La pandemia del 2020 trajo, entre otras muchas cosas, reflexiones sobre que somos los seres humanos y como mostramos nuestra verdadera cara cuando la hipocresía es insostenible. Todos sabemos que una parte de nosotros es buena y otra mala; algunos dicen que tiene que ver con la crianza; otros piensan que con la propia naturaleza con la que se nace, y otros piensan que es por la vida que les tocó vivir aunque no la eligieron. Hay los que nacen con una estrella en el firmamento y los que nacen estrellados contra el suelo. Ahora bien, lo que sí es cierto es que a pesar que los padres aportan los mismos genes a sus hijos, cada uno nace con aspectos diferentes y ve la vida de forma diferente a la de sus hermanos. Dicen por allí que es la mano de Dios quien elige que parte de esos genes es la que va a sobresalir, mientras el feto va creciendo en el útero de la madre, y esto hasta puede notarse en los gemelos.
Pero si algo tiene algo de malo en ser humano, es la manera como al final abandona a sus padres, incluso aunque vivan con los hijos en un mismo techo. Los hijos dicen que los ancianos se comportan como niños, y que ese llanto que muchas veces tienen en sus ojos puede tratarse de un recuerdo momentáneo que les hace extrañar aquella vida que nunca volverá, y los que no se dan cuenta es que simplemente los abruma la soledad en la que viven a pesar de estar rodeados de sus parientes, que de seguro lo aman, más no como los ancianos realmente lo necesitan y lo quieren. «Esa es la vida» dice la mayoría, olvidando que algún día serán ellos ese anciano que llora sin aparente razón en un sillón, viendo al vacío.
Sin embargo, la vida tiene muchos matices, y a veces ocurre que los padres son ciegos hacia los hijos que realmente quieren cuidar de ellos, y prefieren vivir en la miseria que los ingratos les ofrecen. Salve Dios al hijo que hable mal de su hermano ingrato ante un padre ciego, aquél hijo al que no le importa cómo viven sus padres, pues será desterrado del amor de sus propios progenitores por atreverse a decir que la joya de la familia es realmente un bastardo, y más triste es ver como el padre ciego y el hijo ingrato ponen en práctica esa frase célebre de Víctor Hugo: «Los miserables buscan a otros más miserables para sentirse menos miserables» para así mostrarle al mundo que es el otro hijo el culpable de la miseria en la que está hundido aquel padre que no quiere ver al que realmente lo ama. Fue lindo ver como llegaba un hombre a la emergencia del hospital, y todos sus hijos sacaban al mismo tiempo la billetera para cubrir lo que hiciera falta para salvar a su padre. Fue horrible ver como una familia en la sala de espera de la emergencia discutía sobre a quién le tocaba pagar la cuenta, por aquello que alguno era más afortunado en el dinero que el resto de sus hermanos, escuchar «a mí me tocó la última vez», o incluso echarle la culpa al cuñado por no haberlo incluido al suegro en su póliza de seguro. ¿Acaso un padre discute con la madre sobre a quién le toca pagar el hospital de su hijo? «De todo hay en la viña del señor» sale de los labios de muchos con mucha ligereza, sin saber con certeza la profundidad de su significado.
Mi conciencia está limpia, no me importa lo que suceda ni lo que digan, obré ante el desprecio de todos, pero allí me mantuve como una montaña, cuidando al mar que en el acantilado me golpeaba diciendo "lárgate" mientras que las sirenas al fondo llamaban al hijo bosta que jamás apareció para cerrar sus ojos.