Distinction

12

Maratón 2/6

Los días han transcurrido con normalidad, sorprendentemente no he tenido inconvenientes o percances de sumo peligro. La nota estaba errada, nada sucedió todo está exactamente igual. No he visto a Tristan y a Declan durante una semana, es algo raro, pero me quejo me da más tiempo de planificar como les extraeré información.

Por un largo rato observo el techo, concentrándome en cada una de las pequeñas grietas casi imperceptibles. No entiendo cómo nos podemos distraer con cosas tan simples, es maravillosa la forma en la que con solo ver un objeto fijamente afloran diferentes ideas en la cabeza.

Se escucha que aporrean la puerta, pero no tengo intención de moverme. Insisten, pero obtienen el mismo resultado. En cada segundo que pasa se intensifican los toques, la puerta se estremece y la manilla empieza a sacudirse violentamente.

Me preocupo al relacionar el sonido con mis sueños. Él está aquí, viene por mí. La desesperación me gana y el corazón se acelera con cada golpe que escucho. Veo dos sombras, a través de la estrecha abertura entre la puerta y el suelo. Se logra oír murmullos, supongo que hablan entre ellos.

—Señorita Leah —una voz masculina, proveniente del otro lado de la puerta, empieza hablar— Necesitamos hablar con usted, abra inmediatamente la puerta —demanda con firmeza.

Bajo de la cama en cuclillas, para que no escuchen mis pasos, y me dirijo con sumo cuidado a la entrada para ver por el ojo mágico. Dos hombres están en frente de la puerta, tienen una apariencia intimidante.

Son altos, calvos, corpulentos, poseen lentes oscuros que obstruyen la vista y hace imposible saber el color de sus ojos, visten de traje color negro y uno de ellos posee una gran cicatriz en la cara; específicamente en su pómulo izquierdo. Su aspecto grita “soy un matón”. No les pienso abrir, necesito esconderme rápido, no tienen muy buena cara por el tiempo que llevan esperando.

—Señorita no tenemos todo el día —exige irritado— Sabemos que está adentro, y no vamos a retirarnos hasta que abra la puerta —su tono autoritario me asusta, agarro mi cartera,  y me escondo en lo primero que veo.

Un estruendo, causado por una fuerte patada en la puerta, hace sobresaltarme. Me asomo por la ventana y los dos grandulones están revisando toda la habitación; buscan por el armario, debajo de la cama y el baño. Estoy oculta en el balcón, pero necesito una vía de escape.

La única forma de huir que encuentro es atravesar los barandales, caminar por el sobresaliente de la fachada del edificio, hasta la ventana de la siguiente habitación. Vuelvo a ver el interior y los dos hombres destruyen todo a su paso, y presa del miedo elijo la que creo es la mejor opción.

Con los nervios a flor de piel mantengo mi vista fija al frente, no puedo ver hacia abajo padezco de vértigo, camino en puntillas y pegada a la pared rogando que la ventana esté abierta. Escucho unos pasos aproximarse al balcón y trato de acelerar mi paso resbalándome un poco, pero rápidamente recupero el equilibrio.

Por primera vez la suerte está de mi lado y entro justo a tiempo. Suelto el aire que no sabía que estaba reteniendo, y procedo a retirarme. Mis mejillas se tiñen de rosa al notar el lugar al que había ingresado. No puedo contener la vergüenza,  estoy petrificada, sin poder mover ni un dedo.

El chico que está dentro de la cabina de la ducha, completamente desnudo demás queda agregar, lanza una mirada picara y con señas insinúa cosas obscenas. Le saco el dedo del medio y me voy con mi pena y malhumor. «¿Por qué hay personas tan puercas?» cuestiono mientras camino a la salida.

Camino por las calles de Nueva York en busca de una boutique, no puedo seguir con esta pijama las personas me ven raro. Compro unos jeans ajustados de cintura alta negros, un crop top negro manga corta, una chaqueta de cuero negra y unas botas color rojo.

Me encamino hacia central park con mi nueva vestimenta tratando de integrarme y no llamar la atención, aunque exageré bastante vistiéndome toda de negro. Un puesto de helados a una esquina hace desviarme para deleitarme con uno sabor a coco, «Bendita sea la persona que creó el helado» vocifero en mi cabeza.

Sigo mi camino todavía alerta por si veo a los gorilas del hotel. Percibo que dos personas me siguen pero cada vez que inspecciono el alrededor no hay nadie, creo que estoy paranoica. No sé qué hacer o a donde ir, no todos los días dos hombres atemorizantes tocan mi puerta para yo que sé.

Pensándolo detenidamente ¿Qué querían?, ¿Qué estaban buscando? No querían dinero, ni tampoco querían algo, estaban buscando a alguien, y ese alguien soy yo. Pero… ¿Qué quieren de mí?, ¿Qué sé yo que a ellos pueda interesarles? Nunca los había visto, esta fue la primera vez. Trato de evocar algún rastro de familiaridad, pero no recuerdo nada.

Le doy vueltas al asunto buscando repuestas, que obviamente no voy a conseguir de mis recuerdos. Esto cada vez se está volviendo más complicado y enredado, mi lista de preguntas no para de crecer, voy a parar en loca. Estaba tan inmersa en mis pensamientos que no me percate la presencia de Tristan y Declan, hasta que el primero cubrió mis ojos con sus manos. Abofeteo sus brazos y baja las manos, introduciéndolas en sus bolsillos.

—Te va a dar un infarto —comenta el castaño al ver mi reacción de nervios,



#2213 en Ciencia ficción
#6231 en Thriller
#3552 en Misterio

En el texto hay: experimento, suspense, suspense amor

Editado: 13.09.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.