El otoño había llegado otra vez, pero esta vez traía algo distinto.
Ya no era la misma muchacha del año pasado. Ya no me sentía perdida ni como una intrusa en este ciclo incierto al que llamamos vida. También venía con nuevas noticias. Con nuevas decisiones.
—Dime, por favor, que cambiaste de opinión y que vas a ir a la universidad.
Gloria, que había venido a verme, estaba sentada a mi lado en nuestro lugar de siempre. Porque sí, algunas cosas nunca cambiaban.
Teníamos las manos entrelazadas, como cuando éramos niñas, y ella sostenía su formulario de postulación para estudiar Comunicación Social.
Estaba emocionada, su alegría se hizo aún más luminosa cuando le confesé que mi opinión sobre la universidad había cambiado.
Podría decir que fue Solian quien más influyó en mi decisión. Pero la verdad es que él solo fue el detonante. Lo demás ya estaba en mí desde antes, aguardando el momento oportuno para salir a la luz.
—No estoy cien por ciento segura —le dije— pero estoy dispuesta a leer el formulario y pensarlo bien.
—Eso ya es un paso enorme. El año pasado no querías ni que te mencionaran el tema.
Tenía razón. Ya no era la misma. Estaba comenzando a ver el futuro de otra manera. No como una condena o una meta imposible, sino como un horizonte por construir.
—Bueno, todos tenemos derecho a cambiar. Aunque si me llegasen a aceptar, pensar en sentarme frente al piano el día de la audición, frente a personas tan experimentadas, sin poder ver nada… me llena de terror.
Gloria apretó un poco más mi mano. Me refugié en ese gesto, como si en él pudiera dejar en suspenso todas mis dudas.
—Ni se te ocurra pensar así. Eres tan increíble con el piano como cualquiera de ellos. No te subestimes —dijo con esa firmeza dulce que siempre me reconfortaba—. ¿Solian ya llenó su formulario?
Pensar en la universidad a la que él quería postular sí me llenaba de dudas más reales. También de tristeza. Pero algo tenía claro: nunca sería un obstáculo en su camino, nunca sería una piedra que le impidiera alcanzar sus sueños.
—Sí, postuló al Instituto de Tecnología de Massachusetts, en Cambridge. Me emociona que haya elegido una de las mejores. De verdad, deseo con todo mi corazón que lo acepten.
—Pero, Cambridge está a seis horas de aquí. Sería muy difícil ir y venir todos los días —comentó Gloria con ese realismo que duele un poco—. Supongo que ya hablaron del tema.
Asentí.
Sí, lo habíamos hablado. Fue una conversación serena, sincera. Como pensé antes, no quería ser un obstáculo para él. Además, sabía que unas horas de distancia no iban a separarnos del todo. Se lo hice saber claramente. Él no estaba muy convencido; incluso pensó en postular a una universidad más cercana, solo por estar junto a mí. Pero él sabía —y yo también— que su verdadero sueño estaba en Massachusetts.
¿Y qué clase de amor sería el mío, si le pidiera renunciar a él?
—Sí, lo hablamos, y está todo bien. Vamos a superar la distancia. Él puede venir los fines de semana, o yo ir.
—Me alegra escuchar eso. No quiero verlos separados, ni verte a ti sufriendo por su culpa —asentí apretando su mano.
El piano, mi piano, había sido despolvado. Metafóricamente hablando, claro. Porque, como ya sospechaba, mi madre lo había estado limpiando en silencio todo este tiempo, como si esperara pacientemente a que yo volviera.
Ya no sentía temor ni frustración al acercarme a el. Ahora lo tocaba casi todos los días. El silencio que antes gobernaba la casa se había marchado por la ventana sin intención de regresar. Y sentada frente a esas teclas familiares, me sentía lista.
Mis padres también estaban felices, casi en exceso, al ver a su hija florecer de nuevo. Ya no era aquella Peonia marchita. Me sentía distinta. Más viva. Más entera.
Así lo demostré cuando llené el formulario de postulación a la universidad, con mis padres, Gloria y Solian a mi lado, acompañándome paso a paso.
Lo hice con una sonrisa. Lo hice con decisión.
Pero cuando la pantalla de la computadora se apagó tras enviar la solicitud, el corazón me latía desbocado, con una velocidad que rozaba lo insoportable. Tenía las manos húmedas, los pensamientos revueltos.
No era porque no hubiera tenido tiempo de pensarlo —esa decisión, en realidad, la había sellado hacía mucho—pero, ahora era real. Y ese vértigo, aunque breve, me recordó que seguir adelante también significa dejar atrás ciertas partes de uno mismo.
Los nervios no cesaron.
En enero, cuando llegó la noticia de que sí había sido seleccionada para la audición —programada entre febrero y marzo— la emoción se desbordó por todos los rincones de la casa, igual que mi relación con Solian por todos los rincones de mi corazón.
Después de acariciar su rostro con las yemas de los dedos —como si necesitara reconfirmar que era real— Solian depositó un beso suave sobre mi mejilla.
Aquello se había vuelto una costumbre desde aquella noche en el teatro. Siempre que nos veíamos, lo hacía. Y, sinceramente, me encantaba.