Dinastía

Capítulo 1: El trato

DINASTÍA
Capítulo 1: El trato
Narrado por Miley

Mi padre sonríe.
Y eso, por sí solo, ya es una alarma.

La mesa está servida como si esperáramos a la realeza. Los cubiertos están alineados con una precisión quirúrgica, la vajilla de porcelana parece recién comprada y hay más sirvientes de lo habitual rondando por la casa. Si me quedaba alguna duda de que esta cena era algo más que un simple negocio… ya no.

—¡Miley! —grita Nana desde el primer piso.

Ignoro su voz, como suelo hacer con todo últimamente, y subo a cambiarme. Enciendo los altavoces de mi habitacion a todo volumen, con alguna canción referente al sexo, lo que se que parece ser un sacrilegio para mí mamá, mientras me maquillo con calma. Tarareo mientras muevo las caderas con ganas. Me niego a pensar en lo que significa esta noche. Especialmente porque ni siquiera sé por qué tengo que estar presente.

Un llamado entrante ilumina la pantalla de mi celular. Es mi ex.
Lo dejo sonar. No tengo espacio para gente que vende mi confianza al mejor postor. Y menos a los medios.

Por cosas como estás, es que no puedes salir con un pobre con deseos de dinero rápido. Y menos si dice amarte en la primera semana. Decidí ignorar el tema y empezar a cambiarme.

Estoy subiéndome el cierre del vestido cuando Nana entra, apaga las bocinas y me mira con esa expresión de “más te vale portarte bien”.

Le sonrío: dulce, falsa, obediente. Como se espera de mí.
Después de todo, esto es una obra de teatro, y yo soy la actriz principal.

Mis padres me esperan en la planta baja, tan impecables como siempre, como si fueran a una sesión de fotos y no a fingir que todo está bajo control.
Mamá me escanea con la mirada, de pies a cabeza, como si esperara encontrar un broche mal puesto o un escote cinco milímetros más bajo de lo aprobado.
Papá asiente, con ese gesto que no significa nada, pero que claramente dice: bien, al menos hoy no estás arruinando la campaña.

No dicen una palabra. No lo necesitan. Ellos decidieron lo que iba a ponerme antes de que yo siquiera abriera los ojos. Solo verifican que no haya osado pensar por mí misma.
Y después del escándalo de la semana pasada, no me conviene tentar la suerte.

Papá bajó un diez por ciento en las encuestas. El país podría perdonarle una promesa rota, pero jamás una hija promiscua.

Me cuesta mantener la sonrisa. La forma en que me miran, como si yo también fuera parte del mobiliario de lujo, siempre ha dolido más de lo que estoy dispuesta a admitir.

—¿Por qué tengo que estar en esta cena? —pregunto, más por costumbre que por esperanza.

—Porque el negocio tiene que ver contigo —responde mi madre con una sonrisa que no me gusta nada.

—¿Qué clase de negocio?

—Haces demasiadas preguntas —sentencia mi padre.

Perfecto. Esta va a ser una noche encantadora.

Cuando suena el timbre, Nana se encarga de abrir. Nosotros tomamos posición en la sala como si esperábamos al presidente.
Por el contrario, entran tres personas. Y aunque jamás los he visto, la mujer se me hace conocida.

El hombre al frente —alto, traje a medida, mandíbula de acero— parece salido de una portada de revista. Su sonrisa es tan falsa que casi brilla. A su lado, una mujer envuelta en joyas que probablemente valen más que mi auto. Su mirada se posa sobre mí como si ya me hubiera comprado. Tal vez lo hizo.

Y por último, él.
El hijo.
Cabello rubio corto, ojos azul cielo y una expresión de fastidio que me resulta familiar. Está aburrido, irritado, incómodo. Como si este teatro tampoco fuera su idea.

—Buenas noches, pasemos a cenar y luego hablemos de negocios —exclama mi padre, más emocionado de lo que lo he visto en años.

Durante la cena, los adultos hablan de contratos, acuerdos y herencias. Selena —así se llama la señora joyero— no disimula su escrutinio hacia mí, y escuchó como se toma el tema de su candidatura en la cena, así que asumo que es compañera de papá.

El chico, en cambio, no dice ni una palabra. Solo mira.
De vez en cuando, nuestras miradas se cruzan. No hay química, ni odio, ni interés. Nuestros padres ni siquiera se molestaron en presentarnos.

—Necesito ir al baño —dice él de pronto, mirándome directo.

Antes de poder responder, siento un apretón en el muslo. Mi madre. Su sonrisa sigue intacta, pero sus uñas se clavan como advertencia.

Me levanto sin decir nada, lo guío por el pasillo, le señalo la puerta del baño. Pero él no entra. Solo se queda ahí, mirándome.

—No querías venir al baño, ¿verdad?

Él niega, encogiéndose de hombros. Se toma su tiempo antes de hablar.

—¿Tienes idea de lo que se traen entre manos?

Me encogí los hombros, incapaz de responder a su pregunta. En cambio, le hice una pregunta algo desconcertante:

─ ¿Confías en mí?

Me miró como si me faltara un tornillo y justo cuando abrió la boca para responder lo tome de la mano y lo jale devuelta al comedor lo más rápido que mis pies me permitieron.

─ ¿No has escuchado que la curiosidad mató al gato? ─ susurra detrás de mí mientras ambos escuchábamos la conversación que mantenían los adultos.

—¿Nunca oíste que la curiosidad mató al gato? —susurra detrás de mí.

Nos detenemos justo a tiempo para oír el final de la conversación.

—Es un gusto haber hecho negocios con usted—dice Edward, el padre del rubio, estrechando la mano de mi padre.

—Hoy mismo sería perfecto —añade mi madre, con la sonrisa del gato de Cheshire.

—Les enviaremos sus maletas mañana a primera hora —completa mi padre.

¿Maletas?

Mi estómago se encogió. Literalmente. Como si acabara de tragar un puñado de piedras.
Miré al rubio. Él también parecía confundido, pero en sus ojos había algo más: miedo. El mismo miedo que ahora empezaba a filtrarse bajo mi piel.



#53767 en Novela romántica
#14146 en Joven Adulto

En el texto hay: embarazo enredos amor

Editado: 13.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.