Dioses: Los héroes de Egipto

CAPITULO 1

Un mal recuerdo me despierta un sábado por la mañana, el reloj apunta las 10, pero el exterior dice que son las 6, las pesadillas siguen allí por lo que es normal, que mi respiración se encuentre agitada, y esté empapada en sudor, por el miedo de los recuerdos jamás sucedidos, me levanto y me dirijo al baño no sin antes ver a mi padrastro con mi hermano en brazos y ver la mirada acusadora de él, claramente era un impedimento para su perfecta familia, donde mi madre era feliz y dónde estar con ellos no era una opción, una vez en el baño me aliso el cabello y me lavo los dientes para después subir al tejado donde nadie pueda juzgar mi existencia, donde puedo escapar de mi realidad.

El sonido de los pájaros, me inspira a dibujar una cuidad jamás vista por mis ojos, pero bien sabido por todos que era Egipto, mis colores ya rotos hacían maravillas, seguí dibujando y pintando lugares que mi imaginación me permitía, lugares que nunca podré visitar, pero imaginar no costaba nada, tan absorta estaba en mi dibujo que no noto el llamado de mi madre.

—Adeline! ¡Baja! —grita mi madre desde la cocina.

Suspiro antes de contemplar por última vez el paisaje permitido por mi techo, una vez ya en la cocina escuchaba a mi madre hablar de su maravilloso empleo y mientras que mi hermano jugaba con su comida, simplemente me decidí a callar y comer la comida que una empleada decidió hacer para mí, hace mucho que no comía la comida de mamá, un sabor que se extrañaba, pero no me quejaba.

—Adeline querida, ayúdame con tu hermano ¿Quieres? — dice mientras se dirige a tomar su celular, solo asiento con la cabeza y me dirijo a tomar al pequeño Robert en mis brazos.

Juego con sus manitas en lo que trato de alimentarlo, mientras que mi padrastro llega, para quitarme al renacuajo de mis brazos.

—Madre, quisiera trabajar — le habló por primera vez en el día.

—¿Estas bromeando Adeline? — dice una voz quién podría ser la de mi padrastro, tomando a Robert.

—Sabes que no hago bromas Arthur — le contestó dándole un bocado al pan.

—¿Qué te hace falta? Yo te lo compro enseguida — dice mi madre sin despegar la vista de su celular.

—No quiero nada, quiero trabajar —reafirmó — hay una casa de objetos antiguos donde necesitan a una chica para que ayude a limpiar — sentía nervios.

—No — me contestó mientras me miraba a los ojos — Yo te doy todo lo que ocupas para que no tengas que sudar por ello, como yo sufrí, aprovecha de mi bondad y toma todas las cosas que quieras Adeline — me dice esquivando nuevamente mi mirada.

— Es un señor mayor madre, quisiera ayudarlo, además hay cosas antiguas como lo que le gusta a Arthur, puede que haya algo de valor — le digo casi en súplica y el meter a mi padrastro es una buena treta para ser escuchada.

—Con 3 condiciones —sentencia mi madre mientras yo asiento con la cabeza rápidamente — No es Arthur es tu papá y deberás llamarlo así, segundo deberás de cambiar tu manera de vestir y usarás maquillaje, eres hija de una gran diseñadora no puedes andar vagando con ese tipo de ropa — me señala de pies a cabeza, a lo que yo solo suspiró.

—¿Está bien, y la tercera? — digo ya harta de esto.

—En 3 semanas hay un evento de caridad, donde ocupo que estés allí, asistirás sin un reproche y pondrás buena cara, si no aceptas alguna no irás a trabajar — dice mi madre con autoridad.

—¿No es mucho pedir madre? — trate que no sonará tan molesto.

—Soy una gran diseñadora, que dirán de que mi hija está trabajando, créeme es un precio pequeño, por las apariencias que me costará — dice mi madre mientras hace una seña que recojan los platos.

—Todo es apariencias ¿verdad? — no podía contener el coraje.

—No tengamos esta plática otra vez, aceptas ¿sí o no? — dice mi madre apartando el celular.

—Acepto — digo mientras me levanto.

—¿A dónde vas? — pregunta Arthur mientras que le entrega a Robert una sonaja, recién traída por una empleada.

— A cambiarme para ir a trabajar, Arth... padre — un nudo se formó en mi garganta cuando le dije eso.

No le doy tiempo de responder y subo a mi cuarto a cambiarme de ropa, pero solamente siento coraje, el día que mi padre desapareció mi mundo se vino abajo, y juré jamás llamar a alguien papá, nadie ocuparía su lugar, voy a hacia mi teléfono para poner mi música mientras que Amélie, una empleada entra.

—Señorita, su madre me pidió que le diera esto, dice que use esta ropa y que la maquille si irá a ese trabajo debe de lucir impecable — el tono de su voz me dio calma

—Gracias Amélie...— le digo sin muchas ganas.

Me pongo la ropa que me indican, mientras busco como distraerme para notar la larga espera que es arreglar mi cabello, pequeñas ondulaciones castañas caen sobre mis hombros, mientras que se encargan de maquillarme, unos toques innecesarios para mí, pero necesarios para una sociedad que se enfoca evaluar algo vano, en donde lo único que importa es cómo te ves, ya que nadie ve lo que eres.

—Señorita, ya está lista — me dice una chica a lo que asiento.

Me veo en el espejo, y estoy irreconocible, esa chica en el espejo no era yo, y no me gustaba, tanto maquillaje, tanto empeño en una ropa, no era yo, y me hacía sentir vacía, como si algo estuviera mal, las ganas de llorar se atoraron en mi garganta, tal vez estoy sensible por mis días menstruales, que dramatizo todo o tal vez, es mi verdadera yo hablando, tomó el bolso que dejé en la cama y salgo sin mirarme al espejo odiaba mi reflejo, ni siquiera yo sabía por qué acepte eso, era como si algo en la tienda llamará mi atención.




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