Diosa Oscura

Capítulo 2: A las puertas de la nada

Cidris

Las colinas congeladas de la tierra de los cerinies cada vez se teñían de un blanco más profundo, y ellos sabían lo que aquello significaba.

La eterna noche se avecinaba y con ella el frío imparable tomaría protagonismo en aquel paraíso idílico de sol y primavera. Cuando las sombras se hicieran con el control de su mundo, todo habría terminado, ya solo reinaría el caos y la destrucción, y su raza estaría condenada.

Friga, la reina de los cerinies, se encontraba en su palacio escuchando hablar sobre los planes para detener el avance de Balior e impedir que regresara a la tierra de los vivos, aunque eso significara perderla a ella para siempre.

La chica de cabellos blancos de pie frente a Friga tenía las respuestas a muchas interrogantes, y era la llave que abriría las puertas de Firetown, el epicentro de aquella tormenta. La otra de la capucha intentaba memorizar cada orden que se le era entregada, asintiendo cuando correspondía y guardando silencio la mayor parte del tiempo.

Aquello era un comité de guerra, una reunión con los mejores y más capaces soldados cerinies, y aunque eran pocos para lo que se avecinaba, pronto contarían con el apoyo y protección de todo Ocerón, o al menos, de la mayor parte del gran continente, donde se encontraban los cuatro reinos principales: Firetown, Raintown, Lakewood y Greanwok.

—La última reunión con Kilian fue un éxito, Aslán regresó hace dos noches a la antigua aldea de los krishnas, con harapos del uniforme del ejército greanwokense. Los soldados de esa nación que quedaban prisioneros desde aquel ataque al palacio la noche del baile de máscaras, fueron liberados, y cada reino está respondiendo a las agresiones que creen que el otro está provocando.

—Perfecto, Liv —respondió la mujer que presidía la reunión, a la chica de la capucha que la veía desde un costado de la sala —si Tristan está entretenido jugando a los soldaditos con la nación de Greanwok, no podrá prever lo que realmente se avecina.

—Y Balior estoy segura que se encuentra bastante ocupado en Aekris —completó la reina cerinie con una sonrisa melancólica.

—De eso no me cabe duda alguna —concordó la joven de cabellos tan claros como los suyos.

En Aekris estaba el arma secreta de los cerinies. Allí se encontraban, en una sola persona, todas las preguntas y respuestas de la lucha silenciosa que se estaba librando. Y no se trataba de la reina loba, sino de su madre. La reina Brigith, quien fuera la diosa legítima de las llamas antes de renunciar a todo su poder por proteger a sus hijos. Con ella en el juego, la partida se reinicia y se redefinen los bandos.

Puede que se haya perdido un combate, uno de los más grandes; pero el campo de batalla sigue pidiendo sangre, y la guerra continúa.

Es una guerra de poder en la que nadie cede, nadie agacha la cabeza, nadie se rinde. En la que todos mienten, manipulan, engañan, traicionan, pero sobre todo, en la que solo puede haber un vencedor, y ese, puede ser cualquiera.

—¿Cuándo es la próxima reunión del consejo en el palacio de Firetown? —preguntó la chica que llevaba la voz de mando a Liv.

—Kilian no está seguro, pero se dice que muy pronto, el duque Clifford insiste en ocupar las tierras del marquesado D´Hoffryn, dice que son terrenos fronterizos bien importantes que están cayendo en desuso sin un adecuado control sobre ellas.

—Pero tengo entendido que al duque se le entregó el usufructo de dichas tierras hasta que el marques D´Hoffryn las reclamase.

—Sí y no —enfatiza Liv —si bien el usufructo de las tierras pertenecen al duque, esto será por poco tiempo. El rey había acordado nombrarlo su propietario si el heredero de la marquesa Angelina Klent no se presentaba en la siguiente reunión del consejo.

—Y dicha reunión está próxima a celebrarse ¿cierto?

—Le repito, Kilian no lo sabe con seguridad, pero todo indica que así será.

—Llegó el momento entonces de regresar a Firetown y reunirme con Kilian.

La sala enmudeció unos segundos y fue la reina Friga quién rompió el silencio.

—¿Estás segura?

—Completamente.

La mirada de la monarca se dirigió hacia aquel corazón de hielo que se había derretido dentro de su urna, y clavó los ojos nuevamente en los de la muchacha.

—¿Qué pasa con ella? —preguntó señalando el corazón derretido.

Ella sonrió, observó a la chica de cabellos blancos y capucha, y sin dudarlo enfatizó:

—Ya es hora de traerla de vuelta.

———👑🐺🔥———

Aekris

El sonido de las cadenas arrastrándose como si fueran el elemento principal de una tenebrosa melodía, se tomaba cada espacio de aquella pequeña y mohosa celda en la que estaba el trofeo más grande de Balior. El viento golpeaba en aquella torre donde ella estaba prisionera, y el frío de la eterna noche calaba profundo en sus huesos, haciendo que incluso respirar, fuese una tarea increíblemente difícil.

Su cabello ya no era blanco, sino gris. Lo llevaba pegado al rostro en pequeños mechones cubiertos de barro y sangre. El brillo en sus ojos turquesa poco a poco se iba apagando, como lo haría una fogata cuando la leña estaba a punto de consumirse.




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