NOVIEMBRE.
LUNA
Estoy muriendo.
Sombras alrededor solo mirando, disfrutando mi dolor. Mi sufrimiento. Algunas de ellas ríen al ver la desesperación de no poder liberarme. El granito es frío, duro, al igual que la noche, la luna es roja como la sangre que bombea a toda velocidad dentro de mi cuerpo por la adrenalina, por el miedo de morir de nuevo.
Sé que no es real pero no puedo evitar estar asustada al no tener el control, se lo que sigue, cada movimiento de las sombras a mi alrededor esperando. A que ella aparezca para iniciar con su canto, para dar mi último suspiro en el momento exacto donde me apuñala directamente al corazón con su daga de oro.
Despierto agitada como siempre, corro hacia el baño para vomitar tomada de los costados blancos y fríos de la porcelana del inodoro, tratando de contener mis lágrimas por el terror de la pesadilla, la luz de la luna llena entraba por mi ventana iluminado mi habitación vacía, la única luz que yacía en el silencio de la noche, nadie en mi familia se daba cuenta del terror que era para mí que estos días llegarán, disimulaba muy bien frente a ellos, no podía contarle a nadie; me tomarían por loca o paranoica, por supuesto mi madre adoptiva me llevaría a la iglesia para rezar por mi alma, porque para ella todo lo que pasaba a nuestro alrededor tenía que ver con dioses y demonios.
Me sostengo del material frío de la bañera para no caer al levantarme.Tan débil, como de costumbre, jadeando, débil por la fuerza que me producía desechar toda la cena, repitiéndome una y otra vez; es solo una pesadilla, una de muchas que ya he tenido.
Pero este último año, la ansiedad de las pesadillas no me dejaba ni de noche como de día, era demasiado extraño que ese sueño me atormentará, llegue hasta pensar que era mi futuro, acosándome, pero si era mi futuro como lo podía evitar. Regreso a la cama sin fuerzas para tumbarme solo a ver el techo, en espera a que amanezca.
Ya está por amanecer, otra noche sin dormir; tomo mi ropa deportiva con mi suéter negro favorito para salir a correr, es lo único que necesito para dejar de pensar en tonterías, antes de iniciar con mi último año de clases, no puedo creer que al fin saldré de este pueblo sin futuro, a la única que echare de menos es a mi hermana, todavía no comprendo porque se quiere quedar en casa con mi madre adoptiva, no es un gesto que ella se merezca. Temo que la locura sea contagiosa, quizás cuando me aleje de este lugar, mis pesadillas se queden aquí con toda esta locura.
El clima frío quema mis mejillas, pero no me molesta el correr hasta que mi corazón no pueda más, poco a poco me adentro en el bosque apartándome del camino. Reaparece ese sentimiento de añoranza, como si alguien me estuviera esperando en lo más profundo del bosque.
Continuo corriendo, adentrándome más y más donde no se alcanza a ver nada más que pinos y musgo en las rocas, el silencio es frío como el aire, solo puedo escuchar mi respiración agitada por el ejercicio, el aire golpeando suavemente los árboles, estiró los brazos sintiendo el aire pasar entre mis dedos; esta paz que siento al estar sola, quitándome todo el peso sobre mis hombros, el cansancio por no haber dormido suficiente, lo agitada que estaba por correr tanto, llenando de energía, todo se detiene estoy llegando a mi éxtasis.
Se escuchaban unos pasos acercándose, el crujir de las ramas debajo de las pisadas, giro sobre mis pies para sorprenderme con lo que está parado frente a mí.
Un escalofrío recorrió toda mi columna vertebral al mirar esos enormes ojos verdes mirándome fijamente, con una media sonrisa.
—Creo que está perdida —murmuró con voz ronca.
Negué con la cabeza no podía dejar de mirar lo blanca que era su piel al igual que la nieve resaltando su cabello castaño, nunca lo había visto y eso era raro ya que en un pueblo tan pequeño, todos nos conocíamos entre sí, y la mayoría eran ya mayores, por supuesto él no podía pasar de ser percibido.
—ok, sospecho que no sabes hablar. así que seguiré mi camino —dijo acercándose lentamente
no pude evitar retroceder cuando llegó a estar tan cerca que podía olerle.
—¿Quién eres? —fue lo único que salió de mi boca. No articulaba ninguna palabra más, mis manos sudaban, no sé, si era temor o sorpresa por su belleza.
Sonrió, retrocediendo un paso.
—soy un hada del bosque —contestó en tono serio.
No sé porque algo dentro de mí me decía que era algo antinatural. Pero vamos un hada, cree que estoy loca para creerle.
—y ¿tú eres? —pregunto levantando una ceja.
—Luna —no podía dejar de mirarlo, mis ojos me ardían por no parpadear lo suficiente.
—Diosa supongo —rió burlándose.
—Es extraña tu manera de coquetearme ¿sabías?
—quien dice que estoy coqueteando contigo —contestó, mirándome de arriba abajo. —no eres mi tipo
—Bien. —Al carajo, debo estar loca por hablar con un desconocido en medio del bosque.
—Bien, si no estás perdida te dejo, fue un gusto Luna —se despidió con la mano, caminando de regreso hasta que ya no puede verle más.
Regresé a casa después de unos minutos, no sabía que había sido eso. pensándolo bien era extraño, no vestía de forma deportiva o cómoda, para pensar que estuviera corriendo, más bien su ropa no era para este clima, quien en sano juicio anda por ahí con una camiseta blanca formal en medio del bosque.
No dejaba de pensar en si era real lo que había visto o una alucinación, no sería la primera vez, hace meses habría jurado que miraba a una mujer la cual me seguía por todos lados, pero nadie más se daba cuenta de que ella estaba ahí.
Continúe con mi rutina diaria.
Todas las clases pasaron tan rápido, no me podía concentrar en nada, era como si todo pasara frente a mí a toda velocidad y estuviera en modo pausa. Solo viendo el mundo moverse alrededor, como si no fuera parte de él, no podía dejar de pensar en lo ocurrido esta mañana, en el chico del bosque, había algo en el que me parecía familiar y extraño.