—Majestad —anunció el mayordomo de la casa real golpeando con ligereza la enorme puerta de madera finamente tallada que alberga la habitación del rey —la chica llegó.
Unos segundos de silencio tomaron protagonismo hasta que los pasos arrastrados del monarca se sintieron acercarse hacia la puerta oscura.
Tristan abrió con una sonrisa ladina en el rostro, luciría radiante si no fuese por su aspecto desaliñado y el olor tan fuerte a alcohol que desprendía.
Repasó sin sutileza alguna la figura de la mujer de cabellos oscuros y exuberantes curvas que esperaba junto al mayordomo. Era una de las chicas de Isidora, en su burdel se encontraban las bellezas más cautivantes y exóticas de la región.
La sonrisa de sus labios se ensanchó y en sus ojos color bosque profundo apareció una malicia muy típica en él.
Últimamente estaba frecuentando los servicios de profesionales del sexo mucho más seguido que antes, y no porque lo necesitara, era un hombre joven, atractivo e inteligente, además ¡era el rey! cualquier mujer se rendiría ante él más que gustosa, pero Tristan prefería siempre la experiencia y la discreción que le ofrecían las chicas de Isidora. Con ellas todo era más sencillo y rápido. No tenía que perder el tiempo en atenciones innecesarias ni en demostrar un interés que no sentía.
—Lotus —extendió su mano derecha a la chica y esta la tomó radiante y sonriendo con coquetería —Puedes retirarte —anunció a su mayordomo y cerró la puerta de la habitación luego de entrar con la joven.
El soberano desandó el camino que lo alejaba del gran escritorio de roble, y sin desviar la mirada de Lotus, se sirvió un largo trago de la bebida ambarina que estaba próxima a terminarse. Acercó una silla con la mano libre y se dejó caer en esta con las piernas abiertas y estiradas, recostándose al respaldo de madera. La camisa la llevaba desabotonada hasta el ombligo, quedando al descubierto gran parte de su pecho y abdomen.
La mujer de ojos grandes y verdes recorrió la figura de su rey y las manos comenzaron a cosquillearle por el deseo de tocarlo. Aquel hombre no era como la mayoría de los clientes que solicitaban los servicios del burdel; él refulgía elegancia y maldad al mismo tiempo. Tenía una belleza hechizante y cruel. Era capaz de hacerte perder la cabeza bajo su profunda mirada oscura, a la vez que lograba erizar cada poro de tu piel por la mezcla entre deseo y miedo que provocaba. Te vendía un viaje a las sombras que terminabas deseosa por emprender. Vendía, sí, porque el monarca de Firetown no hacía nada gratis, siempre había un truco, una trampa, un interés.
—Ven aquí, pequeña —susurró con voz ronca y la meretriz se movió con gracia hasta quedar frente a él, lentamente comenzó a arrodillarse al tiempo que bajaba sus manos por todo el pecho del rey.
Ella intentaba no verlo directo a los ojos, al menos no por más de una milésima de segundo, aunque se moría de ganas por hacerlo. Desabrochó el amarre del pantalón de aquel hombre al que sin cobrarle le dejaría hacer lo que deseara, y salivó gustosa por tener nuevamente una oportunidad con él.
—Mírame —habló Tristan —déjame ver el verde hechizante de tus ojos mientras me das placer.
Ella obedeció sin rechistar y el monarca no le desvió la mirada por unos minutos, luego de un rato dejó caer la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y se dejó llevar.
———👑🐺🔥———
—Has aprendido mucho desde la última vez que nos vimos —enfatizó Tristan y la muchacha se sonrojó, aún tenía una inocencia nada común y bastante peligrosa en el mundo que se movía.
—He contado con un muy buen maestro —ronroneó ella recordando su primer encuentro con el rey dos días después de llegar al prostíbulo de Isidora. Aquella había sido su primera vez en muchos sentidos, y el sexo era uno de ellos.
Tristan sonrió lascivo y recorrió con los dedos la figura desnuda de Lotus. Ella era solo otra chica a la que la vida había golpeado muy pronto y con demasiada fuerza. Su padre la había vendido a un rico terrateniente varios años atrás, el hombre estaba obsesionado con su belleza, la quería y admiraba de una forma más que enfermiza y por eso no se atrevía a tocarla, temía acabar con toda aquella pureza que lo atraía de ella. Pero la mantenía encerrada todo el tiempo, y cuando bebía mucho le pegaba, tanto y tan fuerte que una vez incluso temió haber acabado con su vida. Hinchada, adolorida y sangrando ya no le gustaba tanto, y aquello pasaba tan seguido que poco a poco fue desapareciendo aquel endiosamiento que él mismo había creado; hasta que un día se aburrió completamente de ella y se prometió con la hija de un rico amigo suyo cuando sus negocios empezaron a escasear, por lo que decidió vender a Solvi —cual fuera el nombre real de Lotus— al burdel más exclusivo que existía, aunque para ello tuviera que recorrer medio mundo.
Para la chica aquello suponía un nuevo comienzo lejos de su verdugo, una nueva oportunidad de empezar de cero, de liberarse, de ser feliz. Su inocencia no le permitía ver que la cadena había cambiado, pero el castigo seguía existiendo.
El rey por su parte, la vio perfecta en cuanto la conoció. No por su belleza —que era inmensa— o por sus curvas —que volverían loco al más cuerdo de los hombres—; sino porque su inexperiencia la hacía manipulable, y no había algo con lo que el soberano de Firetown se sintiera más satisfecho.
—¿Cómo se están portando mis hombres en el burdel? ¿Alguno ha incumplido alguna regla?
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Editado: 30.10.2024