Discordia

Capítulo 02: Fantasma

Era la una de la mañana, y el centro nocturno “EL Coral Azul”, se encontraba a medio llenar. Era un lugar con ambiente tranquilo, luces suaves y decoración marina, donde se reunía lo más distinguido de la alta sociedad de Van Voth.

Arriba de un escenario y delante de pesadas cortinas de terciopelo azul, una mujer alta y rubia entonaba una melodía triste que hablaba de desamor y fantasmas de olvido.

Su cuerpo de diosa, engalanado en aquel vestido largo y negro, robaba la mirada de muchos de los presentes, y su voz seductora arrancaba suspiros a los corazones heridos, que buscaban el refugio del alcohol, y la discreción de las tenues llamas de las velas.

En una mesa, sola y ataviada con un vestido de noche generosamente escotado, Caolinet acariciaba el borde de su sexto vaso de whisky. El licor comenzaba a hacer estragos en su mente, provocando que la mujer sonriera sin motivo alguno, siguiendo con los ojos cargados en maquillaje, los movimientos de su hermana, en el escenario.

La belleza de ambas mujeres era indiscutible y a pesar de que las dos rebasaban los treinta años, se veían rebosantes en vitalidad y picardía.

Cuando la canción de Gitana hubo terminado, Caolinet se unió al aplauso poco nutrido y algo indiferente del público.

Con los labios apretados  por la frustración de su talento no reconocido, Gitana hizo una reverencia y se retiró tras bambalinas, donde fue alcanzada por una chica menuda y de gafas gruesas.

—Señora Gitana… —La chica ahogó sus palabras ante la mirada llena de ira que le dedicó la mujer. A pesar de esto, su voz sonó tranquila y aterciopelada.

—¿Si?

—El señor Mao Jin quiere hablar con usted.

—Bien, lo esperaré en mi camerino.

—Señora.

—¡¿Qué?! —gritó Gitana, esta vez sin disimular su mal humor.

—El señor… el señor Mao Jin quiere verla… en su oficina.

Redirigiendo sus pasos a la oficina de su jefe, Gitana dejó a la pequeña asistente temblando.

«Cada día es más malhumorada», pensó la pobre joven.

Mao era un hombre esquelético y entrado en años, karenkano, soltero y ávaro, que se encontraba en ese momento en su oficina, clasificando algunos papeles, sentado frente a su escritorio.

El hombre no levantó la vista, cuando la puerta se abrió bruscamente, con un manotazo de Gitana.

—¿Querías verme?

—Sí. Siéntate por favor.

—Estoy bien de pie.

Tras suspirar, Mao Jin siguió hablando:

—Buena actuación la de hoy, Gitana…

—¡Ve al grano!

Mao Jin volvió a suspirar hondamente.

—¿Sabes?, he notado que ya no te desenvuelves como antes…

—¡Al grano! —gritó la mujer.

—¡Acabamos de contratar una nueva  cantante! —dijo el hombre, exasperado—. Trae temas frescos y encaja mejor con la nueva visión del Coral Azul. Así que creo que… ¡Qué vamos a prescindir de tus servicios! Por supuesto que te vamos a liquidar como es debido y…

—¡Y un cuerno! —gritó Gitana, estampando sus manos en el escritorio—. ¡He dedicado mis mejores años a este bar mugroso, y tú no me vas a despedir, como a una vil corista, viejo de mierda!

—¡Gitana, por favor!

—¡Por favor nada! ¡Dame una buena razón para querer reemplazarme con una nimiedad!

—Bueno —comenzó a tartamudear Mao Jin, nervioso por la agresividad de la mujer—, en primer lugar: las asistentes.

—¿Qué tienen?

—¡Las despides con mucha facilidad! ¡Llevas tres en menos de cuatro meses!

—Yo no las despido, ¡se van solas!

—¡Huyendo de tu terrible humor! Y en segundo lugar: tu música deprimente. Esto es un centro nocturno, Gitana. La gente viene aquí a olvidar sus penas, no a que tú se las recuerdes.

Los ojos grises de Gitana se achicaron, concentrando en ellos una silenciosa amenaza.

—Si mi memoria no me falla, fue la música que tú me pediste.

—Así fue en un principio, pero quiero darle un nuevo giro al Coral Azul, y por desgracia, tú no encajas en él, así que…

—¿Así que me vas a despedir sin miramientos? —completó la mujer con media sonrisa.

Mao Jin comenzó a sudar frio, mientras sus ojos se paseaban por la habitación, la mano de Gitana estaba peligrosamente cerca del abre cartas en el escritorio, y un impulso de sobrevivencia en el anciano, le indicó que era peligroso seguir provocando a la mujer.

—Te propongo un trato, Gitana.

—Escucho —dijo la mujer, suavizando su voz de nuevo.

—Tómate unos días, escribe nuevas canciones alegres y motivadoras. Me las muestras y entonces decidimos. —El hombre hizo un esfuerzo por sonreír mientras gruesas gotas de sudor rodaban por su frente.

—¡Ay, Mao! —musitó Gitana con la misma dulce voz con la que se le hablaría a un bebe—. ¿Ves como hablando se entiende la gente? —Sin agregar más, Gitana se alejó contoneando su seductor cuerpo hacia la puerta.




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