Cuando Gehenna daba su pago de sangre y muerte a Barnett Kelly y Grace observaban la escena con espanto, entretanto temblaban sin control ante la matanza que las hordas de Mors descargaban sobre Abaddón y sus dieciséis hijos. Más de la mitad de esos hijos yacían desollados y descarnados hasta el grado de que sus deformes huesos quedaron expuestos bajo el fulminante sol carmesí.
-Falta la maldita de Jezebel – le exprese a Gehenna.
-Hace un momento observe que Mors la perseguía para darle muerte- me dijo con satisfacción.
Gehenna tomo de los hombros a las sobrinas de Barnett y empezamos a caminar hacia un lugar seguro donde dejarlas para continuar con la carnicería. Sin embargo, vimos algo que nos dejó estupefactos: era Mors poniendo a salvo a Jezebel. Ambos nos miramos con total desconcierto porque en nuestras cabezas no cabía una explicación coherente para su acción y fue entonces que Gehenna lo encaró.
- ¿Por qué no la matas enseguida? – le endosó con ira.
-No puedo hacerlo – mientras se lo decía la veía fijamente.
- ¡Ella es tan culpable como Abaddón! Era la adepta de más jerarquía y fue cómplice en toda está maraña de mentiras – se lo expreso al tiempo que tocaba su daga con la mano.
- Si intentas algo ten por seguro que morirás y yo no deseo tu muerte. Tú no sabes por qué la redimo de la muerte, pero no de recibir su idóneo castigo.
- ¿Qué razón puede ser tan poderosa para que la eximas de las garras de mi daga?
- Ella es mi hija.
Ante la revelación de Mors preferimos alejarnos con desagrado para continuar con la degollina; quizás él después nos explicaría claramente los motivos por los que Jezebel confabuló para conseguir incautos. A medida que caminábamos por el campo de batalla Gehenna y yo sentíamos un profundo deleite porque al fin Abaddón y sus aliados pagaban con creces sus embustes.