Dios así lo quiso

Parte 3

Cuando quedó sola en el carruaje Erika miró el paisaje, era algo gris, nublado, se acurrucó en el asiento y cerró los ojos, dormitando. Un tiempo después sintió que paraban, el lugar era enorme, era un castillo muy antiguo. En la entrada estaba otro de los sirvientes.

— Srta. Auer, un gusto conocerla, sígame por favor — se dirigió al cochero — lleva las cosas de la señorita a su cuarto, por aquí por favor.

Cada paso retumbaba como un rayo en el silencio de los pasillos, las esculturas, las pinturas eran oscuras, sentía que la seguían con sus miradas frías.

— Está será su habitación, mañana la espera el Sr. Daimon para explicarle sus obligaciones, la cena se servirá a las 18:00, la cocina está al fondo de este pasillo ¿Necesita algo más?

— No gracias.

Cuando se quedó sola admiró el lugar, era muy amplio, en sus otros trabajos ese espacio era para 4 o 5 sirvientes, nunca pensó que fuera así, muy iluminado, la cama tenía columnas, abrió una puerta que estaba medio abierta, era un baño... ¡¡¡Su habitación tenía baño privado!!! Más que el cuarto de un ama de llaves, parecía la de una visita.

Unas horas después, ya instalada fue a conocer a los demás sirvientes, en la cocina estaba el hombre que la recibió.

— Buenas noches Srta. Erika, soy Hermann, el mayordomo, permítame presentarle a Rudolf, ayuda en lo que se necesite fuerza, además es quien va a comprar los víveres a la ciudad, su hermano Roland, es el cochero y encargado de los caballos.

Ambos tenían como 20 años, eran morenos, gemelos, pero se peinaban el cabello para lados distintos, debe ser para diferenciarlos pensó Erika.

— Las señoritas Griselda, y sus hermanas Hilda, Odetta, Walda, Ilse y Enma son las mucamas — aunque no se lo hubieran dicho, la nueva ama de llaves podría haber supuesto que eran familiares, todas se parecían.

— Señores, señoritas, vamos a comer.

— Don Hermann ¿Usted es familiar de alguien de aquí?

— Sí, Walda la cocinera, es mi esposa.

— Que curioso que todos sean familiares aquí.

— El amo cree que es lo mejor para mantener la armonía.

— ¿Y quién era la anterior ama de llaves?

El hombre miró en forma extraña a los demás.

— Era... la sobrina de la anterior, pero falleció por la edad. Ahora el señor no quiere a nadie de aquí, por eso puso el aviso. Ya basta de hablar de trabajo. Gracias cariño — recibió un plato de sopa.

La cocinera era la típica mujer pasada de peso, con rostro amistoso. La comida era exquisita.

Cuando terminaron de comer las mucamas lavaron la loza.

Erika se sentía confortada, los sirvientes se veían bien, felices, conversadores, no se les veía marcas de golpes.

— Hasta mañana — dijeron el mayordomo y la cocinera.

La nueva ama de llaves entendió que la mirada del cochero era solo de curiosidad, como todos los demás del castillo, apenas quedaron solos con ella, la acosaron a preguntas sobre modas, y demás de la ciudad.

Se acostó nerviosa ¿Y si al señor no le caía bien? Ya había pasado con otras conocidas, que cuando no les gustaban a los dueños de casa, eran dejadas a su suerte.

Le costó un poco dormirse, a la mañana siguiente el mayordomo tocó suavemente su puerta.

— Srta. Erika, el desayuno se sirve en una hora, luego el señor la estará esperando.

Comió sin hablar mucho, deseando que pudiera quedarse.

— No debe tener miedo — dijo la cocinera — el amo es una buena persona, ya lo vera.

Entró a un salón precioso, estaba decorado con mucho gusto, había objetos muy bellos por todos lados, la cortina abierta dejaba pasar la luz tenue del sol naciente. El Sr. Daimon estaba sentado en un sillón frente a la chimenea, al escuchar los pasos cerca se levantó, era de altura normal, igual que su contextura, su cabello era negro y sus ojos café oscuro que brillaban de manera bastante singular.

— Un gusto Srta. Erika, asiento por favor.

— Gracias Sr. Daimon — se acomodó en el borde de un sillón.

— Necesito que se haga cargo de mi castillo, usted será quien designe las tareas, y todo, hasta el mayordomo deberá recibir sus órdenes. Él la pondrá al tanto de las costumbres y rutinas ¿Alguna duda?

— No señor, solo quería agradecerle que me eligiera para este puesto. Ha sido un verdadero ángel para mí.

Él amo del castillo se movió incómodo en su asiento, para luego volver a su sonrisa, aunque ahora era algo forzada.

— No diga eso — se levantó el hombre, ella lo imitó — debo irme a un viaje corto, será de una semana, espero que cuando vuelva ya haya tomado el ritmo de todo en ese tiempo.

— Así será señor — le hizo una pequeña reverencia y se fue. Iba pensando que su responsabilidad era muy grande, ya había hecho algo así pero no con tantos sirvientes, ni en un lugar tan grande.

— Srta. Erika, por aquí, si le parece puede estar conmigo este día así aprenderá más rápido los movimientos del castillo.

— Me parece bien, ustedes son muy amables de verdad ¿Nadie quería mi puesto?

El hombre por un rato miró al vacío, pensando.

— El amo quería alguien de fuera, aquí nadie podría asumir este puesto. Ahora a seguir nuestras labores.

Ya a la semana Erika había aprendido el movimiento del castillo, no era un trabajo complicado, todos eran muy amables, a veces llegó a sentirse como si fuera la dueña del lugar, porque todos la trataban así. Solo le molestaba que ha veces sentía como si alguien la vigilará, pero no veía a nadie cerca.

— Ya debe haber tomado el puesto sin problemas — preguntó el Sr. Daimon cuando volvió.

— Así es, todos son muy amables conmigo.

— Me alegro ¿Ya conoció a Medianoche?

— ¿A quién?

— Cuando lo vea sabrá de quien le hablo. Voy a descansar, con su permiso.

Erika lo vio irse con ojos soñadores, era un hombre tan galante, elegante, que por un momento deseo que él se fijara en ella.



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En el texto hay: tristeza, demonios, amor

Editado: 03.09.2021

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