Dios así lo quiso

Parte 4

El ama de llaves empezó a correr asustada, al ver a Roland, se le acercó nerviosa.

— ¿Qué le pasa Srta. Erika? — le preguntó preocupado.

— Hay algo que me ha seguido, estoy segura, y ahora vi...

En ese momento un gato negro apareció de un sector de la entrada, sentándose a mirar a los dos humanos.

— Hola Medianoche — dijo el muchacho.

— ¿Ese es Medianoche?

— Sí, es un excelente cazador ¿Él fue quién la asustó?

— La verdad sí, no sabía que había un animal, no he visto comida para él en la cocina ¿Quién lo alimenta?

— Nadie, él se cuida solo, es muy inteligente.

Ahora recordó que le llamó la atención que el castillo no era como en las casas que había servido, la cocina y todos los lugares de los empleados no estaban plagados de roedores ni de escarabajos, la cocina estaba impecable.

— Hola, soy Erika — se acercó con cuidado al felino, nunca había tenido contacto con animales en sus otros trabajos.

El gato la miró, se acercó y se refregó en la falda de su vestido.

A la mujer le cayó en gracia, desde entonces Medianoche siempre andaba cerca de ella. 

El dueño de la casa salía de viaje periódicamente, y siempre le traía algún presente, con el tiempo ella se enamoró de él, pero sabía que alguien de su alcurnia nunca se fijaría en una mujer de pueblo, sobre todo teniendo en cuenta que siempre llegaban muchas damas de la nobleza de visita, además estaba la Srta. Lilith, que se había convertido en una buena amiga de la ama de llaves. Muchas veces la pelirroja pasaba algunas noches en el castillo. 

Erika se esmeraba para tener todo perfecto para las reuniones que había periódicamente, no quería que la despidieran, agradecía por fin haber encontrado un lugar tranquilo para vivir.

Seis años después, al volver de uno de sus viajes, el Señor del Castillo llamó a su escritorio a la Srta. Erika.

— A la noche va a haber un banquete.

— ¿Cuántas personas vendrán?

— Solo estaremos los del castillo, quiero que celebremos que hace seis años que llegó.

— Señor, me sorprende, no sé qué decir.

— Vaya a arreglarse, los demás prepararan todo — le pasó un bulto — este es mi regalo para usted ¿Podría usarlo esta noche?

— Muchas gracias.

Ya en su cuarto, se probó el obsequio que era un vestido, le quedó perfecto, era oscuro con forro grueso, y encima con decorado de encaje negro, algunas perlas estaban en el borde del cuello alto, y los puños.

— Es precioso, debe haberle costado mucho, querrá... no, como alguien se fijaría en alguien de mi edad, que locuras me pasan por la mente, además si me quisiera como amante, no haría todo esto. Seguramente entre él y la Srta. Lilith hay algo más, es una aristócrata como él, toda una dama.

Como invocada, la pelirroja tocó la puerta de la habitación.

— Que sorpresa.

— Me invitó Daimon.

— ¿A usted también?

— Sí, mi amigo me comentó lo que harían y quise venir, le traje este regalo — le pasó un relicario de plata.

— No sé cómo agradecerle, es precioso.

— No es nada, iré a la sala.

Cuando la mujer quedó sola, se apresuró a vestirse.

Esa noche Erika tenía el puesto de honor, todo fue muy solemne, al terminar le pidieron que se sentara en la sala en una silla instalada en medio del lugar, todos se pusieron a su alrededor.

— Quisiera hacerle una pregunta.

— ¿Dígame Sr. Daimon? — no quería que su voz sonará nerviosa.

— Sé que esto le parecerá muy raro... la cena de hace un rato fue el preludio de... quisiera perdirle que sea mi esposa.

Ella miro confundida al aristócrata.

— No entiendo, yo... solo soy una empleada.

— Que me conquisto, es una persona sosegada, calmada, de buenos sentimientos, se ha ganado el aprecio de todos, y mi corazón.

— No sería mejor la Srta. Lilith, ella es de la aristocracia como usted.

— No me importan esas cosas, he conocido muchas damas, pero ninguna como usted.

Ella miraba a todos pensando si era una broma, pero el rostro serio de quienes la miraban le confirmo que la petición era verdadera.

— Yo... yo... — no podría creer su buena fortuna, desde hace años lo amaba en silencio, y ahora... — acepto — respondió sonrojada.

— Felicidades — la pelirroja le dio un abrazo.

Los arreglos fueron rápidos, el enlace sería en un mes más.

Pero una noche antes de la ceremonia Erika no podía dormir, escuchó voces susurrando en el gran salón, se levantó y vio un grupo de seres extraños, con alas negras, y ojos rojos.

— No puede ser — la mujer se desmayó de la impresión.

Cuando despertó estaba en su cama con su prometido de pie a un lado y Lilith en el otro.

— Los vi... los vi... ustedes...

— Por favor serénese Erika.

— No me toque, ustedes son demonios.

— Yo si — dijo la pelirroja — pero él es..

— Soy Lucifer.

Erika tomó el crucifijo que estaba en su cuello, aterrorizada.

— Por favor déjeme explicarme... — rogó el aristócrata.

— No, usted es maligno, cruel, un ser oscuro, me iré lo antes posible, no quiero perder mi alma.

— ¿Por qué piensa que soy así? — en su mirada del varón había mucho dolor.

— Todos lo dicen.

— A conocido personas que todos dicen que son buenos ¿Y lo son?

Ella recordó cuando trabajo con el obispo.

— Usted apoya a la gente malvada y la ayuda en sus crímenes.

— Error, yo no los ayudo. Quienes son malvados en vida, yo los espero en la muerte para llevarlos al infierno.

— Y allí los premia.

— ¿Premiarlos? Acaso no recuerda sus clases de catecismo, yo los castigo, el Superior, cuando empezaron a reproducirse los humanos y empezaron a dañarse unos a otros, creo el cielo y el infierno, él regiría el cielo, y como necesitaba alguien que hiciera lo mismo en el averno, me designó, y yo no pude negarme, fue su decisión. Dios así lo quiso, y nada ni nadie puede ir contra su voluntad.



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En el texto hay: tristeza, demonios, amor

Editado: 03.09.2021

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