Dioses de la penumbra

El inicio

En la madrugada los lobos comenzaron a aullar provocando en el ánimo de Lot una angustia que le carcomía el alma. Él siempre decía que la obscuridad era predecesora de sucesos que, al final, aterrorizaban a cualquiera. Desde su llegada al bosque una preocupación lo aterraba orillándolo a que entendiera que una sucesión de eventos comenzarían a ocurrir sin que él pudiese intervenir para evitarlos.

Asomo su cabeza por la parte alta de la ventana cuidando que, si alguien estaba fuera, lo divisara y, en consecuencia, fuera descubierto. Ahora comenzaba a pensar que todos los relatos que desde su adolescencia le contaron estaban a punto de hacerse realidad. Abraham era dado a contarle historias que inicialmente no daban miedo, pero algunos de sus amigos narraban que después de algunas horas el terror los inundaba poco a poco, haciendo que dormir fuera imposible con la consecuencia de que al otro día un insomnio de muerte los trastornaba.

Siempre su lema era burlarse de Abraham porque para él dichos relatos no tenían sustento y, en consecuencia, eran risibles. Todo el bulling que le realizo ahora parecía que estaba cobrando su cuota. En este momento suplicaba mentalmente que todo lo que se avecinaba solo fuera un sueño del que debía despertar. Pensaba en esto cuando un segundo aullido le puso los cabellos de punta haciendo que brincara con cierta violencia. Al mismo tiempo se sentía avergonzado de comportarse así pero no podía evitar sentir que estaba a punto de ingresar a un escenario que lo engulliría con rapidez. Se acordó que el teléfono estaba en su maleta de provisiones, corrió para alcanzarla y comenzó a buscarlo frenéticamente.

Cuando estaba a punto de tomarlo para llamar a sus amigos un susurro lo paralizo haciendo que reculara. Volteo sin dilación hacia la derecha para saber si, acaso, vería el origen del murmullo. Enseguida noto que el aire de la habitación se había vuelto más frio, quizás cinco grados Celsius, siendo que cuando arribo al lugar el clima era levemente cálido. Alcanzo a ver, aunque después se reprendía con severidad para convencerse que era su imaginación, unos ojos sanguinolentos que lo veían con compasión. Ahora lamentaba profundamente no haber aprendido alguna de las oraciones que su querida tía Sofia siempre trato de enseñarle. Supuso que, quizás, una de aquellas oraciones tendría el suficiente poder para alejar cualquier presencia maligna que deseará atormentarlo.




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