Discordia

Capítulo 1: “Nosotros somos los Francheta”

La familia estaba reunida en derredor de la mesa, engalanadamente servida. Se le había prohibido a la servidumbre salir de sus habitaciones, para que no interrumpieran esa cena tan especial.

Para cualquier curioso que preguntara, lo único que se llevaba a cabo era una sencilla comida, en memoria a la reciente muerta de la familia; para los inteligentes, no era más que un mal pretexto para repartirse los bienes que no se aclaraban en el testamento, como los buitres que eran. Pero, para esas doce personas, era una muestra más de lo unida y cínica que podía ser la familia Francheta.

Afuera, la noche ventosa y de negros nubarrones cubriendo la luna, realzaba el estado inquieto y misterioso de la situación; adentro, los platos estaban intactos, nadie había probado bocado alguno. Ágata Montalván de Francheta tenía apenas un mes de muerta, y era la primera vez que la familia se reunía sin amigos dando el pésame, sin autoridades haciendo preguntas, sin servidumbre espiando detrás de cada puerta. Simplemente los Francheta, discutiendo el asesinato de la que fue la cabeza de familia; sus miradas inquietas se esquivaban mientras intentaban escrutar en los rostros de los presentes, jugando a adivinar quién de ellos era el asesino.

No había ninguna duda de que el culpable estaba sentado entre ellos, fingiendo estar tan incómodo e intrigado como los demás, pero, ¿cómo estaban tan seguros de ello? Simple, además de que no había nadie ajeno a la familia la noche del asesinato, nadie en toda la ciudad teníamás y mejores motivos para asesinar a la odiosa mujer, que su propia familia.

Nadie decía nada, el ambiente era tenso, llegando a un punto insoportable, y sintiendo que la presión era demasiada, Gitana, la hija mayor de la difunta Ágata, se sintió obligada a decir cualquier cosa que acallara sus voces interiores.

—¿Cómo va la investigación? —preguntó con su sedosa voz de cantante.

—Mal —contestó tras un largo suspiro, Bernardo, cuñado de Gitana—. Hay muy poca evidencia reunida y los periódicos ya están formulando sus teorías, dificultando el proceso.

—¿Y qué podemos hacer al respecto? —preguntó una de las hermanas de Gitana.

—La respuesta es obvia, pero creo que nadie se atreve a decirla —sonrió Bernardo con pesadez.

—Te refieres a…

—Así es. Creo que debemos mover nuestras influencias, para que el caso se traspapele.

A pesar de que era lo que todos esperaban oír, el ambiente en general se llenó de cuchicheos y miradas de reprobación.

—¿Intentas decir que debemos dejar libre al asesino de mi madre? —espetó Caolinet, la esposa de Bernardo, con la voz quebrada por el llanto y la indignación.

—Pensemos con la cabeza fría por un momento —le pidió Bernardo a su esposa—. No olvidemos que, si se hace público que el asesino es uno de nosotros, se manchará la buena memoria de tu madre, querida mía.

La sonora carcajada de Detori, sobrino de Bernardo, dirigió todas las miradas hacia el chico de pelo largo y negro. Gitana tuvo la intención de frenar las palabras de su hijo adoptivo, pero este fue más veloz.

—¡Claro! Ese es el principal interés de esta reunión: ¡Preservar la buena memoria de nuestra querida Ágata Francheta!

—¡Detori, por favor!

—¡Tío, por favor! ¿Podríamos dejarnos de hipocresías, al menos esta noche?

—Estás pecando de imprudente, querido —le dijo Caolinet al impertinente joven.

—Es que francamente me caga tanta hipocresía, tía.

—¡Cuida esa maldita boca!—le gritó Gitana al joven.

—Disculpe, “mami” —se mofó el chico de cabello largo—, pero lo mejor será que pongamos las cartas sobre la mesa, a nadie de nosotros le conviene que se sepa que fue un miembro de la familia el que asesinó a Ágata.

Antes de que alguien contradijera al joven, Bernardo habló lentamente y con seguridad:

—Lo cierto es que Detori tiene razón. Piensen por un segundo: Ilusiones Rosas es el principal sustento de todos nosotros; tratándose de una fábrica de maquillaje y accesorios para mujeres de alta sociedad, ¿cómo creen que pueda afectarla la noticia de que su directora fue asesinada por su familia?

—Los contratos y las ventas se irían en picada —sentencióMáximus con su potente voz.

—Así como nuestro dinero y propiedades —agregó Caolinet.

—Y nuestras carreras artísticas—dijo Gitana, cubriéndose la boca con aire dramático.

Detori sonreía divertido, admirando como poco a poco todos comenzaban a destapar sus verdaderas personalidades.

—Todos están olvidando lo más importante —agregó el hijo adoptivo de Gitana. Ante el silencio de todos, Detori continuó—. No nos importa encontrar al asesino no por los beneficios materiales, lo cual es bastante ruin, por cierto. Sino porque en secreto, y muy dentro de todos nosotros, le estamos agradecidos de que nos haya librado de Ágata.

—¿Cómo te atreves?—gritó Fabiana, estampando sus manos en la mesa—. ¡Es de mi madre de la que estás hablando, y tu abuela también! —dijo indignada la hermana de Gitana y Caolinet.




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