—¡Hija! ¿Qué te pasa? Por favor, ábreme la puerta… ¡hija!
La niña no respondía. Solo se escuchaba su llanto detrás de la puerta, mientras la madre, desesperada, intentaba entrar para consolarla. Rápidamente fue a buscar la llave del cuarto. Desesperada, revisó cajones, ropas… todo volaba por el cuarto convertido en un desastre, hasta que por fin:
—¡La encontré! Hija, ya voy.
Corrió al cuarto de su hija, abrió la puerta entre sollozos, y al hacerlo la vio oculta bajo las cobijas, desconsolada.
—¿Qué te pasa, hija? Por favor, contéstame… aquí estoy.
La madre la abrazó fuertemente, haciéndole sentir su presencia. La niña respondió al abrazo con igual fuerza, aferrándose a ella tan intensamente que la madre podía sentirlo.
Acariciando su cabeza con cariño, trataba de calmarla, pero la niña apenas podía hablar.
—Mamá… mamá… ahora no solo se llevaron a papá, sino también a Burbuja y a Motita… ¿Dónde están ellos? ¿Dónde está papá?
Lo decía con una voz quebrada, sorbiéndose los mocos y lágrimas.
—Hija, no sé lo que ves, pero no es real. Tu papá, Burbuja y Motita están bien. Lo que ves no es real. Tranquila, cariño. Mamá está aquí contigo. Yo tampoco me iré.
La madre la sostuvo fuertemente hasta que la niña, agotada, dejó de llorar y cayó dormida.
La madre, al verla dormir, cayó de rodillas al suelo. Lloraba en silencio, sin que su hija la escuchara.
—No importa lo que pase, hija… yo siempre estaré ahí para ti —dijo con una voz quebrada.
Ya más calmada, fue por el teléfono para llamar a su esposo. No podía enfrentar todo sola, o al menos eso pensaba.
—Hola, cariño. Necesito que vengas a casa. Nuestra hija está muy mal.
—Está bien, iré para allá lo antes posible.
Mientras la madre se sentaba en el sillón, derrotada, el perro y el gato solo la miraban con una mirada perdida.
—¿Qué pasa, Burbuja? ¿Motita? ¿También están preocupados por ella?
Pero ellos ni siquiera parpadeaban. Estaban quietos como piedras, mirándola fijamente, al punto de incomodarla.
—Ya es suficiente. ¡Salgan afuera!
Al no hacer caso, intentó tomarlos en brazos para sacarlos, pero, de pronto, se pusieron agresivos. Cuanto más se acercaba, más agresivos se volvían.
—¡Motita! ¡Burbuja! ¿Qué les pasa? ¡Paren ya, por favor!
Gritaba una y otra vez, pero ellos no respondían. Al ver que sus palabras no funcionaban, tomó una escoba para intentar ahuyentarlos.
—¡Salgan afuera ahora! —ordenó con una voz fuerte, sin titubear—. ¡Ahora! ¡No tengo tiempo para lidiar con ustedes!
El perro y el gato salieron disparados, pero no sin antes orinar en la cocina.
—¿Qué les pasa...? ¡Nunca se habían comportado así! Siempre fueron obedientes. ¡Y ahora esto! ¿Qué está pasando aquí? ¡Ya no puedo más!
Se llevó las manos a la cabeza, lamentándose, sin entender nada.
Media hora después, la puerta se abrió. El esposo había llegado.
—Cariño… qué bueno que llegaste. Ya no puedo más. No sé qué hacer…
Se abalanzó hacia sus brazos como una niña, llorando, aferrándose a él mientras su esposo la sostenía con una expresión vacía, sin emociones.
—¿Qué te pasa, cariño? ¿Qué pasa con nuestra hija?
—Cariño, de repente se puso a gritar y se encerró en su cuarto llorando sin parar hasta que se quedó dormida. Esta vez no pude calmarla. Y no es todo… Burbuja y Motita están actuando raro. ¡Se pusieron agresivos y hasta orinaron en la cocina! Esta casa… desde que nos mudamos, todo ha sido un infierno. ¡Quiero irme! ¡Quiero volver a nuestra vida de antes, por favor!
Lo decía con una voz rota, pura desesperación.
—Está bien, cariño… cálmate. No es culpa de la casa. Son cosas que pasan. Primero, tranquilicémonos. Vamos a buscar ayuda para nuestra hija. Y con Motita y Burbuja… ya veremos cómo solucionarlo. Todo estará bien.
Mientras él la abrazaba y acariciaba su cabeza, su rostro se deformaba lentamente: ojos oscuros, dientes afilados y una sonrisa que se extendía de lado a lado, como si fuera a reír en cualquier momento.
Pasó una larga noche. La hija seguía dormida, la madre agotada cayó rendida en la cama, mientras su esposo la consolaba.
En medio de la noche, el marido se levantó suavemente, apartó a su mujer y fue hacia la puerta del sótano. Bajó lentamente las escaleras y atravesó la Puerta Roja. El sonido de la puerta cerrándose la despertó.
—¿Cariño...? ¿Dónde estás, cariño?
Empezó a buscarlo. Revisó primero el cuarto de su hija, que seguía dormida. Bajó las escaleras, buscó en la cocina, en los otros cuartos… nada.
Pasó frente al sótano y algo la llamaba. Su cuerpo se llenó de escalofríos. Su respiración era entrecortada, sus manos sudaban al intentar girar el picaporte.
Un ruido la detuvo. Alguien raspaba la puerta de entrada. Un maullido y un ladrido lo acompañaban. Burbuja y Motita parecían locos intentando entrar a la casa.
—¡Motita! ¡Burbuja! ¡Paren ya! ¡He dicho que paren ya!
Nuevamente, tomó la escoba y salió a enfrentarlos… pero al abrir la puerta, no había nadie. Miró a todos lados. Nada.
Cerró la puerta con seguro, tragó saliva y volvió a dirigirse al sótano. Lentamente, tomó el picaporte… hasta que una mano tocó su hombro.
Gritó fuertemente. Su corazón latía con fuerza, se atragantaba con saliva, su cuerpo no le respondía.
—Cariño… ¿qué pasa? ¿Por qué gritas?
Al darse cuenta de que era su esposo, se calmó poco a poco. Aun así, las lágrimas brotaban de sus ojos.
Se abalanzó a él, abrazándolo con fuerza. Él acariciaba su cabeza con gentileza… pero poco a poco, su fuerza aumentaba.
—Cariño… ¿qué pasa? Me estás haciendo daño…
—Tranquila, cariño… estoy aquí para ti… para ti… —susurraba con una voz diabólica.
Ella luchaba por zafarse. Pero al verle la cara, su fuerza desapareció por completo. Ya no lloraba. El impacto era demasiado fuerte.
—Tranquila… tranquila… pronto acabará…