Dioses y Monstruos

CAPÍTULO 2

El nuevo vecino.

 

Cruzo la calle con cuidado, teniendo la precaución de que ningún monstruo me toque o me haga tropezar a mitad de calle. Ya me ha pasado y casi me atropellan cuando tenía quince años. Tuve que ir al hospital de urgencia porque tenía fracturada la muñeca, y hubo un escándalo que no deseo repetir.

A veces ellos se comportan tan despiadados que pensaba que me querían matar, pero luego entendí que esa era su manera más retorcida de divertirse. Soy su payaso personal en mi perspectiva, y eso apesta.

Evito justo a tiempo una zancadilla de uno de ellos, y camino más rápido para entrar luego a mi casa, donde sé que estaré a salvo.

Al llegar a mi bonito vecindario, donde las casas son de piedras grises y de aspecto hogareño, encuentro un camión de mudanzas estacionado a un par de casas de la mía. Es lo primero que veo al acercarme.

Frunzo el ceño al ver que hay varios hombres entrando muebles y otro gritando órdenes. Me acerco con lentitud viendo con curiosidad la casa enorme que estaba vacía hacía unos años.

Los primeros dueños compraron y juntaron dos casas, dejándola más grande de lo normal y sin duda lo más envidiado del vecindario. Es lo único que destaca de este lugar, aunque no sé por qué la quisieron más grande, ya que se mudaron hace muchos años y ha estado vacía desde entonces.

Un auto, un Escalade negro, se estaciona detrás del camión de mudanzas y del asiento conductor sale un chico con lentes de sol oscuros. 

Eso no es un niño, es un hombre. Me encuentro mirándolo sorprendida.

¿Quién es?

Viste una camiseta púrpura oscura y unos jeans negros que le destacan unos muslos fuertes, y me encuentro preguntándome si le hacía buen culo. Carraspeo incómoda al sentir mis mejillas calientes y un picor entre las piernas.

Sigo observándolo. Es alto. Muy alto, de pecho ancho y estrecha cintura. ¿Es posible que mida dos metros? Mejor dicho, ¿es posible que una persona mida eso?

El hombre se detiene frente a la casa y ve a los trabajadores llevando sus pertenencias seguramente. Se apoya contra su auto. De repente, voltea la cara y me mira fijamente. Me remuevo sin saber qué hacer, y lo que se me ocurre es elevar la mano y agitarla.

Dejo de hacerlo, avergonzada. Dios, parecí estúpida. Mis mejillas se calientan con lo que sé que es un sonrojo avergonzado.

Él sonríe, revelando un hoyuelo, y deja los lentes de sol sobre su cabello revelando unos ojos claros, de un tono verde, que hace contraste a su pelo oscuro color azabache.

Se me acerca a un paso confiado provocando que mi corazón latiera desenfrenado y las mejillas enrojecieran más, o eso creo por el calor que siento.

― Estás bonita, Ireland ― su voz es ronca de una manera que hizo temblar mis piernas. Pero arrugo un poco mi entrecejo al escucharle decir mi nombre. 

Eso revienta la burbuja.

― ¿Me conoces? ― inquiero.

― ¿Por qué no habría? ―respondió con una pregunta ―. Fuimos vecinos hace años.

Entonces, un destello en mi mente pasó rápido. El niño de mis sueños y el hombre frente a mí se parecen demasiado. ¿Será él? ¿O los estoy confundiendo?

Una mano masculina aparece en mi visión y me encojo un poco pensando que me va a tocar la mejilla, pero me quita una criatura juguetona adherida a mi cabello, dejando la mano en mi hombro. Y luego no se acercaron más, a diferencia de cuando yo los alejaba.

― Tenías algo molesto ahí ―dijo.

― ¿Tú… puedes verlos? ―titubeo. No estoy entendiendo nada.

«¿Es él? ¿Es real el niño de mis sueños?».

― Sí, ¿no te acuerdas de mí, Ireland? ― sus ojos brillaron un poco con algo parecido a tristeza.

Bajo la mirada.

― Lo siento, no te recuerdo ― confieso.

Los hombros de él se hundieron y quitó su mano. Asiente con cierta pesadumbre en el rostro.

― Bueno, haremos esto desde el comienzo… Soy Dair. Alasdair, en realidad, pero me llamabas Dair de niña.

«Dair, se llama Dair».

― Ya conoces mi nombre ― rio un poco nerviosa, pero eso lo hace sonreír.

― ¡Señor! 

Ambos volteamos y observo curiosa a un niño pequeño como de seis años en la puerta de la casa. Uno de los trabajadores casi le pega con un mueble, pero se las arregla para evitarlo.

― Debo irme ―dijo Dair ―. Cuídate Ireland, no hagas travesuras.

Voy a replicar cuando unos labios helados rozan mi mejilla caliente, me estoy sofocando acalorada y la sensación persiste en cuanto se aleja y va hacia el niño, que debe ser su hijo.

Noto pesadez de la decepción, pero lo dejo pasar y sigo caminando hacia mi casa. Al abrir la puerta escucho las voces de mis padres conversando en el living y de vez en cuando riendo.

Voy casi trotando al living y veo a mi papá.

― ¡Papá! ― me lanzo sobre él y lo abrazo de inmediato.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.