Esa risa se escuchaba por toda la casa, asustando al perro y al gato.
—Doctor, ¿cómo está mi hija? —Ya la examinamos por completo, señora, y no encontramos nada malo. No presenta ningún daño en la cabeza ni en ninguna otra parte de su cuerpo. —¿Entonces qué pasa con las alucinaciones? Mi hija ve cosas y está muy histérica. —Debería llevarla a un psicólogo. Los resultados muestran que su cuerpo está sano. Esto viene de su estado mental, señora. —Muy bien... gracias, doctor. La llevaré con un psicólogo —respondió la madre con una voz apagada, sin ánimo.
—Mamá, ¿ya podemos irnos a casa? —Sí, está bien, hija. Vamos.
De camino a casa, la madre seguía preocupada por su hija. La observaba por el retrovisor con gran tristeza, pensando que podría tener problemas psicológicos graves. Recordaba momentos en los que todo era normal, hasta que un pensamiento pasó por su cabeza: todo comenzó desde que llegaron a esta casa. Era muy extraño que una niña alegre y llena de vida se transformara en una niña callada, sin ánimos y con alucinaciones.
—Ya llegamos, hija. Ve a tu habitación a descansar. Te llamaré cuando la cena esté lista. —Sí, mamá —respondió con una voz apagada, atenta a todo lo que la rodeaba.
—Cariño, ¿dónde estás? Ya llegamos. ¿Dónde se habrá metido? Ah, cierto, dijo que iba a arreglar el sótano...
Mientras bajaba las escaleras, nuevamente sintió ese olor a podrido que había sentido la noche anterior. Cada paso hacia el fondo del sótano lo hacía más fuerte e insoportable.
—¿Qué es ese olor? ¡Es asqueroso! Me dan ganas de vomitar...
El estómago se le revolvía por el hedor, un olor tan potente que no pudo soportarlo y dejó de avanzar.
—¿Cariño? ¿Estás aquí? ¡Cariño! No aguanto más… parece que no estás aquí. Este olor es demasiado… me está empezando a marear.
Rápidamente salió del sótano, intentando alejarse del fuerte olor.
Sabía que ya había olido eso antes… —pensó—. Es el mismo olor que sentí en la noche. Parece como si hubiera un animal muerto allá abajo… Necesito encontrar a mi esposo para que resuelva esto.
La madre siguió buscando a su esposo por toda la casa, pero no lo encontraba, dando por hecho que no estaba en casa.
—Hablaré con él cuando regrese. Por ahora empezaré a preparar la cena.
Pasaron las horas y el padre no aparecía. La madre, preocupada, solo podía esperar sin poder hacer nada.
—No contesta el teléfono, por más que marque… ¿Dónde fuiste, cariño?
—Bueno, por ahora cenaré con nuestra hija.
—Hija, ya está la comida. Ven, vamos a comer. —Sí, mamá.
La niña seguía muy alerta a lo que ocurría a su alrededor. Su actitud no mejoraba; seguía igual, deprimida, con una mirada de temor.
— hija, mañana tenemos nuevamente una cita con otro doctor. —¿Otra vez, mamá? Pero si fuimos hoy en la mañana. ¿Por qué debemos ir nuevamente? —Este es un doctor distinto, hija. Hará unas preguntas muy sencillas y quiero saber cómo estás. —Está bien, mamá… ¿Y dónde está papá? ¿Por qué no está aquí comiendo con nosotras? —Tu padre tuvo que hacer un encargo. Volverá más tarde. Hasta entonces, vamos a comer las dos. —Sí...
Asintiendo con la cabeza, comenzaron a comer en silencio. En medio de la comida, se escucharon pasos acercándose, y la puerta se abrió.
—¡Aaaaaaah! —gritó la niña tan fuerte que asustó a su madre. —¿Qué te pasa, hija? —¡Volvió, mamá, volvió!
La niña, resguardándose con su madre, señalaba hacia la puerta, donde aparecía una figura.
—¿Cariño? ¿Eres tú? ¿Ya regresaste? —Sí, ya llegué. Hola, hija, ¿cómo estás?
La niña abrazaba fuertemente a su madre, temblando intensamente.
—¡Vete! ¡Vete! ¡Mamá, haz que se vaya, por favor!
No se atrevía ni siquiera a mirar a su padre, estaba completamente aterrada.
—Hija, tranquila. Aquí estoy, aquí estoy —acariciándola suavemente, la madre intentaba calmarla.
—Hija, soy papá. Ven acá. ¿Por qué no me miras? —¡No! ¡Tú no eres mi papá! ¿Dónde está mi verdadero papá?
—Está bien, hija. Ya todo está bien. Cariño, llevaré a nuestra hija a su cuarto para que se tranquilice. Tú come mientras tanto. —Está bien, cariño. Avísame si pasa algo.
La madre, al llevarse a su hija en brazos hacia su habitación, no vio cómo el padre sonreía de forma grotesca.
—Ya regresé, cariño. ¿Cómo está nuestra hija? —Está bien… me costó mucho calmarla, pero ya está dormida. ¿Y tú, ya comiste? —Sí, ya comí. Gracias por la comida.
—Ya contacté con un psicólogo. Mañana nos recibirán. Estoy muy preocupada por ella… primero escucha voces, luego alucinaciones… ¿qué pasará después? —No te preocupes, cariño. Todo se resolverá. —Por cierto, ¿dónde estabas? Te busqué por todas partes. —Fui a comprar materiales que necesitaba para arreglar la luz del sótano. —Hablando del sótano… bajé a buscarte ahí y me invadió un olor, como a podrido. Era muy intenso… me dieron ganas de vomitar solo de olerlo. Tal vez haya un animal muerto ahí abajo. ¿Te diste cuenta? Ese es el olor que mencioné la otra noche. —Ya veo. Lo revisaré, tal vez haya un animal muerto como tú dices. —Por cierto, ¿qué pasó con Burbuja? No lo vi afuera, ni a él ni a Motita. ¿Los sacaste como te pedí? —Sí, los llevé al veterinario para que los revisaran. Están bien. Mañana iré a recogerlos. —Bien… gracias, cariño. Será mejor que vayamos a descansar. Mañana tenemos que salir nuevamente a la consulta con el psicólogo.
Las horas pasaron, el día llegó.
—Buenos días, cariño. Te levantaste temprano. Ahora preparo el desayuno. Por cierto, nuevamente sentí ese olor en la noche. —Tendremos que llamar a alguien para que lo revise hoy empiezo el trabajo, así que no podré hacerlo. —Está bien, buscaremos a alguien después de la cita con el psicólogo. —Tengo que irme. Necesito arreglar algunos asuntos del trabajo. —¿Y el desayuno, cariño? —No es necesario, gracias. —Cariño, ¿te pasa algo? Desde hace un tiempo te siento un poco distante. —No es nada. Solo los cambios que hemos tenido… y lo de nuestra hija. Estoy un poco estresado, eso es todo. Bueno, me voy. —Está bien. Que te vaya bien, cariño.