Distancia Cero

Capítulo introductorio

Luego de desbordar de aquel avión fui directo a un restaurante cercano mientras tiraba de mi maleta. Pensé que mis maratones de Kdramas me ayudarían, cuan equivocada estaba.

—Hola, ¿podría usar el baño por favor? —pedí amablemente a la chica en español tras el mostrador.

—Disculpe, no puedo entenderla —habló en coreano y fruncí mi ceño.

«¿Dónde están los subtítulos?»

Suspiré cansada.

—Can go in the bathroom, please? —pregunté esta vez en inglés y me miró con una mueca, apenada.

Saqué mi teléfono y agradecí con mi vida tener un cargador portátil, busqué el traductor y de esta manera pudimos comunicarnos y por fin pasar al dichoso baño.

Salí del establecimiento y a medida que caminaba me di cuenta: Los doramas me habían engañado.

¿Dónde estaba mi cantante, idol o alma gemela esperando a chocar conmigo y vivir nuestra historia de amor?

«Me siento estafada.»

(...)

Después de casi seis horas de buscar hasta por los rincones y de llamar la atención por mi aspecto extranjero, por fin había logrado encontrar un apartamento. Lo mejor es que la señora habla español, un poco mal pronunciado, pero español al fin y al cabo.

El edificio era realmente viejo pero mientras no durmiese en la calle todo estaba bien, además de que era bastante económico, eso es una ventaja, ¿cierto?

Trataba de autoconvencerme a mí misma, o por lo menos eso hacía antes de abrir la puerta y ver el asco que había dentro.

¿Acaso un tsunami había pasado por ahí?

Hice una arcada ante el mal olor. Sin dejar mi hermosa maleta fui hasta el apartamento de la casera y le dejé mis pertenencias. Fui a la tienda de conveniencias más cercana y compré un detergente y desincrustante.

Regresaba hacia el edificio cuando vi dentro de una tienda de juegos a varias personas reunidas. Mi curiosidad fue mayor que mis deseos de limpiar y me interné al local oyendo los gritos de euforia de las personas.

Me abrí paso notando a dos chicos sobre una máquina de baile mientras la canción Sun is Up se reproducía. La canción llegó a su final y el puntaje se reflejó en la pantalla, terminando el de la izquierda como perdedor.

—¿Quien podrá vencer al gran Dancebody? —entendí el contexto de aquella pregunta por las simples palabras "quién", " vencer' y el ridículo apodo.

Yo me carcajee ante aquel nombre, o por lo menos me sonaba gracioso. Aquel chico se volteó hacia mí, su cabello castaño y ojos cafés.

—¿Crees que puedes superarme? —cuestionó.

Yo fruncí mi ceño sin entenderle nada.

—Oye loco, no hablo tu idioma —expresé en español.

Él sonrió con aún más superioridad.

—¿Quieres ponerte en ridículo? —preguntó divertido, haciendo una inclinación "caballerosa" y hablando en mi idioma.

No me sorprendió tanto el hecho de que supiera español, sino que me había retado...

ME HABÍA RETADO...A MÍ.

Él se lo buscó.

—Lo único ridículo aquí es tu apodo —respondí con confianza y todo quedó en silencio,posiblemente por el hecho de que nadie más debía entendernos.

—Pues únete al juego —ofreció.

—No quiero ver tu cara llorando cuando gane —Él rió y me tendió una mano.

—Vamos princesa, no seré tan rudo.

Una de mis comisuras se elevó y golpee su mano, subiendo a la plataforma de la máquina por mi cuenta.

—Esta princesa te dará una lección —dejé mis compras a un lado en el suelo y me estiré.

Pronto el juego comenzó y los gritos volvieron. Un par de minutos duró la canción y cada vez los pasos de mi rival eran más desesperados. Cuando el puntaje se reveló moví mi cabello hacia atrás en actitud diva.

—¡Tenemos una nueva ganadora! —anunció el "juez" señalándome y aunque no entendí lo que dijo supe con certeza que me declaraba como vencedora.

—Buen juego —dijo el chico contra quien bailé en español, tomé su mano pero mandó nuestros espacios personales a la mierda cuando tiró de mi agarre hasta acercarse a mi oído—. Pido la revancha, osita —comentó burlesco y se alejó entre el gentío.

Fruncí mi ceño ante aquel apodo hasta que gracias al reflejo de mi persona en el cristal de la tienda pude notar el escrito de mi camiseta: "Baby bear".

Y yo que pensé que los coreanos eran respetuosos con el espacio personal, parece que este no. Tomé mis cosas y me dirigí al apartamento. Recuperé mi maleta y prendí la luz, viendo con más claridad aquel desastre.

«Tengo mucho trabajo por delante.»

(...)

Dos horas después y mi cuerpo cae agotado en el sofá, observo a mi alrededor y me siento orgullosa con los resultados.

«Ahora si está apto para vivir.»

Volví a ponerme de pie y fui hasta mi habitación, abrí mi maleta viendo el contenido: dos camisetas anchas de las que me gustaban usar para dormir; tres pares de shorts cortos, tres pantalones, cuatro camisas, dos vestidos, dos blusas, una falda, ropa interior, mis objetos de aseo personal y mis pantuflas.

Por suerte la casera me había brindado sábanas luego de explicarle mi situación. Tomé una ducha y al salir me miré al espejo del baño, estaba verdaderamente cansada, pero tenía hambre.

Sin perder tiempo busqué en google el teléfono de la pizzería más cercana y pedí mi encargo por mensaje y con traductor, ahora solo faltaba esperar.

Cuando por fin el timbre sonó abrí la puerta y pagué por mi pizza sin ni siquiera pararme a ver al repartidor, volví a cerrarla pero antes de dar el primer mordisco escuché como la cerradura era abierta. Di un pequeño brinco de sorpresa ante la persona que ahora debía tener la misma expresión que yo.

—¿Qué haces aquí? —cuestioné en español.

—Soy el dueño de esta casa, ¿tú que haces aquí? —replicó en mi idioma.

—Creo que te confundiste de apartamento —dije despreocupada.

Dio un vistazo por todos lados y esta vez su mirada reflejó terror.

—¡¿Viste una carpeta?! ¡¿Una azul que decía Choi Daehyun?!

Me encogí de hombros.




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