lo encontró, no lo reconoció.
—Mamá, ¿quién es él? —preguntó con una mirada de desconfianza.
—¿De qué hablas, cariño? Es tu padre.
—No... No lo es. Él no es mi papá, mamá. ¿Quién es él?
La niña, con miedo, se aferraba a su madre.
—¿Qué te pasa, hija? Cariño, algo le pasa a nuestra hija —dijo la madre, preocupada.
Mientras más se acercaba el padre, más miedo sentía la niña.
—¿Qué te pasa, hija? Ven acá, ven con papá.
—¡No, tú no eres mi padre! —gritó la niña, corriendo a su habitación.
—¡Hija, hija! ¿Qué te pasa? —exclamaba su madre, golpeando la puerta.
El padre no la siguió.
—Hija, abre la puerta. Tenemos que hablar.
—¡No! Él no es mi padre. No quiero verlo.
—¿De qué estás hablando? Yo soy tu padre, ven acá, hablemos.
—¡No, tú no eres mi papá! ¡¿Dónde está él?! ¡Devuélvemelo!
—Cariño, Espera un momento, yo me encargaré de esto.
—Está bien, te espero ahí abajo —respondió el esposo, con voz tensa.
—Hija, solo estoy yo. Ábreme la puerta, tu padre está esperando abajo.
Con cautela, la niña abrió lentamente, mirando a su alrededor con ojos llenos de miedo.
—¿Qué te pasa, hija? ¿Acaso estás molesta con tu padre?
—Él no es papá, mamá.su cara es rara
—¿De qué hablas, hija? La cara de tu papá es normal. No tiene nada de malo. ¿Qué es lo que tú ves?
—Sus ojos son negros... y su sonrisa está llena de dientes afilados. Da mucho miedo.