Distancia entre dos mundos (ae 2)

Prólogo.

-Lo desconocido de la naturaleza, él más desapercibido, él más simple, él que tiene el poder; un mundo incierto, un mundo inexplicable, afortunado de no ser descubierto por el salvaje destructor de la tierra.-

 

Asttor miró por última vez la seca tierra desierta, parecía un largo extendido de grietas, donde más allá se encontraba un mar de arena que terminaba en un extendido océano salado. Poco a poco fue entrando a lo que parecía una espesa selva de palmeras y bosques, el cual escondía un reino y varias ciudades que compartían con la naturaleza de ese lugar. El bullicio de algunos animales empezaron a retumbar en sus oídos, haciéndolo sentir en casa. Asttor siguió el camino ya marcado en medio de la selva, hasta desviarse del camino hacia Daneus, el cual era un viejo volcán muerto en medio de la nada, pero se había convertido en el hogar de Asttor. Él rodeó a Daneus hasta llegar a un estrecho camino que se dirigía a la cima de este, allí posaba un hermoso y enorme árbol de roble. No pudo evitar que  una sonrisa apareciera en sus gruesos labios cuando miro a un pequeño crío, que muy bien conocía, bajar de la cima con pasos apresurados.

-¡Señor! ¡Señor! está de regreso al fin -habló con voz animada mientras bajaba apresurado a mitad del camino.

-¡No corras! ¡Es peligroso! -advirtió desde abajo, pero el pequeño hizo caso omiso y llegó a tal rapidez a sus pies, haciendo una reverencia en forma de saludo.

-Pequeño travieso -sonrío, el crío solo daba saltos de felicidad por la emoción que sentía de la llegada al que consideraba su maestro.

-¿Cómo estuvo el viaje? -preguntó enseguida.

Asttor hizo una mueca y metió su mano en el bolsillo de su túnica sacando una pequeña figura de él, y luego la extendió al crío entregandosela como regalo.

-Es una concha de mar -aclaro -hay muchas de ella en el mar, pero esta es especial -parecía un pequeño abanico de un color salmón, con un leve color púrpura en los bordes.

-¿Un presente? -se sorprendió con una sonrisa en los labios, pero de repente se desvaneció, bajó su mirada e hizo una línea en sus labios.

-¿Pasa algo? Niño -su reacción lo sorprendió.

-No lo merezco -dijo mientras apartaba la mano de Asttor a un lado, aclaro su garganta y con su mirada baja aun, hablo -Tenía mucha curiosidad. A pesar de que el maestro me lo advirtió, no obedecí su orden, y abrí el portal -susurro temeroso.

Asttor abrió sus ojos sorprendido y temeroso. El pequeño parecía estar en buenas condiciones, pero temía por lo que hubiera sucedido durante ese transcurso que él abrió el portal. Aún era muy joven, apenas era un niño para ir más allá de Blamon, apenas si tenía diez años, y ni siquiera él, con más de cien años, había explorado con exactitud el lugar para decir que era seguro.

-¡Pero juro que no he entrado! -alzó sus manos a la altura de su pecho, negando repetidas veces con ellas -solo… -Hablo dudoso.

-¿Qué? -frunció su ceño.

-Un ser extraño entró volando en cuanto se abrió el portal, me tomó sorpresa, tanto que lo cerré enseguida. Toda la mañana he estado intentando atraparlo pero… ¡ahí! ¡Ahí! -el niño empezó a apuntar al cielo.

Un poco más arriba de la cabeza de Asttor volaba una pequeña criatura blanca batiendo sus alas con despreocupación. Él la había visto muchas veces en el mundo de los humanos, no solo blancas sino de muchos colores, ellos la llamaban Mariposa. Asttor relajo su cuerpo cuando miro a la mariposa alejarse de ellos con lentitud.

-No importa -palmeo el hombro del pequeño -es una criatura indefensa, solo no vuelvas al portal, es peligroso -soltó un suspiro -esta vez tuviste suerte -él sonrió y asintió enseguida -Toma mi presente -se lo colocó en la palma de su mano.

-Gracias, señor -abrió la palma de su mano, observando como la concha soltó un destello violeta, lo cual sorprendió al niño.

-Te protegerá siempre. Ahora ve a casa, tu madre debe estar esperándote.

Él asintió con una sonrisa y se fue dando saltos al pueblo de Fari, el pueblo más cercano a Daneus. Asttor espero a que los cuernos del niño desaparecieran de su vista, para volver a rodear al volcán y entrar a él por un túnel que estaba cubierto de un musgo espeso.




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