Después de lo sucedido en la fiesta de cumpleaños de Adina, no la he vuelto a ver. ¿Por qué? Tuvimos una semana libre en la escuela debido a una plaga de abejas que había y eso me salvo de la vergüenza por unos días.
Estaba coloreando unos dibujos que mami me hacía de mis caricaturas favoritas; mami dibujaba las caricaturas más bonitas del mundo. Cada vez que terminaba mi obra de arte -porque así lo nombraba al terminar el trabajo realizado por mami y por mí- lo pegaba en mi habitación.
De pronto, escuche el timbre sonar y avisé rápidamente a mami. Ella me aconsejaba que nunca abriera la puerta sin avisarle a ella. Mami me dijo que ya sabía quien era así que fui sin ningún inconveniente a abrir.
—Hola Galehidrelle —Sonrío amablemente Adina.
¡Oh no! ¿Ahora que hacía? Lo primero que hice con mi nerviosismo fue cerrarle la puerta.
Adina tocó y no respondía. Volvió a tocar.
—Galehidrelle, no estoy enfadada ¿por qué no me dejas pasar? —me comunicó.
Abrí la puerta lentamente.
—¿No lo estás? ¿Segura? Fui una tonta por no fijarme —me entristecí.
—¿Por qué enojarme contigo? Sé que no fue tu intención hacerlo. Todos cometemos errores, eso es lo que mi abuelita me ha dicho siempre —Me sonrío.
Luego de esa pequeña plática, volvimos a tener nuestro club. Y la abuelita de Adina tenía razón: todos alguna vez cometemos errores y de ellos se aprende a no volverlos a cometer.
Pero en mi vida no sólo cometía errores, sino que me pasaban desgracias y eso era por no ser bendecida.
¿Que había hecho a mi corta edad para merecer desgracias?