Distimia

PRÓLOGO.

La primavera desplegaba su abanico de colores mientras los niños corrían entre risas, los adultos entablaban animadas conversaciones y los ancianos avanzaban de la mano, compartiendo silencios cargados de significado.

En medio de aquel escenario, una mujer acariciaba con ternura su vientre abultado, acompañada de su esposo, ambos iluminados por la dicha de esperar a su primera hija. Solo restaba un detalle: el instante en que la pequeña decidiera llegar al mundo.

Longwood Gardens, diez de mayo, seis y dos de la mañana.

La expectación flotaba en el aire mientras todos aguardaban el preciso momento en que los pétalos de las peonías comenzaran a abrirse.

En Filadelfia, la primavera alargaba sus días, y el sol, más cálido a esa hora temprana, bañaba con su luz cada flor del jardín, realzando la majestuosidad de las columnas, extendiéndose más allá, hasta donde la vista alcanzaba.

Todas las miradas estaban fijas en aquel espectáculo natural; incluso los niños, habitualmente inquietos, habían detenido sus juegos, cautivados por la belleza efímera que la naturaleza estaba a punto de revelar.

La madre, cobijada en el abrazo protector de su esposo, dejó escapar un leve gemido cuando una contracción recorrió su bajo vientre. Sus rodillas flaquearon por un instante, pero antes de que pudiera caer, él la sostuvo con firmeza, amortiguando su peso contra su pecho.

La pequeña ya había tomado su decisión.

Sin vacilar, el hombre rodeó a su mujer con un brazo bajo sus piernas y la alzó en el aire, avanzando con paso decidido hacia el automóvil. El Mustang clásico, rojo, rugió al encenderse y salió disparado por Spruce St 3400 en dirección al hospital Penn Medicine.

A su paso, los cláxones resonaban con impaciencia, pero los semáforos eran ya una preocupación menor: su hija no estaba dispuesta a esperar un minuto más.

La mañana se tornó más clara y fresca. La luz se filtraba suavemente, posándose sobre la camisa de un padre que, con voz firme pero cargada de ternura, alentaba a su esposa. Se reflejaba en el suelo brillante, en las paredes blancas, en la camilla donde ella, entre gritos de dolor, coraje y alegría, reunía sus últimas fuerzas para traer al mundo a su hija.

La espera había terminado. Al recibirla en sus brazos, la madre sonrió.

Aquel día, muchas flores desplegaron sus pétalos, pero esa mañana vio florecer a la más hermosa de todas. Con un llanto, la niña anunció su llegada al mundo, sumándose al estallido de colores que la rodeaba, como si la naturaleza entera celebrara su nacimiento.

—Bienvenida al mundo, Peonia.



#5027 en Novela romántica

En el texto hay: romance juvenil, drama

Editado: 19.07.2025

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